Golden

Lostown

La noche era fría, triste y apagada. La luna no se asomaba en el cielo y prácticamente caminé a oscuras hasta la entrada de aquel bar.

Al parecer no era tan difícil llegar, había luces de neón señalando la puerta y una larga fila de espera que aguardaba ansiosa poder entrar al recinto; todo sucediendo justamente enfrente del bar destino. Pero yo había preferido caminar por los silenciosos callejones de la ciudad, así que no me percaté de todo este alboroto hasta que salí por uno de los tantos caminos perdidos que bordeaban la acera y vislumbré un peculiar revuelo cruzando la calle.  

Creí que era el festejo de algún personaje adinerado y famoso en los medios, por ello no le presté mucha de mi atención y me limité a cruzar el umbral de un bar apagado y, aparentemente, vacío.

El lugar era amplio, con la arquitectura rústica y construido a base de madera. Era reconfortante y el sitio parecía haber soportado el pasar de bastantes años. Había mesas despejadas por todo el bar, limpias y sumidas en el silencio y la oscuridad. Al fondo se encontraba un escenario desgastado y una rockola de antaño. Del lado izquierdo del bar estaba la barra, ocupando tan sólo una cuarta parte de la estancia. Tenía las luces encendidas y había pequeños reflejos de ellas en las cientos de botellas de vidrio en la pared.

La barra era de color marrón, barnizada y ligeramente tapizado con trozos de cristal. Los alargados bancos tenían el asiento cubierto por terciopelo rojo y no contaban con respaldo. Camine hacia ellos mientras observaba al barman fregar unas cuantas jarras de cerveza. Me senté en el banco, recargando los codos sobre la superficie. El tipo tenía el cabello castaño revuelto, grandes ojeras bajo los ojos y una intensa mirada de cansancio.

-Ginebra- dije a secas, y el sujeto simplemente frunció el ceño.- Y un martini.

-Enseguida- respondió, pero caminó más allá del mostrador y desapareció en algún punto de este.

Esperé unos cinco minutos sentado en la barra frente a una pared repleta de botellas de vidrio y mezcladores, con un espejo de fondo, antes de que el barman regresara con mi martini y con una enorme figura tras él. Coloco la copa de vidrio justo frente a mí y luego se retiró. La figura resultó ser un hombre entrado en los cincuentas, robusto y con porte amenazador que vestía una camisa a cuadros roja y tenía el cabello y la barba entre tonalidades negras, grises y blancas.

-¿Quién te manda?- dijo con voz gruesa, cruzado de brazos.

Acerqué la copa a mi cuerpo con los dedos y quité las aceitunas del fondo antes de darle un trago al líquido semitransparente.

-Dicen que puedes darme cierta información- respondí mirándole fijamente a los ojos mientras mordisqueaba una aceituna aún sujeta entre mis dedos

Ginebra alzó una ceja.- ¿Si? ¿Según quién?

-Unos chicos del pueblo bajo- dije. Ginebra soltó un bufido.

-¿Y te dijeron cuál es el precio? ¿Crees que puedo ayudarte así como así?- El sujeto me miró de arriba a abajo y soltó una carcajada.- Diablos chico, tú no tienes absolutamente nada para mi.

Ginebra se dio la vuelta dispuesto a irse, caminando más allá de la barra y a punto de desaparecer detrás de esta. Volví a beber de la copa antes de intentar nada.

-Sé muy bien a quién le vendes de tu mercancía- dije sin ánimo. Había una aceituna al fondo de la copa que estaba atorada y no podía sacarla con los dedos.

El hombre se detuvo y volvió a reírse, apenas girándose un poco para verme de reojo.- Vamos niño, no estoy para…

-Michael Anderson- interrumpí, raspando la piel de la aceituna.- Phillip Morris, Jonh Evans, Marie Dolan, Annie Garfield, Thom y Danna Torres, Ángel…

Ginebra golpeó la barra con las manos tan fuerte que resonó por todo el bar con gran estruendo. Estaba de nuevo frente a mí, justo a tiempo para apreciar cómo liberaba la aceituna del fondo de cristal y la metía cínicamente en mi boca.

-¡No sigas!- gritó furioso.- ¿Con quién has hablado?

-Un mago nunca revela sus secretos- respondí, viéndolo fijamente a los ojos.- Tengo un contacto esperándome al otro lado de la ciudad a las 8 de la mañana, si no llegó a esa hora tiene instrucciones de presentar cierta evidencia a la Casa Roja. Al señor no le va a gustar que estés traficando en su territorio bajo sus narices.

Ginebra me miraba intensamente, se apartó de la barra y retrocedió. Claro que sus movimientos no eran obvios, había pasado casi un mes observando el bar día y noche para poder confirmar mis sospechas y tener un cebo que ablandara su maldita boca. Pero eran detalles que él no debía saber. Un poco de nerviosismo es lo que necesitaba para que no intentara engañarme.

-¿Qué quieres?- preguntó cautelosamente. Estaba recargado contra las botellas y me miraba con un atisbo de impotencia en los ojos.

-Otro martini- dije, extendiendo la copa.

Ginebra me miró confundido.- ¿De qué estás hablando? Sólo dime lo que quieres y lárgate de mi bar.

-No puedo hablar con la garganta seca- respondí sonriendo inocentemente.




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