Guerra de Palabras

CAPITULO 3

La oficina era pequeña, con un escritorio en el centro y cuatro sillas dispuestas alrededor ocupadas por los presentes. El aire parecía estancado, y el olor a polvo y papel que provenía de los muebles viejos llenaba las narices de todos.

Un pequeño ventilador en una esquina, parecía estar gritando de agonía mientras tiraba aire caliente con todas sus fuerzas.

Natasha y Jared se inclinaron sobre sus sillas, tomándose un momento para examinar el contrato sobre el escritorio que sus managers habían hecho.

La escritora lanzó una mirada de reojo al hombre sentado a su lado, con cabello castaño y ojos negros.

Desde el primer momento en que lo vio, supo que no era su tipo, y se sintió decepcionada. Tal vez por la obsesión con sus personajes ficticios o simplemente este hombre no le provocaba ninguna emoción.

Jared, por su parte, miró de reojo a la mujer sentada a su lado, con cabello negro y ojos almendrados. Era un poco más baja que él y delgada, con una piel blanca que parecía no haber visto el sol en mucho tiempo. Su rostro era normal, pero Jared conoció mujeres más bellas. Sin embargo, en ese momento, declaró que no era para nada de su agrado, aunque no estaba seguro de lo que le gustaba.

Tal vez su tipo ideal era un elfo de cabello plateado y ojos dorados, como los que salían en sus libros.

—Pueden agregar lo que deseen —comentó Emilia con una sonrisa.

—Sin sexo —Natasha respondió al instante. Jared hizo una mueca de desagrado, como si la idea de sexo con Natasha fuera repulsiva—. Tampoco contacto más de lo necesario.

El escritor se burló.

—No tienes que mencionarlo, claro que no tendremos sexo —declaro con un tono que hizo que Natasha frunciera el ceño—. Habitaciones diferentes, no dormiré en una misma cama con ella.

Ezequiel asintió, escribiendo en su computadora, con una sonrisa que parecía decir "esto va a ser un éxito" o más bien "espero que esto no sea un desastre".

—¿Algo más? — preguntó con emoción, al igual que cuándo miraba su sueldo depositado en su cuenta bancaria.

Ella leyó detenidamente el contrato, su mirada se detuvo en la cláusula que especificaba la duración del acuerdo: un mes y quince días.

—Si quiero irme, me iré —dijo con firmeza, mirando de reojo a Jared.

Él respondió con una sonrisa desdeñosa.

—Estoy de acuerdo, si quiero irme, me iré —mencionó con un tono de desinterés—, y lo haría sin mirar atrás.

Sus managers asintieron con aprobación, dispuestos a complacer a esta pareja de escritores que parecían como el agua y el aceite.

—Luego de esto, no nos volveremos a ver —sentenció Jared. Natasha asintió con aprobación, su expresión era igual de fría—. Y nadie fuera de esta habitación sabrá lo que hicimos.

Natasha respondió con un simple:

—Estoy de acuerdo —mientras cruzaba las piernas, su postura era relajada, pero su mirada era intensa—. En el momento que esto termine, nuestros caminos se separan.

Sus managers asintieron, de nuevo.

—¿Qué les gustaría tener? —preguntó Emilia, con alegría—. ¿Perro o gato?

—Perro —respondió Jared, con una sonrisa confiada.

—Gato —respondió Natasha, con una mirada desafiante.

Ambos escritores se avistaron con disgusto, como si estuvieran viendo a un enemigo. No coincidían para nada, y se preguntaron si esto funcionaría.

Ezequiel se aclaró la garganta.

—Pueden tener ambas —sugirió, como si estuviera tratando de mediar en una disputa.

Pero Natasha frunció el ceño.

—No me gustan los perros —refutó con firmeza.

Jared soltó un suspiro, sabía que entrar en una discusión con una mujer era un dolor en el culo, y él terminaría perdiendo.

—Bien, gato —se rindió, y dio el brazo a torcer—. ¿A dónde iremos?

Emilia sonrió.

—¿No quieren agregar nada más al contrato? —Sus manos se cruzaron y las dejó sobre el escritorio.

Los escritores se volvieron a mirar, sus expresiones reflejaban una mezcla de resignación y desesperación, con un pensamiento: ¿Tan bajo caí en la vida?

Ambos soltaron un suspiro y dijeron al mismo tiempo "nada más", como si sus cabezas estuvieran a punto de ser cortadas por una guillotina.

Ezequiel imprimió el contrato nuevo y se lo tendió a sus clientes favoritos, quienes firmaron sin más, como si firmaran un contrato con la muerte misma.

—Pueden tener una copia cada uno —ofreció Ezequiel, mientras les entregaba una copia del contrato firmado—. Todas las pautas se encuentran ahí, si en algún momento se sienten incómodos o ya no quieren seguir, solo deben llamarnos y esto se terminará. —Hizo una pausa y agregó—, O simplemente pueden apretar el botón rojo de emergencia.

Jared y Natasha se miraron confundidos.

—¿Botón rojo de emergencia? —preguntaron al mismo tiempo.

—Sí, es un botón que hemos instalado en la casa para hacer las cosas más divertidas, si en algún momento sienten que la situación se sale de control, solo deben apretarlo y nosotros iremos por ustedes.

—Dejen de hacer esas expresiones, no los estamos mandando a prisión —Emilia suspiró agotada, pero a la vez feliz, ya que podría tener unas pequeñas vacaciones merecidas—. Disfruten, están en la cúspide de la juventud y sé que esto les ayudará a ambos con sus libros.

Natasha y Jared volvieron a suspirar, claramente fatigados por la reunión.

—¿Cuándo comenzamos? —preguntó Natasha, mientras se frotaba los ojos.

Sus managers se vieron y sonrieron.

—Ahora —dijeron ambos al mismo tiempo.

«¿Ahora?», ambos pensaron, sorprendidos de que todo estuviera listo. Y ofendidos, por que se sintieron que los estaban echando de su propia casa sin poder protestar.

Sin embargo, salieron de la oficina por la puerta trasera, hacia un estacionamiento.

Mientras los escritores observaban con desagrado el Fiat Siena, que parecía haber sido pintado por una capa de óxido y haber pasado por sus peores batallas. Sus managers les acercaron sus valijas, que estaban guardadas en sus carros.




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