Los días transcurrieron rápidamente hasta la llegada del gran banquete en honor a la sobrina del rey, la noticia de su llegada ya se había extendido por toda la nobleza, despertando curiosidad y murmuraciones entre los asistentes. Desde los duques hasta los barones de menor rango, cada familia noble del reino acudió con el deseo de conocer a la pequeña de la que tanto se hablaba.
En una de las habitaciones del palacio, Sasha terminaba de vestir a Eira con esmero. El vestido, diseñado especialmente para ella, era de un azul celeste profundo con delicados bordados en blanco y plata que imitaban pétalos de flores. A diferencia de los vestidos de otras jóvenes nobles, el suyo tenía mangas largas y un forro interno de lana fina, pues aún no se acostumbraba al frío de Velmora.
Sasha se arrodilló frente a ella y, con delicadeza, acomodó el broche del cuello antes de tomar el collar que le había regalado la archiduquesa. Aquel colgante tenía una fina cadena de plata con un broche del mismo material.
—Majestad, no permita que nadie la intimide aunque no conozcan su origen.—murmuró Sasha mientras lo aseguraba detrás de su cuello.
Eira tocó la joya con sus pequeños dedos, su expresión era indescifrable. Poco después, la pequeña fue guiada hasta el gran salón donde la esperaba la familia real.
Las puertas del salón se abrieron y la voz del heraldo resonó con claridad:
—Lady Eira von Beliáyev.
Las conversaciones cesaron de inmediato. Todas las miradas se dirigieron hacia la pequeña que descendía las escaleras con pasos cuidadosos, su manita aferrada a la de Sasha.
—Es muy pequeña…
—Qué pena… ¿recordará siquiera a sus padres cuando crezca?
—Dicen que la reina la quiere como a una hija.
Pero entre los comentarios suaves, se escucharon algunos más crueles:
—Seguramente envidiará a sus primos cuando crezca.
—Si no la comprometen pronto, podría ser un problema en el futuro.
Sasha sintió su mandíbula tensarse, pero Eira no reaccionó. Caminó con calma, manteniendo la vista fija en la familia real que la esperaba.
El rey Edric y la reina Isolde la recibieron con sonrisas amables.
—Te queda muy bien ese vestido, Eira —dijo la reina, tomando su mano con suavidad—. Ven, te presentaremos a algunos nobles que verás con frecuencia en el palacio.
Uno a uno, Eira fue presentada ante los duques y condes. Las damas de la nobleza la miraban con dulzura.
—Es adorable —susurraron algunas—. ¿Cuántos años tiene?
—Apenas tres —respondieron los reyes con paciencia.
Las formalidades pronto dieron paso a un ambiente más relajado cuando Anton y Selene se acercaron a ella.
—Ven con nosotros, hay bocadillos deliciosos —dijo Selene, tomando su mano con entusiasmo—. Hay de chocolate, fresa, frambuesa…
—Seli, estamos en un banquete —intervino Anton con un suspiro—. Debes comportarte con educación.
Pero Selene solo rodó los ojos, sin soltar a Eira.
—Seguro que le gustan —insistió, llevándola con ella hasta una mesa, acompañadas por el joven principe.
—Prueba estos, son mis favoritos —dijo Anton, alcanzándole un pequeño pastelillo de crema de vainilla.
Eira lo tomó con cuidado y dio un mordisco. Era dulce, pero no empalagoso.
—¿Te gusta? —preguntó Selene, con los ojos brillando de emoción.
Eira asintió lentamente.
Anton sonrió, satisfecho.
—Bien, porque hay muchos más.
La pequeña velada continuó con un ambiente mucho más ligero que al inicio de la noche.
Al día siguiente, la ciudad se vistió de gala para el desfile conmemorativo, un evento que celebraba la fundación de Velmora y la lealtad de su pueblo. Las calles estaban adornadas con banderines y estandartes con los colores del reino: azul profundo y plata. La nieve, que cubría los adoquines de la capital, brillaba bajo la luz del sol invernal.
Desde los balcones y plazas, los ciudadanos vitoreaban mientras los soldados marchaban con precisión impecable, sus armaduras reluciendo con cada movimiento. La caballería, montada sobre poderosos corceles, avanzaba en formación perfecta, seguidos de estandartes ondeando con orgullo.
Pero lo que más llamó la atención fue el lujoso carruaje que transportaba a la familia real. Tallado en madera oscura y decorado con detalles en plata, el vehículo avanzaba con gracia por la avenida principal.
Edric y Isolde iban sentados al frente, con Anton y Selene frente a ellos. Justo entre los principes, envuelta en una pequeña capa blanca con ribetes plateados, estaba Eira.
Las murmuraciones entre la multitud no tardaron en estallar.
—¿Es ella?
—Sí, la sobrina del rey… dicen que no había visitado nunca el reino.
—Es tan pequeña…
—Y aún así, tiene una presencia inusual.
Algunos observaban con simpatía a la niña que, a pesar de su corta edad, mantenía una expresión serena mientras miraba a la multitud. Otros, en cambio, veían con desconfianza su cercanía con la familia real.
Cuando el carruaje llegó a la explanada del palacio, los reyes descendieron con elegancia. Anton ayudó a Selene, y Sasha levantó a Eira con cuidado, entregándosela a la reina antes de bajar.
Una vez dentro del palacio, la familia real subió al gran balcón que daba vista a la plaza principal. Debajo, la multitud se había reunido, esperando expectante.
El rey Edric levantó una mano y el bullicio cesó. Su voz resonó con firmeza y orgullo.
—Ciudadanos de Velmora, hoy es un día especial. No solo celebramos nuestra historia y la paz con Valdarys, sino que también les presentamos a un nuevo miembro de nuestra familia.
Un susurro recorrió a la multitud.
—Ella es Lady Eira von Beliáyev, nuestra sobrina y desde hoy, una hija más de este reino.
Isolde, de pie junto a él, apoyó una mano en el hombro de la pequeña, mientras Eira miraba con atención a la gente.
Anton se inclinó hacia ella y susurró:
Editado: 27.03.2025