Guardianes: El misterio comienza

Capítulo 6: Blast.

   Llegamos el 15 de octubre a las ocho de la noche. Decidimos pasar por un a hotel y dejar las cosas para luego poder ir a hablar con Frederick. Eso hicimos. Bajamos todas las cosas con Ian. Emma seguía totalmente dormida y no la despertamos. Pagamos y nos fuimos al restaurante. Al llegar, Emma seguía profundamente dormida, entonces solo bajamos Ian y yo. Pasamos directamente a la caja y le preguntamos a la chica que atendía ahí: 
–Buenas noches ¿Frederick Blast está trabajando? 
–Sí ¿Quién lo busca? 
–Solo dígale que es muy importante que hable con nosotros lo antes posible. 
  La chica se retiró y entró por una puerta que, yo supuse, llevaba a la cocina del restaurante. Momentos después, apareció la cajera y, detrás de ella, un muchacho alto, morocho, de ojos claros y sonrisa perfecta. 
– ¿Me buscaban? 
–Sí, Frederick ¿Tenés un momento? –le dije yo, mientras notaba que en su cuello tenía puesto el amuleto. 
–Sí, tomen asiento y hablamos.  
–No, lo mejor va a ser hablar en privado, fuera de aquí. Además, acabamos de llegar de un viaje y esta Emma... bah, una amiga durmiendo en el auto. Lo mejor va a ser hablar mañana por la mañana. 
– ¿¡Su auto es aquel!? –dijo el gritando. 
  Al darme vuelta vi el auto en llamas. ¬ 
– ¡No! ¡Emma! –grité mientras salía corriendo. 
  En ese momento, por más que lo intenté, no pude hacer nada con el agua. Entonces abrí la puerta del auto y logré sacar a Emma. 
– ¡Llamen a un ambulancia urgente! ¡Por favor! –grité yo. 
–Tranquila, ya llamé a la ambulancia y di aviso a los bomberos –me dijo Frederick. 
  Frederick me ayudó a alzar a Emma y a llevarla lejos del auto que seguía en llamas y que podía explotar en cualquier momento. Instantes después, llegó la ambulancia y, atrás de esta, los bomberos. Yo había entrado en un ataque de nervios, entonces Ian le dijo a Frederick: 
– ¿Te podés quedar con ella? Yo voy a ir con Emma al hospital. 
– Andá tranquilo, yo la llevo a ella en mi camioneta. 
  Ian se subió a la ambulancia con Emma y yo me quedé con Frederick. 
– ¡Vamos, llevame por favor!- le decía yo mientras temblaba. 
–Esperá, tranquila, respirá hondo. Inhalá. Exhalá. Inhalá. Exhalá… –hice todo tal cual me lo decía él y me tranquilicé. 
– ¿Fumás? –me preguntó.  
–Sí. 
–Tomá, acá tenés un cigarrillo. Quedate acá sentada mientras voy a buscar las llaves de mi camioneta. ¡Ah! antes decime ¿cómo te llamás? 
–Emily –contesté yo mientras fumaba. 
  Lo esperé sentada en la vereda hasta que apareció con el auto, me subí y arrancamos. 
–Un gusto Emily, soy Frederick –dijo él y continuamos el viaje hasta el hospital en total silencio. 
  Al llegar, me bajé yo y él se fue a estacionar. Entré al establecimiento y lo vi a Ian sentado en la sala de espera. 
– ¿Cómo está? –le pregunté. 
–No, no sé nada, todavía no salió el médico –me dijo Ian. 
  Me senté junto a Ian mientras Frederick se acercaba hacia nosotros. Se sentó a mi lado y permaneció callado.  
–Ya que estas acá con nosotros, voy a aprovechar el momento para contarte por qué te buscamos ¿Me acompañás afuera? –dije yo. 
–Sí, vamos. 
  Salimos y nos sentamos en la parte de atrás de su camioneta, que estaba estacionada en el estacionamiento del hospital. 
