He muerto en vida. Creí que sanaría luego o que tal vez podría encontrar el respiro que me faltaba y resultó que este nunca volvío. Se quedó junto a mis sueños, junto a mis ilusiones y junto a mis esperanzas. Y lo dejé morir porque cuando amé tanto a la danza, simplemente la dejer ir. Era lo mejor me repetí, solo era una ilusión un sueño tan gigante que ni de puntillas lo alcancé. Luego morí lentamente, pero soy buena planeando mi vida a la perfección y olvidé la que ya había planeado hace mucho tiempo. Olvidé las horas de exigencia, olvidé las horas de sentir que no era lo mío y los horas en la que simplemente fui yo mientras bailaba. Olvidé el hormigueo en mi cuerpo cuando todos me miraban y también olvidé lo dura que fui conmigo misma. Porque nunca entendí hasta que punto me hacía sentir inferior y hasta que punto me hacía sentir yo misma, irónico ¿No creen?. Pero lo solté pensando que sería lo mejor, porque todavía no entendía que ya estaba siendo esa persona que tanto deseaba ser y ahora ya no recuerdo lo que esa persona deseaba ser. He dejado de existir poco a poco desde ese momento, el miedo me ha paralizado y mis brazos desesperados por llegar a ser esa bailarina que tanto deseaba, cayerón al suelo rindiéndose. Amaba otras cosas, podría acostumbrarme a ellas eso pensé y ahora no estoy segura de nada. Porque la danza lo era todo para mi y aún así nunca me sentí merecedora de lo que esto significaba. Porque incluso ahora ya no se quién soy sin la danza y he llegado a remplantarme si en verdad soy alguien sin ella. Cada día me carcome la culpa, la duda y la decepción. Yo era la única responsable de dejar morir el sueño y ahora no se que debo hacer. Porque la verdad es que lo dejé morir y creí estar bien con eso, pero mírame ahora en una indesición eterna. Entre aceptar lo que la vida me dio o rebelarme ante ella para tener por lo menos otra oportunidad. Una que por lo menos me quite el dolor.