Habibi

Capítulo 1: El chico de ojos adormilados

Presente.

Camino sin rumbo fijo con los audífonos en mis oídos como único acompañante, con mutismo agradezco el silencio reinante por la falta de autos debido a la enorme cantidad locales que han corrido a la playa a pasar el día disfrutando del sol y la familia.

Como no me gusta el sol y no tengo familia decido hacer una pequeña pausa para comprar un refresco granizado y así poder seguir caminando por las aceras sombreadas hasta que sin apenas darme cuenta me encuentro en la calle en donde se encontraba mi antiguo estudio de ballet, curiosa por ver el deplorable estado en el que seguramente se encuentra me acerco a paso afanado hasta detenerme en las enormes puertas dobles con enormes candados que impiden el paso.

Haciendo una ligera mueca miro a través de mis gafas oscuras mientras bebo del refresco notando los pocos transeúntes y con una ligera sonrisa aprieto el paso hacia uno de los costados del edificio para poder buscar una de las tantas salidas de emergencia.

Bailaba todo el día todos los días hasta que cumplí doce años, fue entonces cuando mis padres se divorciaron y mi madre decidió mudarse conmigo a la ciudad vecina, privándome así de seguir con mi sueño de ser una bailarina competitiva. Para criarme debió tomar dos empleos dejándome a cargo de su hermana menor mientras no se encontraba en casa y al ser hija única era poco lo que podía hacer en una enorme y extraña casa con una tía que apenas y conocía, fueron tiempos difíciles, pero mi madre dio su vida a cambio de la mía y ese es un sacrificio que nunca olvidaré.

Los años pasaron hasta que volví a bailar, en casa no había ballet y mi adolescencia estuvo llena de odio por lo que fue perfecto y me decanté por otros ritmos. Cuando tenía quince mi madre falleció a causa de problemas pulmonares, a los pocos meses mi padre fue encarcelado por microtráfico de estupefacientes dejándome con mi tía que a los pocos años decidió salir del país dejándome en una casa de acogida.

Lo sé, lo sé, son demasiadas cosas malas para una niña, yo también entré en conflicto con todo aquel que estuviera a cargo del destino o la vida misma, pero ahora entiendo que no a todos nos toca una buena vida, del mismo modo que no todos seremos astronautas o contamos con grandes cantidades de dinero, a pesar de eso me gusta pensar que he sanado parte de mi pasado y es por eso que hace unos meses decidí regresar a Spring Hills, con veintidós años y un título universitario lista para estudiar la flora y fauna de mi pueblo.

Luego de unos largos minutos y un poco de forcejeo logro entrar al interior del lugar viendo como todo se encentra demasiado limpio para estar abandonado; los pisos de madera no tienen polvo, todo está empacado en grandes cajas. Es todo muy extraño.

Camino un poco más adentrándome en los pasillos rumbo al salón en el que solía bailar y al llegar soy abordada con un sinfín de recuerdos al verme rodeada de espejos que reflejan lo que fui en algún momento. Limpio una de mis mejillas al notar como una solitaria gota acaricia mi piel en su camino de bajada y retiro del todo mis gafas dejándola junto a mi refresco en una solitaria silla.

— Los recuerdos no pueden herirte Penélope.

Recito en voz baja mientras recojo mi cabello con una repentina urgencia por volver a bailar en este lugar, tomando una bocanada de aire empiezo a estirar un poco todas mis extremidades, aunque no estoy vestida para hacerlo caliento mis músculos como solía hacerlo. Luego de unos minutos tomo mi celular y desconecto los audífonos para poner algo de música en altavoz, reviso rápidamente las canciones dándole play a una pieza en piano que tiende a relajarme y me aparto dándole rienda a mi cuerpo.

Al escuchar como el piano poco a poco va adueñándose de manera tímida de mi cuerpo este empieza a moverse empezando con mis pies los cuales se elevan manteniendo la presión en los dedos, luego siento como mis brazos hacen lo propio extendiéndose frente a mí para luego subirse poco a poco cuando la melodía lo permite y así dentro de poco me encuentro completamente sumergida en los sonidos, disfrutando por primera vez en mucho tiempo de un buen recuerdo.

Pronto pierdo el sentido del tiempo y recorro cada rincón del gran salón entre giros y saltos que me recuerdan lo hermoso que se sentía bailar, sin importar que la canción ha llegado a su final sigo moviéndome con agilidad hasta que siento como se interrumpe la música con una llamada entrante.

Despertando abruptamente de mi ensoñación me acerco rápidamente mientras seco las pocas gotas de sudor que se acumulan en mi frente.

— ¿Bueno?

La voz cantarina de la única persona que me nunca me ha juzgado inquiere de manera insistente donde me encuentro, tras alcanzar mi bebida que ahora es completamente líquida respondo.

— No me apetece ir a la playa, hay mucha gente.

Admito suspirando quedamente solo para escuchar un bufido por parte de Rose al otro lado de la línea.

— Ya no pienso insistirte más en el tema llamaba para invitarte a unas cervezas en la noche, escuché que hay micrófono abierto, será divertido.

Lo pienso un poco, la idea de beber me aterra pues la última vez que lo hice terminé en el hospital por intoxicación y deshidratación.

— Venga, sólo serán unas cuantas cervezas, luego de eso nos vamos.



#25901 en Novela romántica
#5955 en Joven Adulto

En el texto hay: musica, romance, jovenadulto

Editado: 05.08.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.