Una vez terminamos de almorzar otra campanada sonó por todo el comedor, todos los estudiantes presentes se pusieron de pie y de la forma más ordenada que jamás había visto se acercaron a la barra a dejar sus charolas y bandejas para después dirigirse a la salida en una sola fila.
Claro que yo no sabía cómo funcionaba el sistema dentro del Internado Connenhed, así que sólo imité sus movimientos y me colé en la fila con toda la naturalidad que pude. Afuera del comedor no había un conglomerado de jóvenes como se esperaría de un colegio cualquiera. Todos los estudiantes caminaban tranquilamente hacia sus respectivos salones, sin desviarse ni detenerse en los corredores.
Meredith salió detrás de mí y me tocó el hombro, llamando mi atención para que la siguiera. El recinto era tan grande que no podía recordar dónde estaba el salón en el que había tomado clases y donde aún estaba mi mochila.
Decidí caminar tras ella, dejándome llevar lo más que podía en ese ambiente tan controlado. Subimos por una escaleras que no había visto antes y recorrimos dos largos pasillos hasta llegar a la estancia donde estaban nuestros pupitres. El salón estaba parcialmente ocupado, el siguiente profesor aún no había llegado y nuestros compañeros se encontraban dispersos por el cuarto, reunidos en pequeños grupos que charlaban animadamente.
El internado parecía un colegio como cualquier otro, bastante disciplinado pero amigable. Aún así, todavía mantenía mis dudas sobre porqué habría un internado como aquel en medio de un pueblo olvidado y rodeado de un espeso bosque. Aunque bueno, podría intentar averiguar las razones en otro momento.
Otra campanada, que eran las que marcaban el tiempo en el orfanato, volvió a sonar y todos los alumnos se apresuraron a tomar asiento. En ese momento, Aaron entró al salón y sólo entonces noté que no había estado con Meredith después del almuerzo.
El chico corrió a su pupitre y se sentó en el preciso instante en que una mujer vestida con una falda drapeada negra y una blusa blanca de cuello redondo entró al salón. Llevaba su cabello rubio recogido en una cola de caballo y sujetaba un maletín café entre sus manos.
Resultó ser la profesora de francés, y durante los 50 minutos de clase no habló en ningún otro idioma. El salón parecía entender completamente lo que estaba explicando, pero claro que yo no sabía ni qué era lo que escribía en el pizarrón. Sólo cuando salió de la estancia, Aaron me dijo que la profesora había estado hablando de historia francesa.
El día continúo bastante normal, pero a partir de las dos de la tarde, cuando regresamos de almorzar, los únicos profesores que entraron fueron de idiomas. Después de la maestra de francés, entró una anciana a enseñar etimologías grecolatinas y le siguió un profesor de alemán.
A las cuatro y media, cuando salió el último docente, los alumnos comenzaron a guardar sus útiles en sus mochilas y procedían a abandonar la estancia. Los imité, y me acerqué a la puerta con Meredith al frente y Aaron a mi lado. Aún no me había dicho en qué creía que lo engañaba, así que había una ligera tensión entre nosotros.
Los tres caminamos de vuelta a nuestra habitación mientras Meredith me explicaba que a las cinco empezaban los clubes deportivos del colegio. Sin embargo, cuando llegamos a nuestra alcoba, Meredith y Aaron se recostaron sobre sus respectivas camas y se quedaron ahí tumbados durante una hora entera.
No hacían más que bromear entre ellos y contarse chismes o secretos, sin preocuparse del tiempo o sobre sus actividades deportivas.
-¿Ustedes no tienen clase?- pregunté consternado.
La chica se incorporó en su cama y me observó con el ceño fruncido.
-Estoy comenzando a preocuparme- dijo con seriedad.- Johann, nosotros no vamos a ningún club.
-¿Por qué?- volví a cuestionar.
Meredith me miró con una mezcla de cólera y melancolía y me dio la espalda.
-Porque nosotros llevamos toda la vida en este orfanato y hemos ido a todos las actividades del plantel- respondió Aaron.- La administración dijo que podíamos discernir de un club este año.
-Oh- respondí.
-En cambio, tú sí debiste haberte ido hace treinta minutos- añadió.- Decidiste entrar al equipo varonil de voleibol.
-Igual no lo iban a aceptar- murmuró Meredith.- Perdió el uniforme.
-Eso es cierto- reafirmó Aaron.
Comenzaba a sentarme mal el hecho de que esos jóvenes me confundieran con Johann, y todavía más saber que realmente no podía decirles la verdad porque algo me decía que todo en ese pueblo era peligroso. Incluso ellos.
Así que no dije nada, percatándome del ambiente tenso que comenzaba a florecer entre nosotros.
-¿Por qué hay tanto polvo aquí?- pregunté de pronto, no sólo para amainar la tensión sino también porque me dí cuenta de que el polvo todavía estaba en la habitación, y no en el resto del lugar.
-Oh, es porque no hay buena ventilación- respondió Aaron.
-¿Y… por qué?
-Tuvimos un problema hace dos semanas cuando hiciste tu primer intento de, ya sabes, escapar- informó Meredith.- No quisieron arreglar la ventilación y estaremos así hasta la próxima semana.
De nuevo surgió el silencio, así que me resigné a él y me acosté en mi cama. Los eventos de las últimas 24 horas habían sucedido tan rápido que aún no lograba procesarlos. Ayer a esta hora me encontraba recorriendo la ruta 43 y ahora estaba encerrado en este internado sin tener ni la más remota idea de que hacer a continuación.
Había llegado a Lostown con un sólo objetivo, pero ahora mi único propósito comenzaba a desmoronarse. Todavía no lograba encontrar la relación entre todo lo que me había pasado, y eso era ciertamente desconcertante.
Las palabras de Ginebra volvieron a mi mente. »No sé qué planeas, mocoso, pero todo lo que hay en ese pueblo es un misterio y lo único que te espera es la muerte«. Bueno, pues sí era un misterio. Desde la señora de la carne hasta el Internado Connenhed, pasando por aquel cartel de bienvenida chamuscado y la inquietante presencia del hombre con el sombrero de copa. Aunque si la muerte es lo único que me espera aquí, es una suerte que sea una amiga íntima.
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Editado: 30.09.2019