–Bueno, antes de empezar te voy a hacer una pregunta y necesito que seas sincero ¿De dónde sacaste ese colgante? 
– ¿Y por qué debería serle sincero a una persona que no conozco? 
–No me compliques las cosas, solo decime –dije yo algo alterada. 
  Nos quedamos en silencio por unos momentos hasta que él comenzó a hablar. 
–Hace cuatro años, después del velorio de mi mamá, llegué a mi casa y estaba solo, y no porque no hubiera alguien en casa, sino porque mi mamá era lo único que yo tenía.                                              Entré a su habitación y, en un ataque de locura, tiré un perfume de ella contra el espejo. Cuando se rompió, me di cuenta que este estaba cubriendo un estante empotrado en la pared. Quité todos los pedazos de vidrios y pude ver este colgante y una caja de un vidrio rojo, igual al colgante, que en la tapa decía algo en algún idioma que por más que intenté nunca pude descifrarlo. Tampoco logré abrir la caja. 
–Te entiendo, yo también me quedé sola cuando fallecieron mis padres. Bueno, ese colgante no es ordinario. Mirá, yo tengo uno parecido, y Emma y Ian tienen otro. Cada uno tiene un don diferente de los cuatro elementos. 
– ¿Un don? –dijo él mientras se paraba. 
  Antes de seguir, le mostré cómo obtenía agua de un árbol. Me paré, me acerqué al árbol y puse las manos en su lugar. 
– ¿Qué hacés? –me preguntó él. 
– ¡Shh! Solo mirá… Agua ven a mí, te necesito… 
  Y lentamente mis manos se comenzaron a llenar de agua. La transformé en un bloque de hielo y la dejé caer. Supuse que, en ese momento, él debió haber quedado muy sorprendido. Comprendí que el humor también afectaba mucho al dominio de los elementos. Yo me sentía muy frustrada y enojada en ese momento y me salió algo que había estado intentado durante dos días completos. Me prendí un cigarrillo y le dije: 
– ¿Ahora entendés lo que te digo? Vos sos el guardián dominante del fuego. Mirá, parate junto a mí, poné tus manos juntas y frotalas rápidamente. Mientras hacés eso, cerrá tus ojos y pensá en el fuego. 
  Siguió mis instrucciones y, después de un rato, sus manos estaban prendidas fuego. 
– ¡Ahh! No me quemo –decía él mientras gritaba y corría asustado. 
–No, porque vos dominás el fuego. 
– ¿Y qué se supone que tenemos que hacer? 
–Deberíamos estar todos juntos, pero Sophie está en un loquero y ahora Emma está internada. Vamos de mal en peor por lo visto. 
–Esperá, tengo una duda: vos, el chico de adentro, la internada, la del loquero y yo somos cinco, pero los elementos son cuatro. 
–Ian, tierra; Emma, agua; Sophie aire; vos fuego; y yo, líder dominante de los cuatro elementos.  
–Entonces también dominás el fuego. Mostrame algo más. 
–No, todavía no domino el fuego. Tenés que poner tu collar en uno de los orificios del mío para que se despierte el poder en mí. 
– ¿Y qué estamos esperando? 
–Aquí no, lo mejor es hacerlo en donde no nos pueda ver nadie. Pero ahora no, vamos a ver cómo esta Emma. 
  Entramos los dos al hospital y nos volvimos a sentar en el mismo lugar que antes. 
– ¿Y? ¿Ya le dijiste? –preguntó Ian. 
–Sí, ya sabe todo, y tiene el amuleto y la caja con él –dije yo. 
–Fuiste el más fácil de todos. Ya tenés todo. Por suerte no nos diste más trabajo –dijo Ian en tono de broma. 
– ¿Familiares de Le Blank? 
–Buenas noches doctor, nosotros estamos con ella. 
