Natasha se encontraba frente a la heladera, donde habían pegado con un imán la gran lista de cosas que hacer en pareja. Se tocó la barbilla pensativa.
Había estado encerrada en su habitación durante días, intentando avanzar en su escritura, pero se había quedado bloqueada en una parte crucial.
Necesitaba inspiración, y rápido. Por eso, minutos después, mientras disfrutaba de un batido en la pequeña mesa de jardín, debajo de la sombra protectora de un árbol, Jared se encargaba de armar la pelopincho que había adquirido de segunda mano en algún lugar que ella desconocía.
—¿Sabes cuántas personas orinan en una pileta pública? —preguntó Natasha con una sonrisa burlona. Él puso los ojos en blanco mientras leía las instrucciones, claramente molesto por la pregunta—. Aunque no sea pública, también existen algunas en las que debes pagar, pero eso no te asegura que nadie haya orinado ahí. ¿Sabes lo feo que es nadar en la orina de los demás?
Jared la ignoró mientras estiraba la lona sobre el pasto, concentrado en su tarea.
—Debes asegurarte de que no haya ninguna piedra debajo —explicó, sin una pizca de remordimiento. Jared la miró y sonrió falsamente.
—¿Estás cómoda? —inquirió, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, claramente molesto.
Ella sonrió y asintió, levantando su dedo pulgar en aprobación. Aunque no le gustaba su cara ni su actitud, no podía negar que su cuerpo era inspirador. Mientras él le daba la espalda, podía ver sus músculos definidos, fruto de horas de ejercicio y dedicación.
No entendía por qué se cuidaba tanto, pero por lo menos valía la pena, o eso decía ella. Sin embargo, cuando se volteaba y veía su cara, la inspiración se esfumaba.
—No me gusta el sol, me hace mal —refutó, tomando un sorbo de su batido—. No entiendo por qué a la gente le gusta tomar sol solo para cambiar de color o ir al mar. ¿Acaso no saben que están nadando con orina no solo de humanos, sino también de especies marinas?
El escritor la miró con una expresión molesta.
—Hace calor, Natasha, estás hablando mucho. ¿No crees que deberías ayudarme tú también?
Ella lo había sacado de la habitación a rastras porque necesitaba inspiración. Al principio, Jared se negó, aduciendo que estaba en su siesta matutina, pero Natasha lo convenció golpeando su conciencia con su diente roto.
Así que tuvo que levantarse y conseguir una maldita pileta que no sabía armar, porque tampoco se metería en una pileta pública donde habían orinado otras personas.
La mujer sonrió para sí misma mientras observaba a Jared luchar con la pileta. De cierta forma, disfrutaba que él no le negaba nada de lo que pedía.
Ella se puso el gorro y los lentes de sol, y caminó hacia Jared con una sonrisa confiada.
—¿Qué tan difícil puede ser? Llevas como media hora leyendo esto. —Le quitó el papel de las instrucciones de las manos—. Vamos, dime las instrucciones, yo la armaré. —Le devolvió el papel.
Jared hizo una mueca de aprobación tomando de nuevo el papel y caminó hasta la sombra, donde se sentó en la mesa del jardín.
—¿A dónde vas? —le preguntó Natasha, frunciendo el ceño—. Tienes que decirme las instrucciones.
—Lo haré mientras termino mi batido —respondió Jared, limpiando con su remera la punta del sorbete del batido de frutilla donde ella había puesto su boca antes.
Ella lo miró de mala gana mientras él le daba un sorbo al batido, que aún estaba frío.
—Tienes que pasar los tubos por las aperturas —le leyó, comenzando a darle instrucciones.
En tanto, Nat derramaba sangre y sudor por armar la pileta, Jared puso música de relajación y siguió dando instrucciones, a veces intencionalmente mal para verla molesta.
Se rio para sí mismo mientras escuchaba a Natasha maldecir y tener que desarmar algunas partes, eso era música para sus oídos.
A la mañana siguiente, la pileta estaba llena y lista para ser usada, pero ambos decidieron esperar al atardecer para que el sol no fuera tan intenso. Cuando finalmente se decidieron a entrar, ella se fijó en que él todavía llevaba toda su ropa puesta.
—¿Por qué tienes toda tu ropa puesta? —Lo miró con los ojos entrecerrados.
—No dejaré que me veas desnudo —contestó, acomodando su ropa—. Además, tú también tienes toda tu ropa puesta.
Ella alzó las cejas y lo repasó con la mirada.
—No eres digno de ver mi cuerpo desnudo.
—No hay mucho que ver —se burló, y se metió a la pileta. El agua no le llegaba ni a las rodillas, así que se giró y notó la molestia de la escritora—. Hagamos esto rápido.
—Tienes que aprender a tratar a las mujeres, ya te lo he dicho. —Se metió en el agua, que le llegaba un poco por encima de las rodillas—. ¿Acaso no tienes modales?
Jared la miró con los brazos cruzados.
—¿Cómo tú los tienes cada vez que me ves cuando volteo?
Natasha también se cruzó de brazos, imitando su pose.
—Creo que tienes mucho amor propio para pensar de esa forma —bufó. Pero para sí misma se dijo que sería más cuidadosa cuando lo viera en secreto—. Entonces, ilumíname con tu energía masculina.
El suspiro.
—Haces a tus personajes demasiado perfectos —Se tomó la barbilla pensativo, cambiando de tema—. Los hombres no solemos mostrar demasiadas emociones.
—Eso... —iba a contradecirlo, pero lo pensó un momento—. ¿De verdad? ¿Ni siquiera con las mujeres cercanas a ellos?
Ella sabía que los hombres no eran muy abiertos con sus emociones, pero pensó que al menos lo serían con la mujer que amaban.
Él se sentó en la pileta con las piernas estiradas y Natasha repitió sus movimientos, sentándose al otro lado.
—Algunos lo harán, pero no tan emocional como tú lo haces ver —respondió, moviendo sus manos sobre el agua—. Bien, ¿qué deberíamos hacer?
—Yo solo escribo como sería a través de mis ojos un hombre —confesó, mirándolo—. No entiendo por qué en la vida real se guardan tantas cosas para ellos mismos, aun si tienen a alguien con quien compartirlo.