Gz: Equipo Z

Capítulo 9- La Princesa

El cielo de Mhuel estaba despejado, pero una extraña quietud flotaba en el aire, como si la ciudad contuviera la respiración. Los tres guardianes, Manuel, Miguel y Merlín, regresaban al laboratorio tras revisar informes de energía residual, aún con la reciente revelación del doctor sobre Kairos fresca en sus mentes.

—No sé ustedes —dijo Merlín, ajustando su bastón—, pero después de todo lo del guerrero amarillo, cualquier cosa que se mueva me parece sospechosa.

—Eso incluye los rayos que hemos estado detectando —respondió Manuel, con la espada de luz descansando a su lado—. Tenemos que estar listos.

Justo cuando hablaban, los brazaletes brillaron con un destello inusual. Un sonido agudo, casi musical, resonó a través del laboratorio: la señal de un nuevo ataque.

—¡Rápido! —gritó Miguel—. ¡Se activa uno de los rayos de la ciudad!

Los tres cerraron los ojos un instante, y en segundos sus trajes de látex rojo, azul y verde brillaron, iluminando la habitación con energía blanca pura. Salieron disparados hacia el origen del rayo: una juguetería en el centro de Mhuel.

Allí, sobre un estante polvoriento, una muñeca con vestido de princesa comenzó a temblar. Sus ojos azules de cristal se encendieron con un resplandor rojo y negro. En un instante, la luz negra la envolvió, y la figura creció desproporcionadamente, estirando brazos y piernas de porcelana hasta convertirse en una amenaza gigante, con una sonrisa malévola y coronada con hilos de luz oscura que parecían fluir como cabello.

—¿Una muñeca gigante? —dijo Merlín, incrédulo—. ¿En serio?

—No subestimen la luz negra —advirtió Manuel—. Este enemigo puede ser pequeño, pero peligroso.

La Princesa se movía con rapidez sorprendente, lanzando fragmentos de porcelana y cadenas de su vestido hacia los civiles que intentaban escapar. Sus movimientos eran gráciles, pero mortales.

—Yo me encargo de distraerla —dijo Manuel, avanzando con la espada en alto, cortando con precisión los brazos de porcelana que se lanzaban hacia ellos.

—Y yo me concentro en contenerla —añadió Merlín, levantando una barrera verde que desviaba los escombros y protegía a los civiles—. Este bicho parece pequeño, pero sus reflejos son rápidos.

—Yo… —dijo Miguel, tomando el martillo—. Voy a usar “Martillo del Corazón” para debilitar la energía negra sin destruirla del todo. No quiero que sufra nadie inocente.

La Princesa lanzó un ataque directo contra Miguel, sus brazos de porcelana girando como látigos. Él retrocedió, canalizando toda su energía vital en el martillo. Una onda azul envolvió a la criatura, ralentizando sus movimientos y haciendo que sus ojos centellearan con dudas.

Merlín aprovechó la oportunidad y cerró la barrera en torno a la muñeca, limitando sus movimientos mientras Manuel atacaba en línea recta, sus cortes de luz rebotando en el cuerpo de porcelana. Cada impacto hacía que la muñeca crujiera, pero nunca se rompía por completo.

—¡No es suficiente! —gritó Merlín—. ¡Tenemos que combinar ataques!

—¡Ahora! —ordenó Manuel.

Los tres unieron fuerzas: Manuel lanzó un tajo horizontal brillante que cortó los hilos de energía oscura que rodeaban la muñeca; Miguel descargó un golpe ascendente con el martillo, liberando una onda azul que sacudió todo el cuerpo del monstruo; y Merlín concentró su bastón para amplificar la energía de ambos, encerrando a la Princesa en un destello verde-azul cegador.

La criatura chilló, un sonido que mezclaba porcelana quebrándose y una risa distorsionada. Finalmente, con un último resplandor, la Princesa se desintegró en pequeños fragmentos brillantes que cayeron suavemente al suelo, sin dañar la tienda ni a los civiles.

El silencio llenó la calle. Los tres respiraban con fuerza, cubiertos de polvo y con sudor en la frente.

—Otro día, otra batalla —dijo Manuel, bajando la espada—. Pero si seguimos así, vamos a necesitar más coordinación y práctica.

—Y más café —agregó Merlín, con su clásico sarcasmo, aunque una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.

Miguel miró los restos de la Princesa y respiró profundo.
—No importa lo pequeños o raros que sean los enemigos… cada uno de ellos pone a prueba nuestra humanidad. Y tenemos que recordarlo siempre.

Mientras los tres se alejaban de la juguetería sin percatarse que una muñeca movía los ojos.

El sol comenzaba a caer sobre Mhuel, tiñendo de naranja las calles mientras los tres guardianes se separaban para regresar a sus hogares, buscando un breve respiro después de otra intensa batalla.

Manuel, el líder del grupo, caminaba por una avenida tranquila, con la espada aún asegurada en su espalda bajo la chaqueta. Entró en un departamento donde su madre lo esperaba con una cena ligera. La mesa estaba puesta con cuidado; platos de pasta, ensalada y un vaso de jugo de naranja. Su madre sonrió al verlo entrar, percibiendo la tensión que aún llevaba en el rostro.

—¡Llegaste temprano! —dijo ella, mientras Manuel se quitaba los guantes—. ¿Cómo te fue hoy?

—Bien… aunque cada vez las cosas se complican más —respondió Manuel, tomando asiento—. Todo depende de nosotros, mamá. Si no hacemos las cosas bien, alguien podría salir lastimado.




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