F–Bueno, ¿por dónde empezar? La paciente presenta quemaduras de segundo y tercer grado por todo el cuerpo. Además, inhaló dióxido de carbono. Para ser sincero, es una suerte que esté viva. Por ahora está inconsciente y en terapia intensiva, asique no hay posibilidad de que la vean. Les recomiendo que vayan a su casa. Dejen su número de teléfono en la recepción, cualquier novedad los voy a llamar. 
–Nosotros no vivimos acá doctor, no tenemos teléfono –contesté yo. 
–Yo sí vivo acá Emily y tengo teléfono. Le damos el mío y ustedes se quedan en casa estos días. 
–Bueno, déjenlo en la mesa de entrada. Que tengan buenas noches –contestó el médico antes de irse. 
–No podemos quedarnos en tu casa, ya reservamos y pagamos un hotel. Es más, dejamos todas nuestras cosas allá. 
–Vamos hasta el hotel en mi camioneta, cargamos las cosas y vamos a mi casa. 
  Ambos aceptamos y nos fuimos. Frederick manejaba, yo iba en medio y Ian del lado del acompañante. Pasamos por el hotel. Ian bajó a buscar las cosas. Eran ya como las dos de la mañana, estaba exhausta. Ian volvió al auto y nos fuimos. La casa de Frederick quedaba un poco alejada de la ciudad, en una estancia en medio del campo; no había otra casa en kilómetros a la redonda.  
  Entramos a la casa y Frederick nos mostró dónde podíamos dormir. Estaba tan cansada que me apoyé en la cama y me quedé profundamente dormida. Al despertar al día siguiente, me levanté y vi a Frederick parado en la puerta de la habitación; me dio la sensación de que me estaba observando hace un largo rato. 
– ¡Buen día! –dijo él.  
–Mmm… buen día ¿Me estabas viendo dormir? –dije yo entre bostezos. 
–Sí –dijo él, seguido de una risa. 
–Es bastante tenebroso –dije sonriendo. 
–No lo es. Si te vieras dormir sabrías que no sos tenebrosa, sos más bien tierna.  
–No me referí... bah… dejá.  
  Mientras nos reíamos, apareció Ian y dijo: 
–Estuve pensando que esta tarde deberíamos ir a ver a Sophie.  
–Sí, tenés razón.  
  Hicimos de comer, comimos, y estuvimos hasta las tres de la tarde terminando de explicarle a Frederick todo lo que sabíamos. Luego salimos a ver a Sophie. Como dije antes, estábamos bastante alejados de la ciudad, teníamos media hora de viaje por lo menos hasta el hospital. Cuando llegamos Frederick dijo: 
–Mmm… yo me voy a quedar en la chata.  
– ¿Por qué? –preguntó Ian. 
–Estos lugares me dan miedo.  
–Está bien, volvemos enseguida –le dije yo. 
  Entramos y vimos a Kathy, que estaba atendiendo a otras personas. Cuando ella nos vio  nos hizo una seña para que la esperáramos. Quince minutos más tarde, se acercó Kathy y nos dijo: 
–Chicos ¿Cómo están? ¿En qué los puedo ayudar? 
–Hola Kathy, necesitamos saber quién es la persona que está pagando la internación de  
Sophie –dijo Ian. 
–Disculpen, esa información es privada.  
– ¿Podemos verla una vez más al menos? Por favor Kathy, ya sabemos que no se puede, pero es muy importante –dijo Ian. 
–Mmm… está bien, pero cinco minutos y nada más. ¿Ok? 
–Gracias Kathy, muchas gracias.  
  Subimos nuevamente al tercer piso, caminamos por el pasillo, entramos en la habitación  
78 y ahí estaba. 
–Hola Sophie.  
– ¿Vos de nuevo? Todavía estoy esperando que me saques de acá.  
–Menos mal que paciencia era lo que te sobraba –le contesté. 
–Tenemos que averiguar quién es el que está pagando tu internación.  
– ¿Tenés algo para decirnos? 
