37%. Ese era el porcentaje de batería del celular. Y dudaba mucho que hubiera un enchufe en la habitación. Lo que me inquietaba en demasía, ¿por qué un internado para ricos no tendría permitido el uso de tecnología? Era como si no quisieran que tuvieran contacto con el mundo exterior. ¿Era para protegerlos? Me parecía que limitar su contacto con el resto de la sociedad era algo cruel, pero yo aún desconocía muchas cosas de Connenhed y de Lostown.
Por obvias razones, el aparato no tenía señal. Coloque mi dedo en el detector de huella digital, y el celular se desbloqueó. En él no había mucho por hacer, pues sólo tenía aplicaciones básicas, como ajustes, galería, archivos, reloj, calculadora, mensajes, calendario y notas.
La galería estaba prácticamente vacía, a excepción de la fotografía de un plano, que no reconocía, una casa vista desde afuera y la imagen de tres chicos abrazados: el de la derecha llevaba anteojos negros, redondos, tenía el cabello castaño cubierto de hojas, con los ojos azules brillando de alegría. Su sonrisa era bastante grande, y sus dientes estaban blancos. El joven de enmedio tenía el cabello teñido de verde, aunque las raíces crecidas delataban que su color natural era el negro. Sus ojos estaban cerrados pero, al igual que el sujeto a su lado, tenía una enorme sonrisa, a diferencia de que su boca estaba abierta y por ella asomaba su lengua, de la cual resaltaba un piercing en la punta.
El último hombre de la fotografía, el que lucía más joven, sostenía el brazo del sujeto de en medio sobre sus hombros, mientras su cabeza estaba ligeramente girada hacia él, mirándolo. Su cabello era negro y, al igual que el primer hombre, estaba lleno de hojas y ramitas. Pero lo que más resalta en él son sus ojos, de un extraño color verde brillante. No sé si estaba usando pupilentes o no, pero sus ojos eran realmente cautivadores. Sonreía, pero era un gesto ligero, apenas marcado por sus labios.
Aunque yo no podía recordar quiénes eran. Archivos no tenía nada, sólo un par de canciones de Get Scared descargadas y la imagen de un lobo negro, el cual era el fondo de pantalla. El reloj tenía una alarma programada para sonar el 20 de abril, dentro de casi cinco meses. Perecía ser que me había mensajeado con un tal “Fred” durante bastante tiempo, aunque la mayor parte de la información no la recordaba. Los últimos mensajes de su parte decían algo como “ten cuidado” y “llévate el libro”, aunque tampoco podía recordar de qué libro estaba hablando.
El calendario, al igual que el reloj, tenía marcado un evento importante el 20 de abril a las 8 de la noche. “Resolución” era el nombre del acontecimiento, y estaba señalado como imperdible. Finalmente, en la aplicación de notas sólo había dos entradas. Una de ellas tenía indicaciones para llegar a un pozo, que suponía era el que estaba en medio del bosque, y la otra entrada decía “Destruir a Golden, entrar en…”, justo así, el texto estaba cortado. Antes de que pudiera procesar la información, la última letra de la línea se borró, y poco a poco el resto de ellas, aunque el teclado ni siquiera estaba activo.
Solté el teléfono cuando me percaté de ello, y repentinamente se apagó, como si la batería estuviera agotada. El móvil no volvió a encenderse, así que entre asustado y confundido tuve que esconderlo de nuevo entre las cosas de mi mochila, que poco a poco iba olvidando para qué las tenía.
Después de eso, el tiempo en Connenhed siguió con relativa normalidad. Básicamente era repetir lo que había vivido el primer día una y otra vez, una rutina pulcramente inculcada a los jóvenes estudiantes, y con el paso de los días se volvió también común recibir clases de alto prestigio y comer delicias en cada comida.
Despertaba temprano para desayunar, luego acudía a clases, iba a almorzar, más clases y al final regresaba a la habitación, donde charlaba con Meredith y Aaron de diferentes cosas. Poco a poco iba entablando una relación estrecha con ellos, aunque sólo hubieran pasado un par de días. A media tarde íbamos al comedor por bocadillos, luego a la sala común a ver maratones interminables de películas. Acudíamos de nuevo al comedor para cenar y finalmente regresábamos a la habitación a eso de las diez y media de la noche, pues apagaban las luces a las once en punto. Hacemos bromas, estudiamos y finalmente nos íbamos a dormir.
Cuando los disfraces llegaron al internado, Aaron, Meredith y yo fuimos corriendo a escoger nuestro atuendo. Efectivamente, tal y como ella había predicho, había una fila enorme para llegar con las tejedoras.
-Maldición- se quejó Meredith.- Parece que tendré que volver a vestirme de banana.
Me reí de su comentario. Me esforzaba demasiado en conectar de nuevo con los chicos, aunque eso conllevara fingir ser otra persona. Tan sólo escuchaba las anécdotas que tenían que contar sobre mí y el resto sucedía por sí solo. Eran realmente amables y carismáticos, aunque seguían confundidos sobre porqué no podía recordar nuestra infancia.
-Tranquila- la console.- Tal vez aún tengan sudaderas de La Casa de Papel.
-Y si no, aún podemos usar los colmillos falsos y ser frutas vampiro- se burló Aaron.
La fiesta Candy sería celebrada al día siguiente en alguna de las casas de Lostown. Ciertamente, así como había hablado del evento con los chicos, nuestra clase se vio envuelta en charlas sobre la celebración, incluso otros chicos del salón se acercaban a hablar con nosotros sobre la fiesta y lo que usaríamos para ella.
Se suponía que cada grado del internado podía gozar del evento, pero estos estaban separados por edades y temáticas. Para los niños, la fiesta de Candy ocurría en el mismo internado, donde el comedor servía delicias reposteras para complacer sus papilas gustativas. Para los chicos y chicas de grado medio, el evento sucedía en un salón especial del pueblo, donde podrían disfrutar de las golosinas y la música pero con ciertos límites, pues varios maestros estarían presentes para vigilar.
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Editado: 30.09.2019