Golpe de Suerte

Capítulo O3.

Vincent

—Bueno, señor Wilson, los resultados de su tomografía nos hacen descartar cualquier lesión interna —dijo la linda doctora con tono monótono.

Mientras ella revisaba mi historial médico y tomaba notas, no pude evitar notar la delicadeza de sus rasgos. A pesar de no llevar mucho maquillaje, probablemente debido al arduo trabajo que implicaba su labor en emergencias, su mera presencia iluminaba la habitación.

Solté una pequeña risa entre dientes en cuanto me di cuenta en qué diablos estaba pensando sobre mi doctora. Ella levantó su mirada del papeleo y me miró con curiosidad, una sonrisa leve se formó en sus labios.

—¿Qué sucede? ¿Todo en orden? —preguntó, antes de sacar una linterna de su bata blanca y pasarla frente a mis ojos mientras buscaba cualquier indicio de que me estaba volviendo loco porque ahora me reía solo.

—No, nada, todo está bien, mhmm, solo quería agradecerle por su ayuda —mencioné cohibido, mientras una sonrisa nerviosa se abría paso en mi rostro.

—No tiene nada que agradecer, es mi trabajo y lo hago con mucho gusto —dijo ella, y una sonrisa encantadora se formó en sus labios, aunque pronto decayó; luego agitó su cabeza y volvió a mi ficha médica, como si se hubiera frenado a sí misma por alguna razón.

Asentí quedamente y ella me extendió una receta con su firma.

—Eso sería todo, ya puede regresar a casa —dijo con un encantador tono profesional—. Por favor, lleve su auto con un mecánico para que esto no vuelva a pasar, ¿entendido?

—Lo haré —dije, aún apenado por lo que pudo haber pasado conmigo, o peor aún, con Remy—. Aunque no sé dónde está mi carro en este momento.

—Creo que tendrá que hablar con su compañía de seguros —respondió la doctora.

Rascándome la cabeza solo de pensar en cuánto me llevaría recuperar mi auto, y si mi viejo colega, quien me dio mi nueva identidad, tramitó un seguro real para mí.

Ojalá tuviera un seguro.

—Bueno, gracias por todo —agradecí una vez más. La doctora me acompañó hasta la sala de espera donde Remy se encontraba con mi celular en la mano. Me alivió saber que él lo había tomado de donde sea que hubiese quedado tras el accidente.

—Vamos, hay que ir a casa, debes estar con hambre, yo también —dije, a lo que Remy asintió vehemente—. Se me antojan unas hamburguesas y un helado para el susto.

Los ojos de Remy se iluminaron con ilusión, lo que me llenó de paz luego de verlo llorar durante tanto tiempo hacía menos de una hora.

—Muchas gracias de nuevo, doctora —dije, a lo que ella sonrió ampliamente, más cuando vio a Remy más tranquilo.

—Que la pasen bien, chicos, cuídense mucho, no los quiero volver a ver aquí nunca más —dijo con tono jocoso, a lo que Remy asintió, estando de acuerdo.

—¿Escuchaste, papá? No más auto hasta que vuelvas a pasar tu examen de manejo.

—¡¿Qué?! —solté sorprendido y falsamente indignado—. No fue mi culpa que el sujeto del otro auto trajera sus frenos dañados.

—Peroooo, si tu cinturón de seguridad no hubiese estado roto, no habría pasado nada de esto. —Me reclamó con su pequeño ceño fruncido. Vi sus puños apretados a cada costado de su cuerpo, y comprendí su frustración.

Realmente lo hacía, yo también estaría enojado si fuera él.

No pude evitar sonreír. Volteé mi mirada hacia la doctora Olivia, y ella parecía completamente de acuerdo con las palabras de mi hijo. Lo más probable es que ella tuviera una pequeña charla con Remy sobre seguridad vehicular.

—Tienes razón, reconozco mi culpa —dije en voz alta. La linda doctora nos mostró su pulgar en aprobación antes de regresar a sus labores en emergencias.

Suspiré profundamente...

Sin duda, echaré de menos esa mirada llena de calidez. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que me detuve a apreciar la belleza de una mujer. Sin embargo, por el momento, tenía muchos asuntos con los que lidiar.

—Remy, escúchame.

Me arrodillé frente a mi pequeño hijo, buscando estar a su altura, cara a cara. Sus ojos verdes, cristalinos y llenos de inocencia, aún estaban enrojecidos por el llanto. Aunque Remy se había mostrado valiente, su rostro llevaba la huella de las lágrimas secas, las cuales probablemente había intentado borrar con las mangas de su abrigo.

Era desgarrador pensar en un niño completamente solo, sentado en una sala de espera, angustiado por saber qué pasaría con su padre.

Lo mínimo que podía hacer era ofrecerle una disculpa.

—Lo que hice no estuvo bien, le resté importancia a algo que pudo haberte lastimado y me arrepiento profundamente, Remy.

Él asintió cabizbajo.

—No volverá a suceder, lamento haberte preocupado tanto. Yo también lo pasé mal cuando desperté en esa camilla —dije, señalando hacia la entrada de emergencia. Su mirada se desvió hacia aquel lugar que le había causado tanta incertidumbre hace apenas un par de horas—. No sabía dónde estabas, ni si algo malo te había ocurrido. Si así hubiese sido, jamás me lo habría perdonado.

Llevé una mano a sus rizos rebeldes y acaricié su pequeña cabeza, llena de miedos que ningún niño de su edad debería experimentar solo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero pronto sus pequeños y delgados brazos me envolvieron en un abrazo apretado.

—Está bien… solo quería que no murieras —dijo con honestidad.

Lo aparté de mi para mirar su rostro. Tal como temía, estaba triste de nuevo.

—¡Vamos por un helado! —exclamé, alzándolo en mis brazos. Sus ojos se abrieron de par en par.

—¡No! ¡No soy un bebé! —dijo avergonzado, mirando en todas direcciones.

—No me importa, mientras pueda cargarte, lo haré, soy súper fuerte —le aseguré. Él hizo un puchero.

—Cuando crezca, te cargaré frente a todos, seguramente te dará vergüenza —amenazó en tono juguetón.

Reí abiertamente, y negué.

—Espero que seas más grande y fuerte que yo.

Remy miró con preocupación mi cabeza vendada. Ahora que estaba más cerca de ella, la examinó con ojos curiosos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.