–Mmm… Lo único que sé es que es un hombre. Lo vi una vez, estaba de espalda en la puerta hablando con Kathy, tenía puesto un saco negro largo hasta las rodillas. Es lo único. Ahora, chau –dijo ella dándonos la espalda. 
–Chau, Sophie.  
  Salimos, nos despedimos de Kath, y fuimos afuera. Mientras salíamos, Ian me dijo: 
–Deberíamos esperar que Emma se recupere y venir los cuatro a buscar a Sophie. Descansemos unos días y aprovechemos que la casa de Frederick está alejada para ejercitarnos.  
–Sí, eso va a ser lo mejor.  
  Salimos y le comentamos esto a Frederick, quien estuvo de acuerdo con nosotros. 
– ¿Vos no tenés que trabajar? –preguntó Ian a Frederick. 
–Yo soy el dueño de los restaurantes, voy cuando quiero. 
  En el camino de vuelta, pasamos por un supermercado a comprar todo lo que necesitábamos. Los siguientes seis días estuvimos en la casa de Frederick. El martes 22 de octubre, estando los tres en el patio. Frederick entró a la casa a tomar agua mientras Ian y yo seguíamos practicando. Al salir, nos dijo: 
–Tengo que ir hasta el restaurante, me llamaron para que vaya urgente.  
– ¿Pasó algo? 
–No, nada grave, pero tengo que ir, soy el dueño. Voy a volver tarde, si necesitan salir usen mi moto –dijo él mientras subía a su camioneta y se iba. 
  Con Ian seguimos en lo nuestro. Entramos a la casa cerca del mediodía y, mientras  estaba por preparar algo para comer, sonó el teléfono. Atendió Ian. 
–Hola, sí, sí… perfecto, muchas gracias, ya vamos para allá, adiós. ¡Despertó Emma! 
  Salimos los dos en la moto al hospital. Apenas llegamos, nos topamos con el médico en los pasillos. Este nos dice: 
–Hola, despertó a la madrugada. Vino el ex esposo a verla esta mañana. Si quieren pasar sigan el pasillo hasta la habitación 4. Está a mano derecha, justo enfrente de los baños.  
–Gracias doctor –contestó Ian. 
– ¿El ex esposo vino a verla? –dije yo. 
– Eso parece, ya nos va a explicar todo ella.  
  Pasamos y la vimos. Ya estaba despierta, pero apenas podía moverse. 
–Hola Emma.  
–Chicos ¿Cómo están? 
–Estamos bien Emma, ¿y vos? –dije yo. 
–Sobreviviendo. Esta tarde vino el caradura de mi ex, se salvó de la muerte porque no me puedo mover porque sino lo estrangulaba con mis propias manos.  
– ¿Y para qué vino? –dijo Ian. 
–Según él para ver cómo estaba. Lo que no entiendo es cómo supo dónde estoy. Seguro me está haciendo seguir el muy desgraciado.  
–Tranquila, de nada sirve que te pongas así –dijo Ian.  
–Él tiene razón, ahora descansá y recuperate bien que te necesitamos en una sola pieza –le dije yo. 
– ¿Encontraron a Frederick? 
–Sí Emma, pero no pudo venir porque lo llamaron de urgencia del trabajo hoy a la mañana –contestó Ian. 
–Bueno Emma, te dejamos descansar –dije mientras nos retirábamos. 
  Al salir, le comenté a Ian: 
–Tendríamos que ir a la casa de la mamá de Frederick y ver si no se nos pasó algo por alto.  
–Por ahora lo único que podemos hacer es eso.  
  Decidimos pasar por el restaurante y preguntarle a Frederick dónde quedaba la casa de su madre. Fuimos y, cuando llegamos, me bajé y pregunté por él. 
– ¿Está Frederick acá? 
–No, él no viene hace… mmm... seis días ya. 
–Qué raro, esta mañana nos dijo que venía para acá. ¿Vos sabés dónde queda la casa de su mamá? 
