Los rayos del sol entraban por los ventanales de la habitación de Mateo, traspasando las delgadas cortinas que los cubrían. El príncipe dormía cómodamente en su cama, hasta que una voz fuerte y cargada de rabia lo despertó.
—¡Mateo! ¡Mateo! —gritó el rey de Cosmos.
Los ojos de Mateo se comenzaron a abrir y frente a él, observo la silueta de una persona enorme, a quien veía de forma borrosa, ya que aún no se había adaptado a la luz. Aún estaba soñoliento, y fue el impacto del periódico en su cara que lo hicieron despertar y darse cuenta de que la persona que estaba delante de él era su padre, el cual estaba hecho rabia.
El rubio se sentó en la cama tan rápido como pudo. Agarro el periódico en su mano y pudo apreciar que quien estaba en la portada del periódico era él, saliendo a escondidas del reino de Maragos, al lado del Deacon.
El príncipe de Cosmos: Mateo Roussos. En el reino de Maragos. ¿Sera este un posible tratado de paz?
—¡¿Explícame que es esta mierda, Mateo?! —exclamó su padre. Mateo cerró los ojos ante el fuerte tono de voz de su padre. Quería morirse o encontrarse lejos del reino en ese momento. Ver a su padre furioso hoy, no estaba en sus planes. —¡Contesta!
—Papá, esto tiene que ser un error —confesó, viendo a su padre y dejando el periódico a un lado de la cama.
—Me estas mintiendo Mateo. Las cosas que salen en el periódico no son errores, se te ve muy feliz en el territorio enemigo, has roto nuestra confianza y la que le tenía a tus hermanos por ser capaces de mentirle a su propio padre.
—Papá, lo siento, pero yo no podía quedarme aquí encerrado cuando hay muchas cosas allá afuera que puedo ver. Quiero vivir, quiero ver el mundo más de cerca no desde lejos y mucho menos dentro de una carroza cada mes.
El rey Gregory no podía creer lo que le estaba diciendo su hijo. Fue capaz de desobedecerlo y más aún a altas horas de la noche cuando el peligro era mayor.
—He sido muy débil contigo, Mateo y te has aprovechado de eso. Creo que no te he educado como a tus hermanos por eso haces lo que quieres sin importar que.
—¡Padre! —exclamó. —Yo solo quiero que esta guerra termine, hable con el rey de Maragos y me pidió que te dijera que debían hacer las paces.
El rey rio a carcajadas ante lo que su hijo le estaba contando. Lo agarro del brazo y lo llevo a uno de los ventanales de la habitación haciendo las cortinas a un lado con su mano derecha.
—¿Vez aquel guardia muerto?, lo ha mandado el rey de Maragos con este periódico en donde señala con sangre la parte mágica ´´ ¿Sera esto un tratado de paz? ´´ —Mateo quedo petrificado al ver al guardia tirado en el suelo con el rostro manchado de sangre, preguntándose porque el rey de Maragos le había mentido. —Tu querido socio, con esto confirma que no quiere la paz. Lo único que quería era que tu imagen saliera en el periódico para que su familia se alimentara de la nuestra. Eso significa que quiere destruirnos como familia, y que yo te diera una buena lección como nunca te la he dado antes. Y lo ha conseguido.
La mirada de Mateo se quitó el guardia que estaba en el suelo con una herida en el pecho y con el rostro desfigurado, se volvió hacia su padre, teniendo los ojos vidriosos. Su padre lo arrastro con fuerza fuera de su habitación, y aunque no quería seguirle, debía acceder al paso al mismo ritmo en el que su padre caminaba, o de lo contrario, se caería al suelo.
Mateo aún estaba procesando todo lo que había pasado. No podía asimilar que aquella amabilidad del rey fuera mentira, pero escuchando lo que decía su padre y viendo el periódico, no le quedo más opción que terminar aceptando que aquella amabilidad era una completa falsa.
Mateo fue sacado del castillo por su padre. Este lo llevaba hacia el calabozo, lo sabía porque la dirección que estaba tomando su padre era hacia esa parte del castillo que desde niño le había provocado terror. Aquel lugar desolado y oscuro era su pesadilla, la más temible de todas.
No fue capaz de decir una sola palabra mientras caminaba con su padre el cual gruñía de coraje y daba pisadas como si quisiera romper el suelo. Cuando llego al calabozo, su mirada se puso en sus hermanos, lo cuales estaban en una de las celdas del calabozo, juntos. De inmediato su corazón se embargó de una gran tristeza, y comenzó a negar con la cabeza, mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Saber que sus hermanos estaban en aquel calabozo por su culpa, era horroroso.
—¡Padre! —exclamó Mateo. —Yo aceptare mi castigo, pero a ellos déjalos fuera de esto.
El rey aun sostenía con fuerza el brazo de su hijo y rio a carcajadas, deteniéndose frente a la celda que estaba Maximus y Greta. Miro al rubio y negó con fastidio.
—Tanto tú, como tus hermanos me han desobedecido, agradezcan que solo los dejare en este calabozo y no lo saco a patadas del reino, para que se vayan a vivir en la miseria.
Gregory empujo a Mateo al calabozo. Greta lo sostuvo en sus brazos para que no se cayera al suelo, y Maximus se mantenía sentado en una de las esquinas del calabozo, como si estar ahí no le importaba en lo absoluto.
Cuando Mateo logro estabilizarse, se dio la vuelta y encaró su padre.
—Prefiero vivir en la miseria que vivir en este reino de mierda que lo único que nos ha dado es un grupo de enemigos y un padre que no mira más allá de sus narices. Ahora entiendo porque mamá se fue y te dejo...
—¡Mateo! —exclamó Greta con el corazón palpitándole a mil. Ahora se mantenía detrás de su hermano mientras miraba a su padre el cual había entrado a la celda ante las acusaciones de su hijo.
—Y según tú, ¿porque tu madre me dejo? —preguntó el rey, mirando fijamente a Mateo.
El rubio sin sentir ni un poco de miedo ante la mirada de su padre, se liberó de las manos de su hermana y dio un paso al frente manteniéndole la mirada a su padre.
—¿Por qué será?, porque no aguanto vivir una vida de mierda junto a un esposo que lo único que hacía era cosas que lo beneficiaran sin importar que perjudicara a otras personas. Porque lo único que veías era tú propio bien y la tenías como un títere para que hiciera lo que tu querías que ella hiciera.