Hablando con el Corazón en la Mano

Oscuridad

Hoy vi a una niña oculta en la oscuridad. Sus hombros se sacudían con fuerza, su pequeñas manos temblaban y su cabeza cabizbaja demostraba lo mucho que se había acostumbrado a lo que la rodeaba. La vida pasaba a su lado con crudeza, los fantasmas la atormentaban volviendola nada y condenándola al mismo destino. El amor fue su prisión, fue su cadena perpetua y se aferró a ello, a sus propias cadenas que la quemaban. Sus manos temblorosas no soltaban aquellas cadenas, su piel sufría, pero amaba a los seres que la destruían. Ella amaba en la oscuridad y la oscuridad solo se reía de su inocencia. Manipulaba su dulce corazón y la niña sonreía ilusionada. Ella sabía que era una vil mentira, pero quería confiar y lo hizo cada vez que pudo. Pero mírala ahora, sus brazos han soltado las cadenas y ha dejado de creer en las promesas, mas, si embargo, la soledad la acompaña. Mírala ahora, lágrimas gruesas cubren su dulce rostro, lo llenan de la oscuridad de la que tanto huía y la convirtió en su armadura. Más sin embargo, la oscuridad se burló de ella, en el eco de esta resonaba el tintineo de las cadenas y el lejano grito de quién ya no puede soportar más. Y aquellos seres que amaba se volvieron polvo frente a ella, vio sus verdaderos rostros. Los reconoció, eran sus padres. Los mismos que se hicieron polvo frente a ella. Eran seres llenos de cicatrices que no eran de ella y porfin lo noté. Aquella niña era yo. Sus ojos rotos, llenos de lágrimas habían sido las mías. El coraje llenó mi corazón al verla. Sufría por demonios ajenos, por cicatrices ajenas y dolores que no eran suyos.
Por eso me llené de fuerza y curé su corazón herido. Alcé su rostro observando sus miedos y dudas. Limpie con amor sus mejilllas, calmé su llanto con ternura y sostuve su mano con suavidad. El temblor de su piel frágil me conmovio y la ayudé a levantarse con tanto cuidado como sabía que se lo merecía. Y empecé a correr con ella a mi lado. Sus pasos vacilarón pero se volvierón rápidos al notar mi alegría y la saqué de allí. La luz nos cubrío a ambas, calidad, dulce, y llena de magia. Los pequeños ojos de la niña brillarón al ver tanta hermosura y belleza. La tomé en mi brazos, abrazándola, y ambas lloramos porque en nuestra corta vida no habíamos visto algo tan maravilloso y real.
Sostuve su pequeño cuerpo sin querer lastimarla, acaricie su pelo con cariño y le sonreí envuelta en lágrimas.
—No estás sola, yo estoy aquí contigo. Cada vez que caigas, cada vez que llores y cada vez que no puedas seguir, estare aquí. Sostendré tu mano en los días en los que nadie quiera y te escucharé en el silencio cuando lo necesites.
Hablé abatida sin poder ni querer abandonarla y la solté mirando sus rasgos aniñados.
—No tienes la culpa de lo que has vivido, solo eres una niña. Si quieres llorar hazlo. No debes ser fuerte, no debes callar. Yo estoy aquí y te sostendré sin importar qué.
—Te amo —Susurré y ella rompió en llanto. No comprendía que no necesitaba hacer nada para que lo hiciera, la amaba por quién era y pronto ella se daría cuenta de eso...




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