Lo terrible de su relación no era tanto las discusiones. Era la distancia que les hacía imaginar lo peor de la persona o de una situación trágica.
A él lo invitaban a salir constantemente y en su mayoría decía que sí. Realmente no le importaba los malos entendidos que se podían generar. Su pensamiento “superior” se basa en no creer los estereotipos sociales comunes. Por lo que siempre le ocultaba cuando salía con personas que podían poner en peligro su relación… mejor dicho, el amor de ella por él.
Ella casi siempre solía estar en casa y rechazar tajantemente las invitaciones de amigo y amigas. De la misma familia a un bar familiar. Simplemente por su enorme respeto que sentía por él y no deseaba dejar de amarlo.
Su relación siguió en silencio –por parte de él– y en sinceridad –por parte de ella–. Pero como cliché de la vida: era demasiado bueno para ser verdad.
Las cosas no siempre tienen mucha lógica y menos en la cabeza de un hombre que pierde a la mujer que lo hacía feliz. Ni los griegos comprendieron el real misterio del amor.
Un día una amiga común se encontró con ella en el centro y le invitó a tomar. Ella no accedió pero fue convencida con el argumento simple “si gustas le llamamos para que venga igual”. Ella se emoción y pensó en darle una sorpresa inolvidable. Y en efecto que lo fue. Contactaron a su novio y sin pesar dijo que sí. Y al llegar a la casa no la vio ni porque ella estuviera justo en la puerta: se dirigió a la mesa de bebidas y comenzó a gritar que era libre.
Terminaron ese mismo instante.
Ella le descubrió varios “secretos” (que no eran más que mentiras); y aunque no tenían ningún acaecimiento que destruyera el corazón, destruyó lo que ella creía de él. Ahora decía sí a todas la invitaciones pero sólo para olvidar a una persona que ella sabía perfectamente que jamás se alejaría de ella ni poniéndose una borrachera estilo México.
Él, por su parte, seguía con su vida. En apariencia decía estar bien; hasta ese momento donde, en una invitación demasiado tentadora y hablando consigo mismo, oró: Ojalá y lo comprenda- pensaba él.
Pues decir no, no siempre le fue sencillo. Era su primer no.
Ojalá comprenda que sólo con ella me la paso genial- se volvía a repetir sabiendo que no lo escuchaba y ya jamás lo escucharía.