Golden

Candy

La cabeza me dolía horrores, como si me estuvieran clavando cientos de agujas en el cerebro. Tenía la garganta seca e incluso el pasar saliva se me complicaba bastante. Los párpados me pesaban y me era sumamente complicado abrir los ojos. El estómago se me revolvía, como si hubiera comido algo en mal estado y mi cuerpo buscara expulsarlo. Tenía un terrible sabor de boca, como carne rancia y cerveza caliente, así que las ganas de vomitar no me faltaban. 

Y, con todo eso, no recordaba nada de lo que había sucedido la noche anterior. Cuando intenté levantarme, noté un dolor profundo en mi abdomen, así que volvía a recostarme. Batallé un poco con mi cansancio y los dolores físicos que me molestaban hasta que pude abrir los ojos y observar mi entorno.

Estaba acostado en un sofá rojo, aterciopelado, con una sábana cubriendo mi cuerpo. El techo, blanco, se alzaba sobre mí a una gran altura. Había una especie de candelabro dorado que colgaba del centro del techo y resplandecía por los rayos de luz que entraban por las ventanas, misma luz que no hacía más que provocarme intensos dolores de cabeza. Las paredes, cubiertas por un horrible papel tapiz rojizo, estaban adornadas con extraños cuadros de niños pequeños, de pastelillos y de perros y gatos bebés. Lo único que podía escuchar era el molesto sonido de unos ronquidos estruendosos que parecían provenir del suelo.

Me quedé acostado un par de minutos, meditando si valía la pena levantarme de mi cómodo sofá. 

«Una mujer de cabello rubio entró por la puerta. 

-¡Chicos!, ¿están listos?- preguntó, con una hermosa sonrisa en los labios. Lucía un vestido blanco largo hasta el piso, manchado con sangre.

-Oye, ¿de qué estás vestida?- le preguntó un muchacho a mi lado, mientras yo me terminaba de hacer el nudo de la capa.

-Es una novia asesinada- respondió una voz dulce, acercándose a la chica del cabello rubio.

-No se me ocurrió nada mejor- dijo la susodicha.- Pero en realidad soy una novia vampiro.

-¡Epa! ¡iremos iguales!- anuncié con felicidad.- ¿Dónde están tus colmillos?

Ella extendió sus manos y me los mostró, estaban ligeramente cubiertos con sangre falsa.»

La cabeza me dio vueltas ante el repentino recuerdo. Reuní fuerza de voluntad para levantarme y soportar el intenso dolor de mi abdomen. Por instinto, llevé mi mano izquierda a la zona que me punzaba y, al bajar la mirada, noté con horror como por mi camisa blanca se extendía una mancha rojiza. Ahogué un gemido y miré a mi alrededor en busca de ayuda. En el suelo, rodeado con la envoltura de decenas de pastelillos, había una figura envuelta en una capa amarilla. La figura se movía al vaivén de su respiración, emitiendo ronquidos muy fuertes. 

En ese momento, el estómago me dio un retortijón tan intenso que no pude contener las arcadas y terminé vomitando sobre la alfombra desgraciadamente blanca. El líquido expulsado tenía un sabor asqueroso, ácido y bastante dulce, por lo que continúe vomitando hasta sentir que mi estómago estaba vacío. 

El olor del vómito era intenso, muy penetrante. Olía a algo podrido. La garganta me ardía bastante, y tenía un horrible sabor en la boca. Traté de calmarme, regresando mi atención al dolor punzante en mi abdomen. Estaba apretando la zona con mis dedos en un intento por disminuir el dolor, así que tenía miedo de relajar el agarre. La cabeza me daba vueltas sin cesar y me dolía como nunca me había dolido antes. Tenía recuerdos muy vagos de lo que había sucedido la noche anterior, había lagunas mentales en mis pensamientos y, ciertamente, no recordaba gran cosa sobre mí.

De pronto mi vista se fijó en una pequeña mesa que estaba al lado del sofá, en la cual había sólo tres cosas: una jarra de cerveza, aparentemente vacía, una aguja con su hilo y una botella de alcohol etílico. Suspiré una mezcla de cansancio y temor, regresando la mirada a la mancha roja que había en mi camisa.

«La noche era fría y no había luz que iluminara la calle que transitamos. Venía envolviendo mi cuerpo con la capa de mi disfraz mientras evitaba temblar por el frío, hacía bastante que me había quitado los dientes falsos. Frente a mí caminaba la misma chica de cabello rubio, quien tiritaba por el ambiente de la noche, y a su lado caminaba una figura que estaba envuelta en una sudadera roja, con la capucha puesta para hacerle frente al aire gélido. 

A mi lado caminaba un chico, quién se refugiaba del frío en lo que parecía ser la botarga de una banana. Los cuatro caminábamos a prisa, merodeando entre las calles desoladas, pero yo sentía que no éramos los únicos despiertos a esa hora. Había alguien observando.

-¿Cuánto falta?- preguntó el sujeto de la banana.

-Me dijeron que sería en la casa de la jefa de las tejedoras, así que no falta mucho- respondió la chica del vestido, girando levemente hacia atrás para hablar.

-¿Por qué hace tanto frío?- pregunté, mientras trataba de mantener el calor de mi cuerpo.




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