Guerra de Palabras

CAPITULO 2

El departamento de Jared era un reflejo de su personalidad: sencillo, ordenado y funcional. No había nada que no fuera necesario, cada objeto tenía su lugar asignado y Jared lo sabía. Y si había algo desacomodado, él lo arreglaría, poniéndolo en su lugar.

Encendió el encendedor y prendió el sahumerio que sostenía en su mano, inhalando profundamente el aroma que se esparcía por el aire. Luego, comenzó a caminar por la casa. Su ropa deportiva y sus anteojos, que solo usaba para descansar la vista, contrastaba con su espacio.

Mientras caminaba, se oía la música de relajación, ruidos de la naturaleza que lo transportaban a un mundo de paz y tranquilidad. El sonido del agua cayendo, el canto de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas de los árboles entretanto limpiaba todas las malas energías que había en el ambiente.

—Oh, inspiración, ven a mí —dijo Jared con una sonrisa, mientras entraba en el comedor, esperando que la musa, con olor a dinero, lo visitara—. Sé que estás por ahí —agregó, con una mirada expectante.

En ese momento, la puerta del departamento se abrió y su manager, Ezequiel Brokson, entró con una mueca de incredulidad en su rostro.

—¿Qué...? —comenzó a decir, pero Jared levantó la mano, indicando que guardara silencio para no interrumpir su momento.

Ezequiel Brokson, el manager de Jared Devison, era un hombre de cincuenta y tres años con una mirada que expresaba "he visto de todo" y una sonrisa que parecía decir "y todavía me quedan algunas sorpresas".

Su vida amorosa había sido un desastre, especialmente después de que su mujer lo engañó con otro hombre hace más de diez años. Desde entonces, había jurado no volver a confiar en nadie, excepto en su trabajo y en su colección de trajes de lujo. Sin hijos, sin relaciones sentimentales, pero con una gran cantidad de experiencia en sacar a sus clientes de los líos en los que se metían. Y con Jared, siempre había algún lío que resolver.

Ezequiel conocía bien las extrañas costumbres de su cliente, pero nunca se acostumbraba a verlo caminar por la casa con un sahumerio, como si estuviera en un ritual de invocación.

Sabía que era mejor no interrumpir.

Jared Devison, un escritor prodigio de libros de acción y fantasía, había logrado un éxito impresionante desde sus dieciocho años. A sus veintitrés, su lista de publicaciones era extensa y su fama, indiscutible. Sin embargo, un temor lo acechaba: escribir sobre romance.

Su experiencia con el sexo opuesto era nula y se limitaba a su madre y hermana. Nunca había mostrado interés en las mujeres, ni siquiera había cruzado más de dos palabras con ellas, considerándolas solo un agujero en su billetera y en su tiempo.

Con un suspiro, Jared dejó el sahumerio en una porta sahumerio junto al ventanal que daba a la terraza. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones del aroma relajante, y exhaló lentamente, intentando calmar su mente y encontrar la inspiración que tanto necesitaba.

La vista de la terraza, con el sol comenzando a ocultarse detrás de los edificios, y la caída de veinte metros parecía invitarlo a reflexionar sobre su vida y su carrera, y como su cuenta bancaria estaba comenzando a vaciarse, pero no por una mujer, sino que por él mismo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Jared a su manager, mientras se giraba y caminaba hacia la cocina—. Se suponía que vendrías la semana que viene.

—Ya es la semana que viene —respondió Ezequiel con seguridad, siguiéndolo detrás—. Nos vimos hace tres semanas, Jared.

—He perdido la noción del tiempo —Jared susurró para sí mismo.

Luego, agarró una manzana del frutero y se la tiró a Ezequiel, quien la atrapó torpemente. Jared tomó otra manzana y la mordió. Después de tragar, se dirigió a Ezequiel, el hombre que lo molestaba cada tres semanas para ver cómo iba su trabajo, y hace más de un año tenía la misma respuesta para él.

—No hay avance, si te interesa —dijo Jared con una sonrisa irónica—. El libro sigue en el mismo lugar que lo dejé hace más de un año.

Ezequiel suspiró y abrió los brazos, señalando el espacio alrededor de ellos.

—Jared, no crees que en vez de estar encerrado aquí, rodeado de sahumerios y con ojeras cada vez más profundas... ¿No crees que sería mejor salir al mundo y conocer a alguien? Tal vez una mujer.

Jared lo miró con una expresión de aburrimiento absoluto.

—Aún no entiendo por qué quieren que mis libros tengan romance. Son perfectos tal como están.

—Pero no venden, Jared. Las ventas de tus libros están cayendo. Ya hemos tenido esta conversación muchas veces.

Jared se mordió la lengua, molesto.

—Qué directo —murmuró, mordiendo otro pedazo de manzana—. Los que piden romance en todo son gente que no sabe apreciar una obra maestra.

Ezequiel se acercó a su cliente, su voz tomando un tono más serio.

—Tu terquedad te llevará a la quiebra, Jared. Te quedarás sin dinero. Pero, tengo una idea que podría ayudarte.

Jared se tocó el pecho, ofendido.

—No soy pobre —mintió descaradamente.

—Lo serás, si sigues así. Para que puedas escribir algo de romance, ¿no crees que es mejor experimentarlo? ¿No crees que es hora de que conozcas a alguien, de que sientas algo real?

Jared entrecerró los ojos, sintiendo un mal presentimiento.

—¿A dónde quieres llegar, Ezequiel? ¿Qué estás insinuando?

—Conozco a una amiga —comenzó Ezequiel—, ella es manager de una escritora del sexo opuesto. —Jared enarcó una ceja, intrigado por la aclaración del sexo—. Está pasando por un bloqueo de escritor al igual que tú —continuó—. Ha estado así durante dos años y necesita un poco de inspiración sobre el romance.

Su cliente se sintió confundido.

—¿De qué estás hablando? —Inquirió, mordiendo otro pedazo de manzana.

Ezequiel se explicó.

—Me refiero a que sería bueno que pasen más de un mes ustedes dos solos, en un lugar lejano. Así pueden conocerse un poco y comprender lo que es el "amor".




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