Golpe de Suerte

Capítulo O5.

Vincent

—¡Vincent! ¡Ya me voy, regreso en la tarde para cerrar! —dijo Rob mientras se dirigía a la puerta.

—¡Genial! ¡Que tengas un buen día! ¡Saluda a Bárbara y a Timmy de mi parte! —respondí antes de que saliera.

—Eso haré, cuídate —respondió, y, con un ademán de su mano, se despidió por última vez.

El sonido de la campana de la puerta al abrirse y cerrarse se había convertido en mi cosa favorita desde que comencé a trabajar en este lugar.

Rob, el amable dueño de la tienda de libros de la comunidad, era un hombre de cincuenta y tantos años con una esposa amorosa y un hijo adolescente.

Cuando llegué a esta localidad con Remy de la mano, buscaba un empleo que me permitiera involucrarme con la gente y ser parte de la comunidad. Rob no dudó en ofrecerme trabajo cuando vi el letrero de "Se busca empleado a medio tiempo" en la vitrina. Le conté sobre mi pequeño hijo y mi estado civil, y él dijo que me apoyaría.

Desde entonces, me esfuerzo al máximo por dar lo mejor de mí.

Aunque el dinero no era un problema y tenía suficientes ahorros para vivir bien el resto de mi vida, sabía que necesitaba adaptarme a nuestra nueva vida.

Todo el sueldo que gano aquí va a una cuenta de ahorros a nombre de Remy para su fondo universitario, así que es perfecto. Disfruto trabajando en la tienda, aunque no haya mucha afluencia de personas, lo que la convierte en un lugar bastante solitario.

A veces, debo salir para entregar algunos pedidos a domicilio. Rob me prestó su moto de reparto, así que disfruto mucho esa tarea.

Bajé al sótano, y tomé un par de cajas con los nuevos libros que llegaron a la tienda. Cada vez que llegan nuevos ejemplares, me sumerjo en la tarea de acomodarlos en sus respectivos lugares.

El aroma a papel fresco, y la suave música de fondo del local, forman un ambiente que me relaja profundamente. Es un ritual que disfruto mucho. Pero mi labor no se limita solo a eso. Aquí, en la librería, soy el encargado de todo: desde barrer y trapear hasta pasar un paño por las superficies y, por supuesto, atender a los clientes.

Los viernes son especiales para mí. Es el día en que me sumerjo en mi hobby favorito: la restauración de libros viejos. Bajo al sótano del local, donde está el pequeño taller, y me sumerjo en la tarea de devolverles vida a esas obras que han resistido el paso del tiempo.

Es un trabajo minucioso, pero ver cómo esos libros recuperan su esplendor original me llena de alegría y satisfacción. Rob fue quien me enseñó el oficio, lo hizo con mucha paciencia y buena voluntad. Así que aquí estoy, entre estantes repletos de historias y libros de autoayuda.

El sonido familiar de la campanita de la puerta resonó en la pequeña tienda, interrumpiendo mis pensamientos mientras organizaba los estantes. Dejé a un lado los libros y me dirigí hacia el mostrador.

Al levantar la vista, mi sorpresa rivalizó con la de la persona que había entrado. Era Olivia, la encantadora doctora que me atendió en la sala de emergencias el otro día.

Sus ojos se ampliaron ligeramente al encontrarse con los míos, para ambos parecía ser una grata sorpresa.

—¡Hola! —dijo ella con una sonrisa que comenzaba a iluminar sus bonitos labios color rosa.

En respuesta, mi sonrisa se amplió aún más.

—Buenos días, Doctora Clarke —dije.

Había pasado una semana desde que tuve el percance en la carretera, así que ella parecía tener problemas para recordar mi nombre. Eso me desanimó un poco, pero no tanto...

—Eres la persona del accidente con el auto que no recordaba su apellido, ¿cierto? ¿El señor… Wilson?

Asentí, llevando una mano al pequeño parche en mi cabeza.

—Sí, ese soy yo. —Reí por lo bajo, recordando ese incómodo momento en el que mencioné en voz alta que mi verdadero apellido era “Cooper”.

—¿Cómo está su cabeza?

—Por favor, no tienes que ser tan formal conmigo, me haces sentir como un anciano —dije, con una mueca como sonrisa.

Ella rio entre dientes.

—De acuerdo, lo mismo va para ti, Vincent.

Asentí, complacido.

—Muy bien, para ser honesto, solo creo que me quedará una cicatriz.

—Lo más probable es que sí —respondió, arrugando la nariz—. Pero será muy pequeña. Además, no tiene nada de malo tener una cicatriz de guerra. Yo tengo un par —añadió, señalando su vientre—. Me sometieron a dos operaciones de niña.

Me sorprendió, y conmovió por partes iguales, escuchar eso.

Imaginar a un ser tan pequeño teniendo que pasar por el quirófano debe ser la peor pesadilla para un padre o una madre.

Ella volvió a obsequiarme una sonrisa encantadora antes de preguntar:

—Bueno, no he venido a esta librería en mucho tiempo, ¿desde cuándo llevas trabajando aquí?

—Un año más o menos.

—Pero vine hace un par de meses.

—Trabajo de medio tiempo —respondí.

—Oh, claro, en ese caso, ayúdame con algo.

—Adelante, estoy para servirte.

Olivia esbozó una sonrisa divertida.

—Estoy buscando un libro sobre Fundamentos de la práctica quirúrgica, una nueva edición.

Revisé en el sistema si teníamos algún libro relacionado con ese tema, pero no encontré ninguno.

—No tenemos ningún libro al respecto, pero con gusto pediré un par de ellos. ¿Algún autor en específico?

Ella asintió enfáticamente, y me pidió un papel para anotar el nombre de tres autores.

—¿Cuándo estarían aquí más o menos? —preguntó.

—Dentro de una semana aproximadamente —respondí.

—Oh… la próxima semana tendré turno doble, no creo que pueda venir.

—Tenemos servicio a domicilio —dije, mientras señalaba el cartel junto al mostrador—. Déjame tu dirección y tu número de teléfono y apenas lleguen tus libros, te los llevaré, no te preocupes.

Ella lucía aliviada y muy feliz con mi propuesta.

—Eso es fantástico, muchas gracias.

—De nada, es un placer.




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