Gz: Equipo Z

Capitulo 12- La batalla final

El viento helado azotaba los muros destruidos de la ciudad mientras el cielo ennegrecido anunciaba la desgracia. Las alarmas resonaban por todos lados, pero ya nadie las escuchaba: los Pasters, soldados oscuros invocados por Torren, marchaban por las calles con sus armaduras negras y lanzas que brillaban con energía maligna. Los ciudadanos corrían despavoridos, buscando un refugio que no existía.

Desde lo alto de un edificio en ruinas, Torren contemplaba su obra con una sonrisa torcida. Su voz resonó como un trueno sobre la ciudad:

—¡Hoy comienza el reinado de la oscuridad! —gritó, mientras levantaba su bastón oscuro hacia el cielo—. ¡Mhuel caerá ante la luz negra!

Los Pasters rugieron al unísono, y la invasión continuó, arrasando cada esquina. Los gritos de auxilio llenaban el aire, y en medio de esa desesperación, una pregunta recorría los corazones de los ciudadanos:

¿Dónde están los héroes?

Pero los héroes estaban lejos, y más rotos que nunca.

En una vieja bodega subterránea, Manuel, Miguel y Merlín permanecían sentados, exhaustos, con sus trajes destrozados y sus comunicadores apagados. La emboscada los había dejado sin poderes. Eran solo tres estudiantes asustados, viendo cómo su mundo se desmoronaba.

—No podemos hacer nada —susurró Manuel, apretando los puños con impotencia—. Sin los trajes… somos nadie.

Miguel golpeó la pared con rabia.

—¡Mientras hablamos, la ciudad arde! ¿Y nosotros? ¿Nos escondemos como cobardes?

Merlín, sentado en silencio, levantó la mirada. Antes de responder, un leve sonido metálico interrumpió la discusión.

¡Bip, bip, bip!

Los tres miraron sus comunicadores encendiéndose por primera vez desde la derrota. Una voz, débil pero firme, salió del altavoz:

Si están oyendo esto… hay esperanza. Vengan a la Montaña del Amanecer. El futuro de Mhuel depende de ustedes.

Los tres se miraron, incrédulos. Manuel tragó saliva.

—¿Quién… quién eres?

La voz respondió antes de desvanecerse:

Soy… el Guerrero Amarillo.

El silencio reinó por unos segundos, roto por el temblor de la tierra y los ecos lejanos de la destrucción. Miguel fue el primero en reaccionar, poniéndose de pie.

—Si hay alguien ahí afuera que aún lucha… no podemos ignorarlo.

—Pero… ¿el Guerrero Amarillo? —preguntó Merlín con el ceño fruncido—. Eso es imposible. El hijo del doctor Veyra… él… murió en la guerra contra los Titanes.

Manuel apretó los dientes, sintiendo cómo una chispa de esperanza se encendía en su interior.
—Tal vez no murió. Tal vez la historia no terminó ahí.

Sin pensarlo más, los tres salieron al exterior, bajo un cielo desgarrado por relámpagos oscuros. Ante ellos, la Montaña del Amanecer se erguía en la distancia, bañada por un rayo de luz que desafiaba la sombra.

El aire de la montaña era frío y denso, cargado de un silencio que pesaba como plomo. Manuel, Miguel y Merlín avanzaban con pasos inseguros, sus trajes destruidos y sus armas reducidas a chatarra después de la emboscada en la ciudad. Ahora, solo eran tres estudiantes agotados, arrastrando el peso de la derrota y el eco de los gritos desesperados de la gente que no pudieron salvar.

—¿Estás seguro de que este es el lugar? —preguntó Miguel, respirando entrecortado, mientras observaba las piedras negras que parecían marcadas por relámpagos antiguos.

—El comunicador no miente —respondió Manuel, apretando con fuerza el aparato en su mano. La señal era clara, una coordenada exacta, y el mensaje solo decía: “El fuego no se ha apagado. Sube.”

Merlín, siempre el más callado, se adelantó. Su mirada seguía la cima, donde un resplandor dorado titilaba entre la niebla. No era el sol. No podía serlo.

Cuando por fin alcanzaron el punto más alto, se quedaron inmóviles. Frente a ellos, en medio de un círculo de antiguas piedras grabadas con símbolos que parecían latir, había un hombre arrodillado. Su armadura amarilla brillaba con un fulgor cálido, como el último rayo de luz en medio de la tormenta.

—No… —susurró Manuel, incapaz de creerlo—. Es imposible…

El hombre levantó la cabeza. Su rostro mostraba cicatrices recientes, pero sus ojos seguían ardiendo con determinación. Era él. El Guerrero Amarillo. El hijo de Veyra. El héroe que todos creyeron muerto en la batalla contra los Heraldos Negros meses atrás.

—Pensaron que había caído —dijo, con voz grave y firme, mientras se ponía de pie—. Eso es lo que Torren quería que creyeran.

Merlín dio un paso hacia adelante, incrédulo.

—¿Cómo… cómo sobreviviste? Nosotros vimos cómo el rayo oscuro te atravesó…

El Guerrero Amarillo sonrió con una mezcla de dolor y orgullo.
—Morí ese día… o al menos, una parte de mí. Torren me destruyó, sí… pero no contaba con algo: el vínculo con la luz verdadera. Mi padre siempre me habló del Núcleo del Alba, un poder antiguo, más allá del bien y del mal. Cuando todo se volvió oscuridad, escuché su llamado. Me llevó aquí, a esta montaña sagrada. Me reconstruyó. Me dio una segunda oportunidad.




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