Habibi

Capítulo 5: Encuentros con la musa

El sol ha decidido esconderse el día de hoy, enormes nubes negras amenazan con desatar una tormenta, lo que ha obligado a que muchos negocios en la playa empiecen a cerrar.

Miro como las pocas personas disfrutando del agua fresca comienzan a retirarse en la medida en que los truenos retumban estruendosamente logrando en mí una extraña calma que me hace quedarme entre la arena, justo donde no llega el agua.

Cierro los ojos cuando las pesadas gotas de lluvia caen sobre mi rostro y disfruto de la sensación de los diminutos besitos que la naturaleza me brinda con una pasiva sonrisa en mi rostro hasta que las gotas se convierten en una violenta cascada que me empapa por completo y me obliga a buscar resguardo en los pocos locales techados cuando recuerdo que traigo conmigo mi celular y la cámara.

— Puede enfermarse niña. ¿Le brindo un café o un té?

Asiento apenada al vendedor que me mira amablemente y agradezco pensando en cómo una fuerte gripe sería genial pues así podría hundirme en la miseria de ser una joven de veintidós años llena de ansiedad y depresión sin tener que fingir por unos días.

— Un café estaría bien, gracias.

Suelto mi cabello que se encuentra en una coleta y lo peino con los dedos intentando de paso sacudir un poco la humedad para luego rebuscar en mi bolsa y así verificar que todo esté en orden.

El señor de no más de cincuenta años regresa con una humeante taza de café y unas galletas, aquello pone en mi frente un ceño que hace que el contrario se explique entre sonrisas paternales.

— Las galletas van por cuenta de la casa y hacen parte del menú infantil así que son de las dulces.

Agradezco nuevamente sonriendo y sin perder tiempo llevo la taza a mis labios soplando solo un poco para poder beber.

— El clima ha estado un poco raro ¿no cree? En la mañana hacía un sol infernal y ahora la lluvia. Este clima es de los que dan gripe.

Elevo la mirada al señor de cabello ligeramente cano y asiento estando en acuerdo.

— Es verdad, pero si me lo pregunta prefiero la lluvia sobre el calor. —Admito.

El señor ríe y hace un gesto en una de las mesas libres. Entendiendo me acerco a ella para sentarme frente a él.

— Es cosa de jóvenes, mi hija piensa igual. Soy George.

Sonrío detrás de la taza y estiro una de mis manos.

— Penélope. ¿Por qué dice que es cosa de jóvenes?

George quien educadamente corresponde mi gesto hace ademanes con las manos.

— Cuando ya vives cierta edad los días lluviosos te parecen tristes y lentos mientras que los días soleados te parecen alegres y productivos.

Nunca lo había pensado de esa manera, supongo que estar sin padres me privó de muchos momentos de sabiduría como estos.

— Entiendo, pero, ¿no cree que a veces es bueno detenerse y simplemente respirar?

George asiente y se encoje de hombros con aspecto relajado.

— Pues sí, pero cuando tienes mi edad si te detienes empiezan a doler partes del cuerpo que ni sabías que existían.

Ambos reímos por su comentario que sin duda es como un colchón para aligerar lo existencialista de mi pregunta.

— Tiene razón George.

Claudico de buen agrado probando las galletas y notando como una pareja entre risas sacudiéndose del agua llamando la atención de George.

— Penélope espero disfrutes de tu bocadillo, yo por mi parte debo seguir trabajando.

Dice levantándose soltando un exagerado quejido al hacerlo para luego pasar por mi lado dejando un apretón en uno de mis hombros.

— Fue un placer hablar contigo.

Concluye antes de alejarse del todo llevándose con él mis ganas de seguir hablando.

Lastimosamente para mí entablar conversaciones con personas adultas se me complica, cuando iba a terapia la encargada insistía en que se debía a la apatía que siento por mi situación personal y quizá tenga razón, pero ahora con George me sentí a gusto y es una pena no haber podido conversar un poco más.

Cuando la lluvia baja su intensidad y mi bocadillo desaparece frente a mí me veo obligada a dejar efectivo en la mesa y alejarme finalmente a casa para poder tomar una ducha y quizá dormir un poco.

 

Para cuando llego a casa el día ha transcurrido entre la lluvia y la música, mi ropa ha secado en su mayor parte al igual que mi cabello y ahora los pocos rastros de la tormenta se van con los rayos de sol que tímidamente se asoman en el cielo anunciando el final del día. Pongo algo de música lo suficientemente alta para que retumbe en todo el apartamento y me desvío en mi camino a la sala para dejar algo de alimento en el tazón de Odín que es más que agradecido por el gato cuando para llegar a él se enreda coqueto entre mis piernas.

Los truenos regresan a las pocas horas ahogando con ello de manera intermitente la música haciendo que Odín salga corriendo a esconderse debajo del sofá y que yo me acerque a la ventana para poder admirar una vez más como la lluvia que no tarda en caer baña todo a su paso y saca a varios niños de sus casas para bañarse y chapotear en las calles; no sé si es la libertad de los que disfrutan o la música que suena de fondo, pero al cerrar los ojos puedo sentir como la melodía cadenciosa se apodera de mis extremidades y hace que poco a poco me pierda en el ritmo de la nueva canción que se reproduce desde el sistema de sonido.



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En el texto hay: musica, romance, jovenadulto

Editado: 05.08.2022

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