Guerra entre Hermanos

8

—Hoy cambiaremos un poco la rutina. —Informó O'connor. Yo asentí con gusto, estando en la pista de atletismo hice un calentamiento previo, para luego hacer uno un poco más pesado, ya entrando en calor. No queriendo lesionarme o algo similar.— Hoy, haremos un entrenamiento distinto, centrándonos completamente en las vallas. —Asentí estirando una pierna hacia atrás, y dejándola caer bruscamente, me posicioné para las instrucciones.— Casi siempre se parte seis, siete metros antes de la primera valla, tú entrenarás con cinco metros con una carrera rápida, te encontrarás con tu primera valla, has un salto limpio, pies derecho, pies izquierdo, cae y corre a la siguiente valla. —Asentí entendiendo todo por completo, si mal no recuerdo la última vez que practicamos vallas yo termine lesionada y en el hospital, tenía fe de que ahora no iba a ser igual.— ¡A la señal! —Gritó O'connor, luego de unos segundo sonó el silbato.

Corrí por mi línea cuando al llegar me acobardé. Deteniéndome justo en frente de la valla.

—Emma, ¿Qué pasó? —Preguntó algo preocupado y a la vez molesto.

—Nada, nada. Iré otra vez. —Corrí hasta mi posición colocándome y tratando de visualizar en mi mente cómo hacerlo de una manera fácil. Al sentir el silbato por segunda vez, nuevamente corrí y al estar a unos centímetros de la valla salté equivocadamente, enredando mis pies con el borde inferior de la valla de acero, terminado en el suelo, con las manos rojas.

—¿¡Estás bien!?

—Sí, sí —Me levante de un salto, sacudiéndome a la vez el culo—. Vamos de nuevo. —Fue así como nuevamente me coloqué y seguí intentándolo una y otra vez, exactamente por dos horas. Gemí de dolor cuando me rrasmillé por milésima vez la rodilla ensangrentada.

—Basta, basta —Dijo O'connor levantándome, mirándome ahora las heridas, susurró:—. Dios mi niña lo siento tanto, debí haberte obligado a parar. Nunca debí quedarme a ver cómo te matabas.

Suspiré con ganas de llorar, me dolían demasiado las manos y las rodillas.— Vamos a las regaderas, dúchate. Te llevare a casa, mañana te daré libre. O hasta que esas heridas se curen, nada de piscina, ni de correr. Mantente lejos del agua unos días, llamaré a Horacio —Habló rápidamente en eso que me ayudo hasta dejarme afuera de las regaderas, le insistí que no era para tanto. Solo era un leve rasmillón, el necio no me creyó, pero se dio por vencido cuando le dije que me tardaría, y que llamaría a Christian para que me recogiera—. Está bien niña, iré a ordenar.

—¡No! —Me miró extrañado—. Yo lo hago. No te preocupes, solo quiero estar un rato sola, siento que perdimos el tiempo, hoy.

—Nena, no todos los días se gana. —Sonreí viéndolo coger sus cosas, besar mi frente y salir del gimnasio.

Fue entonces cuando la idea más estupida se me ocurrió, seguir entrenando.

Vi el gigantesco reloj del gimnasio sobre mi cabeza, 13:46.

No creo que me venga mal un poco de entrenamiento.

Trate de intentarlo sin correr, saltar la valla, pero aún sujetándome de la valla, la botaba. Además de rozarme fuertemente mi parte íntima. Hice una mueca tratando de encontrar una manera. Así que no me quedo de otra que correr y ver lo que me deparaba el destino.

Lo intente creo que diez veces más, perdí la cuenta a la quinta vez. Me senté más que lastimada en las bancas cerca de la pista, y me detuve a admirar mis rodillas, manos, codos y brazos. Los moretones se hicieron presentes junto con las heridas en mis rodillas y codos.

Mis manos estaban acalambradas, suspiré pesadamente, negando con la cabeza. Cogiendo la valla y llevándola a la bodega la termine arrojando con ira dentro. Solloce dándome por vencida.

Fui un total fracaso.

Una vez en el baño, me coloqué bajo el caliente chorro de agua, grite de dolor, las heridas me ardían demasiado. Y lo peor no era eso, sino que habían comenzado nuevamente a sangrar.

Cerré fuertemente los ojos, y colocándome unas gasas que traía en mi bolso deportivo, me enrollé los codos, ambas rodillas y una de mis muñecas que tenía una herida lo bastante inflamada.

Colocándome cuidadosamente mi ropa deportiva limpia una vez que me había secado, me coloqué una sudadera gigante de Chris, y unos pantalones de chandal sueltos de color negro, a simple vista no se me notaban los moretones lo cual agradecí, así iba a pasar desapercibida y no iba a recibir un regaño adicional.

No estoy de ánimos.

Sonreí a medias mirándome en el espejo de las regaderas y tomando mi bolso, cogí un taxi en la avenida, en dirección a mi casa.

Al llegar allí y pagarle al taxista, papá me estaba esperando en la puerta, mirándome fijamente.

—¿Dónde estabas?

—Entrenando.

—O'connor llamó hace una hora, dijo que ya habían terminado. Dime la verdad Emma Emilia. —Trague saliva, mi padre realmente parecía molesto, pero esta vez estaba demasiado delicada y no quería contestar, me sentía mal y tenía muchas ganas de llorar.

—No te miento. Podemos hablar en otro momento. Estoy muy cansada, papá por favor. —Hablé con la voz quebrada, el preocupado no pregunto más a lo que yo agradecí.

Subí rápidamente las escaleras y antes de abrir mi puerta. Christian me llamo desde su habitación, deteniéndome.

—Hasta que llegas, ¿Se puede saber dónde estabas? —Volteándome a verlo, finalmente me rompí por completo.

—Christian. —Dije en un sollozo, él como respondiendo a mi petición, más que preocupado corrió donde mi y me abrazo.

—Enana, dime qué pasá. Dime por favor.

—Abrázame —Supliqué—. Solo abrázame. —Sollocé, por mucho que su agarre me doliera, necesitaba sus brazos envolviendo mi cuerpo débil, necesitaba su calor.

Lo necesitaba a él.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.