Gregor Anastasio Cou - Odisea de un viajero

El muro se ha caído.

Cae el fantasma, y una nueva era se genera.

 

 

 

 

 

 

 

A golpes de martillo las personas iban resquebrajando cada bloque. Entre la multitud me encontraba, y nadie se percataba de que un astronauta estaba allí. El júbilo de las personas hizo que se abrieran las puertas de dos países separados por las ideologías, me quite el casco como he venido haciendo, y comencé a caminar por todos los sitios de aquel muro. Algunos bloques tardaron en caer pero no importa. Un joven estaba golpeando un tallado que decía lo siguiente: "Nos veremos pronto, los amo por siempre". El muchacho parecía que estaba entusiasmado por el hecho de pasar al otro lado. En un respiro se mantuvo quieto.

 

- Me cuesta respirar – me dice.

 

- ¿Puedo ayudarlo?

 

- Claro. Quiero quebrar ello. Del otro lado están mis padres. Debo romper estos bloques

 

Saque mi cincel, y comencé a golpear duramente. El hombre sonrió y se incorporó a su tarea majestuosa. No sabía bien, pero presentía que lo conocía, y él, a mí. Fuimos rompiendo uno por uno el concreto, hasta que se hizo un agujero.

 

- ¡¡ Hijo!! –cita una madre – ¡¡Hijo mío!!

 

 

Por un pequeño agujero se la veía llorando, a una señora grande, con su esposo, abrazados ambos en el regazo de la alegría.

 

- ¡¡Madre!! – Ya iré contigo.

 

 

No pude dejar de pensar en ese reencuentro, y en mi familia. Mi mujer, e hijos, mis padres, hermanos, y amigos. Y la felicidad de ellos, la sentía mía. Pique lo más rápido que pude, sin parar. Al generar un buraco lo suficientemente grande, el muchacho pasó al otro lado, y

 

 

 

 

se abrazaron y besaron como si no existiera el mañana. Por primera vez me sentía a gusto de estar en un lugar en el cual no solo era un hecho histórico, la caída del muro de Berlín, pues a todas luces sabía que era ello, sino el hecho de poder experimentar luego de tanto tiempo ese afán bello de bienestar; el placer del contento, la alegría llegando a las puertas. Era increíble ver la cantidad de personas que había asistido. En mi mente vinieron muchos recuerdos de todo tipo, y aquel evento notorio.

 

Al pasar del otro lado, muchos familiares, amigos, vecinos. Muchos se daban esos deseos de vida que fueron quitados de su lugar, corrompiendo la libertad tan necesaria que nos da el regalo de vivir, y disfrutar. Tantos años habían pasado, y el bloque comunista concluía con la caída del muro aquí en un 9 de noviembre de 1989.

 

Veía sus rostros, y a mí alrededor, se hizo presente la figura del muchacho que se acercó a mí y me dio un abrazo.

 

- Ojala tú puedas ver a los tuyos astronauta – Me comenta con lágrimas. – Gracias por tu generosa ayuda.-

 

- Al contrario. Y espero poder verlos como dices. –

 

- Los verás.-

 

- Ha pasado muchos años.

 

- Si, y ese sentimiento de libertad, y amor ha crecido. He escrito muchas cartas a ellos, y cada día, era una línea de cárcel. –

 

- Te entiendo, vengo años queriendo ver a mi familia. –

 

- Has viajado suficiente, presiento. Y lo que tú has pasado, no cualquiera puede resistir. –

 

- Aun así, resta un tramo; quizás muchos otros más. - Resigno. -

 

- No luches contra el tiempo. Se su amigo, y él, te llevara donde mereces estar.

 

 

Esas palabras tan enigmáticas, y metafóricas, me hicieron revivir un viejo recuerdo de una época en la cual mi infancia se hizo presente, cuando mi abuelo me regalo, un juguete de un astronauta.

 

Ellos son los viajeros del espacio, y buscan alrededor de universo, pequeño Gregor.

 

 

 

 

¿Y dónde van? – le dije de a mi abuelo, en años de menor. –

 

 

 

 

 

A donde merecen ir. Nunca, Gregor, te pongas triste, pues el tiempo es sabio. "No luches contra el tiempo. Se su amigo, y él, te llevará donde mereces estar" –

 

La imagen de aquella tarde de verano, en el campo de mis padres, y con la visita de mis abuelos, parecía tan real, como cuando aquel hombre abrazaba a sus padres luego de poder verlos. El no había luchado con el tiempo, había sido su amigo. Esa imagen que me llevo a ser el astronauta que quería en mis diez años, me sonrojó el alma, pues delante de mí, estaba la prueba viva de que todo era posible. Estaba aquí festejando en la mano de esa persona que en mi niñez me había marcado un camino.

 

- ¿Estás bien astronauta? - Me comenta el muchacho. –

 

- Si, gracias – y me rio un poco con una mueca agradable de paz – solo tuve un retroceso.

 

- Son buenos los retrocesos. Ayudan a sonrojar el alma – se ríe. – Gracias por ayudarme aquí, la respiración producto de una enfermedad, no me permitía, lo que mi corazón a romper las barreras de los muros.

 

- Para nada, es un momento único. En fin debo seguir, mi búsqueda. – le confieso con un suspiro. –

 

- y lograrás encontrar a los tuyos viajero. Lo harás. – me dice el hombre. –

 

- Antes de irme quisiera preguntarte ¿Tu nombre? – le digo con cierta certidumbre.

 

– - Anastasio Cou. – ¿y el vuestro?

 

 

Al oír sus palabras la perspectiva de mi mente se aclaró a mi niñez.

 

 

- El mío es Gregor, Gregor Anastasio....Co...u – y a medida que mi nombre se iba purificando, mi cuerpo se trasladaba muy lejos. Muy lejos de aquel año en que todo era diferente. En el cual los tiempos fueron desarrollándose y el mundo debía seguir creciendo, y mi abuelo lo sabía bien. Sabía bien quien había llegado a él, quien le había ayudado. Que no era otra persona, que un nieto que debe proseguir un camino como el viajero que es para lograr su objetivo. Uno muy claro. Ver a su familia.




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