Gz: Equipo Z

Capítulo 11- Caída y renacimiento

El laboratorio estaba en silencio. La batalla contra Torren había dejado cicatrices en más de un sentido. Manuel, Miguel y Merlín se encontraban frente al Dr. Veyra, con la mirada fija en el suelo. Cada uno de ellos cargaba la derrota como un peso insoportable.

—Intentamos detenerlo... —susurró Merlín, apretando los puños—. Pero era demasiado poderoso.

Veyra, con el ceño fruncido, caminaba de un lado a otro, rodeado de pantallas que proyectaban datos en rojo. —Torren... no solo ha roto el equilibrio, ahora posee algo que jamás imaginé que alguien pudiera controlar: el Núcleo Obscurum. Es una fuente de energía prohibida. Y si la fusiona con el portal... Mhuel dejará de existir como lo conocemos.

Miguel dio un paso adelante, su respiración agitada. —Entonces tenemos que detenerlo ahora. Antes de que sea tarde.

Veyra los miró con gravedad. —Chicos, no entienden... él viene por ustedes. Y lo hará pronto.

La advertencia se cumplió más rápido de lo esperado. Esa misma noche, mientras los tres intentaban planificar su siguiente movimiento en la sala de combate, un rugido ensordecedor sacudió el edificio. Las alarmas del laboratorio estallaron en rojo.

—¡Invasión detectada en el perímetro! —gritó Veyra, corriendo hacia los controles.

Pero antes de que pudieran equiparse con sus trajes, una explosión derrumbó la entrada principal. Criaturas salieron del humo: soldados de sombras, enormes y deformes, con ojos brillando en púrpura.

Manuel activó su brazalete, pero... nada ocurrió. Lo intentó otra vez. —¿Qué... qué pasa? ¡No funcionan!

Miguel hizo lo mismo, desesperado. —¡Nuestros trajes... no responden!

Veyra giró hacia ellos con el rostro desencajado. —¡Torren! Él... bloqueó el sistema con un pulso oscuro. ¡Ha desconectado la energía del núcleo!

Los tres se miraron, sintiendo el verdadero pánico por primera vez. Sin trajes. Sin armas. Solo ellos, vulnerables.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Merlín, retrocediendo mientras las criaturas avanzaban.

Manuel apretó los dientes. —Lo que haríamos como estudiantes. Peleamos con lo que tengamos.

Tomaron tubos de acero del suelo, trozos de maquinaria rota, cualquier cosa que pudiera servir como arma improvisada. El laboratorio se convirtió en un campo de guerra. El sonido del metal chocando contra garras resonaba en la oscuridad, mezclado con gritos de esfuerzo y dolor.

Pero eran demasiados. Uno de los monstruos arrojó a Miguel contra una pared, dejándolo sin aire. Manuel sangraba por la ceja, y Merlín apenas podía mantenerse en pie.

En medio del caos, Veyra activó una explosión de energía que abrió un corredor de escape. —¡Corran! ¡Ahora! ¡Los llevaré a salvo!

Salieron huyendo, con los monstruos pisándoles los talones. El doctor los guió por pasillos subterráneos hasta llegar a una cámara oculta. El lugar estaba iluminado por cristales antiguos que emanaban un resplandor cálido.

—Aquí... estarán a salvo... por ahora —jadeó Veyra, cerrando la compuerta tras ellos.

Manuel se desplomó contra la pared, sudando y con la respiración entrecortada. —Estamos acabados... sin trajes... sin armas... ¿cómo vamos a detenerlo?

Veyra se giró, con una mirada que mezclaba preocupación y determinación. —Perdieron su poder, sí. Pero el verdadero poder no estaba en los trajes. Estaba en ustedes.

Miguel lo fulminó con la mirada. —¿Cómo se supone que eso nos ayude contra un ejército?

Veyra se acercó a los cristales que los rodeaban. —Estos son fragmentos de la Luz Primordial, la primera energía que se enfrentó a la oscuridad hace milenios. Si son dignos, podrán renacer. Pero el precio será alto.

Los tres intercambiaron miradas. Renacer... ¿a qué costo?

En la distancia, se escuchó un rugido que hizo temblar la cámara. Torren los buscaba.

Merlín respiró hondo. —Si es la única forma... entonces lo haremos.

Los cristales comenzaron a brillar con intensidad, iluminando la cámara. Una luz cegadora los envolvió mientras gritaban por el dolor de la energía purificadora atravesando sus cuerpos.

Cuando todo terminó, los tres yacían en el suelo, exhaustos, pero con una sensación diferente... un nuevo poder latiendo en su interior.

Veyra los miró, con una chispa de esperanza en sus ojos. —Renacieron. Ahora son más que Guerreros Z... son la última defensa contra la oscuridad.

Pero antes de que pudieran responder, la compuerta retumbó bajo un golpe brutal. Torren había llegado.

—Bienvenidos a su renacimiento... —susurró una voz profunda desde el otro lado de la puerta—. Ahora, muéstrenme si valió la pena.

El cielo sobre Mhuel se tornó grisáceo, cubierto por una niebla densa que parecía emanar de un punto lejano en las montañas. El aire se volvió pesado, y un silencio inquietante se apoderó de las calles. De repente, una grieta oscura se abrió en lo alto, justo sobre el centro de la ciudad. El zumbido profundo que salía de aquella grieta helaba la sangre.

En el antiguo castillo, sentado en su trono de piedra, Torren observaba todo a través de un espejo negro. Su rostro ya no mostraba el gesto amable del profesor que alguna vez dio clases en la facultad. Ahora, sus ojos brillaban con un fulgor carmesí, y su voz resonaba con una mezcla de poder y odio.




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