–Sí, claro. Es acá a la vuelta, bajando una cuadra por la calle Picadini, justo en la esquina. Te vas a dar cuenta porque está tapada en yuyos y plantas.  
–Muchas gracias –dije y me retiré. 
  Fuera, le conté todo a Ian y juntos fuimos a esa casa. Fue un poco dificultoso entrar, pero  lo conseguimos. Era una casa de pocos ambientes –cocina, baño y habitación–. Ian revisó la cocina y el baño mientras yo miraba la habitación. Pude ver el espejo roto, los pedazos de vidrios y el estante empotrado del que Frederick me había comentado. Parecía que no había vuelto a ir desde aquella vez. Bajo este espejo, había una cómoda de tres cajones. Abrí el primero, nada; el segundo, nada; el tercero, nada. Luego, me acerqué a la mesa de luz y abrí el cajón; lo saqué por completo y me fijé al fondo, y nada. Pero cuando lo estaba por volver a poner en su lugar, vi que había un sobre pegado en la parte de abajo del cajón. Dentro de este, pude ver una foto del padre de Ian abrazado a una mujer en la puerta de una casa que decía: “Mavene 2”. Y por el lado de atrás decía: 

                                            24 de Noviembre del 1995, Milán, Italia. 
Querido Harold: 
Te escribo esta carta con el fin de animarme a mandártela algún día 
 Yo sé que, después de aquella vez, cada uno ha hecho su vida; nos separamos. Pero por más que intenté olvidarte no pude. Me casé, y como gran mentirosa quise convencerme a mí misma que el hijo que llevaba en mi vientre no era tuyo. Pero esa no era la realidad. Vos sos el padre de Frederick, el heredo mi don. Por suerte, esto no va influir en el siguiente clan. Al día de hoy, estoy aquí en el punto de encuentro de Mavene escribiendo esta carta. Sé que nos queda muy poco tiempo ya, pero este es nuestro destino. 
Te ama infinitamente, 
                                                                   Christina Blast 

–Ian, vení un segundo por favor. 
  Ian se asomó. 
– ¿Qué pasó? 
–Leé esto –le dije yo mientras le daba la foto. 
  Terminó de leer y dijo: 
–Es mi hermano…  
  Nos quedamos callados, hasta que después de un rato dijo: 
–Tenemos que ir a Mavene 12 y ver qué más podemos encontrar ahí.  
  Salimos de la casa, fumé un cigarrillo y subimos a la moto. Paramos en un negocio a preguntar si sabían dónde era la calle que estábamos buscando.  
–Buenas noches, por casualidad sabrá dónde queda  la calle Mavene –pregunté yo. 
–Sí señorita. Siga por esta derecho hasta que la calle se divida en dos. Ahí, tome el camino de la derecha. Tres cuadras después, va a encontrar la calle Mavene.  
– ¡Gracias! –dije mientras me retiraba con mucha prisa. 
  Le expliqué a Ian cómo llegar y nos fuimos. Fue fácil ubicar la casa. Una vez allí, nos dimos cuenta que la puerta funcionaba igual que la del pasaje Luxemburgo. 
–Creo que tengo la llave en mi cartera –dije yo. 
–Espero, porque si no estamos fritos –dijo Ian 
  Mi cartera era un gran desastre, un barril sin fondo; no se sabía lo que podía llegar a encontrar ahí. 
–Eureka, nunca dudes de la cartera de una mujer –dije yo mientras abría la puerta. 
  Cuando entré, pude ver una sala bastante amplia. En una de las paredes había una bandera de color roja en donde estaba dibujado el mismo pájaro del ladrillo de Luxemburgo. Sobre la mesa, una pirámide con un orificio en la punta y, por debajo de esta, una hoja con un dibujo de mi amuleto y los demás amuletos insertados, a su vez, en la punta de la pirámide. También en la hoja decía; “Aqoixivsiu”,  su significado era “Equilibrio”. Todo lo demás, cajones y estantes, estaban totalmente vacíos; no había nada. 
 




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