Días después del gran desfile, la rutina en el palacio de Velmora transcurría con tranquilidad. Eira y Selene jugaban en el patio central, rodeadas por la luz dorada del sol que filtraba entre los árboles. Las risas de ambas resonaban en el aire, dibujando un cuadro de inocencia y felicidad infantil. Desde la distancia, un conde las observaba con atención, su mente calculadora trabajando con rapidez. Si lograba comprometer a su hijo de siete años con la sobrina del rey, podría asegurarse una conexión directa con la familia real y, con ello, mayor influencia.
Convencido de su idea, el conde se dirigió de inmediato al salón del trono. Su paso era rápido, ansioso por proponer su plan. Al llegar, fue anunciado y le permitieron la entrada tras unos momentos de espera. Justo cuando se abrieron las puertas, vio salir a un duque de alto rango, quien le dirigió un breve saludo cortés antes de continuar su camino.
—Un gusto, Conde Krause —dijo el duque con una inclinación leve de cabeza.
—El placer es mío, duque Eisenberg —respondió apresurado—. Me disculpará, tengo asuntos urgentes que atender con Su Majestad.
El duque no dijo nada más y se marchó. Con una sonrisa confiada, el conde entró al salón y saludó con entusiasmo.
—Su Majestad, es un placer estar en su presencia. Antes de entregarle mi informe, me gustaría hacerle una propuesta.
Eric, que hasta el momento había estado revisando documentos, levantó la vista con curiosidad y asintió.
—Adelante, ¿Qué tienes en mente?
—He estado reflexionando sobre el futuro de Lady Eira. Considerando su importancia dentro de la nobleza, sería prudente comprometerla desde ahora con alguien de su misma edad y estatus. Propongo a mi hijo. Creo que sería un excelente lazo entre nuestras familias —dijo el conde con entusiasmo.
El rostro de Eric se endureció de inmediato. No podía comprometer a la princesa imperial sin consultar al emperador. Además, la idea le resultaba desagradable. Eira era aún una niña y merecía decidir su propio destino.
—Aprecio tu preocupación por el futuro de mi sobrina —dijo con voz firme—, pero no la comprometeré. Ella crecerá en este palacio junto a mis hijos y, cuando sea el momento adecuado, decidirá su propio camino.
El conde se quedó en silencio, sintiendo cómo la decepción lo invadía. Había esperado una respuesta favorable, pero había subestimado la postura del rey.
—Entiendo… esperemos que cuando crezca tome una decisión sabia —dijo con un tono apagado—. En fin, procederé con mi informe.
—En algunos territorios agrícolas se ha registrado una baja en la producción. Algunos cultivos muestran signos de deterioro, como si estuvieran quemados sin razón aparente.
Eric frunció el ceño. Una crisis alimentaria podría desestabilizar el reino si no se tomaban medidas a tiempo.
—Entonces ve y estudia la situación. Quiero un informe detallado sobre el avance de este fenómeno.
—Como ordene, su majestad. En un mes regresaré con el análisis, a menos que la situación empeore. Si veo un avance preocupante, volveré de inmediato para plantear soluciones.
—Bien. Adelante, conde Krause. Ven en cuanto tengas más información.
El conde realizó una reverencia y se retiró.
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Mientras tanto, Selene y Eira habían terminado su juego y se dirigían a la cocina en busca de pasteles. En el camino, Selene recordó que quería entregarle a Eira un libro de cuentos sobre una heroína que salvaba a su reino.
—Ve adelantándote, Eira. Iré por algo a mi habitación —dijo Selene con una sonrisa, antes de alejarse apresurada.
Eira asintió y continuó su camino, caminando con cautela por los pasillos iluminados por candelabros. Aún no se acostumbraba del todo a la estructura del palacio y trataba de memorizar las rutas. De repente, sintió una mano fuerte tomándola del brazo y jalándola sin previo aviso.
La pequeña forcejeó con todas sus fuerzas, pero no pudo liberarse. Su respiración se aceleró, y el miedo la paralizó. Se arrepintió en ese instante de haberle dicho a Sasha que podía ausentarse. ¿Por qué no había pedido ayuda a un sirviente?
Intentó gritar, pero una mano áspera le tapó la boca. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Sin embargo, antes de que la situación empeorara, una voz firme resonó en el pasillo.
—¡Suéltala, Marqués! —ordenó Anton con un tono sorprendentemente autoritario para su edad.
El hombre se giró con molestia, frunciendo el ceño.
—¿Príncipe? No sé de qué habla, solo estoy retirando a una niña de los pasillos. Seguramente es la hija de algún conde descuidado.
—Si hubieras asistido a la celebración, sabrías que has cometido un grave error —replicó Anton, cruzándose de brazos—. Esa niña no es cualquier noble. Vamos al salón del trono y confirmaremos su identidad. Pero antes, bájala de inmediato.
El marqués resopló con molestia, pero obedeció, dejando a Eira en el suelo. Sin embargo, en lugar de soltarla por completo, la jaló del brazo con rudeza para seguir caminando. Sasha y el guardia dieron un paso adelante, pero Anton los detuvo con un gesto. Él quería que su padre manejara esto personalmente.
Al llegar a la sala del trono, el rey Eric, que conversaba con el duque Eisenberg, alzó la vista. Pero su expresión se endureció al ver al marqués sujetando a Eira con fuerza.
—Marqués… suéltala ahora mismo si no quieres perder tu título —dijo Eric con una frialdad gélida.
El marqués abrió la boca para replicar, pero al ver la ira en los ojos del rey, dejó caer la mano de la niña como si lo hubiera quemado. Eira corrió de inmediato a los brazos de Sasha, sollozando.
—Su Majestad, no entiendo el alboroto. Solo era una niña cualquiera…—Minimizó la situación.
—No. No era cualquier niña. Es mi sobrina y la protegida de este reino —replicó Eric con tono tajante—. Y tú has cometido una ofensa imperdonable.
El marqués palideció.
—Yo… no lo sabía…
Editado: 27.03.2025