Es jodidamente aburrido estar dentro de las cuatro paredes de la habitación, pero no puedo quitar la mirada de una de las mucamas que ha entrado para ordenar, su tez blanca me atrae, es ciertamente encantadora con una belleza muy común.
- Amo Azrael - su delicada voz me saca de mis pensamientos. Me ongo de pie para acercarme a ella lentamente. No puedo evitar sonreirle, mientras enfoco como su rostro se va sonrojando a medida que llego hasta ella.
- ¿Que se te ofrece querida Brucela? - su vista va directo al suelo, y puedo notar que hasta sus orejas se han tornado rojas, se ve tan dulce.
- A-amo Azrael, n-no olvide que hoy tiene práctica con uno de los arquistas del palacio - siempre que tartamudea, sé que está nerviosa, pero decido ser más juguetón, llevo mi mano hasta su mentón para lograr que su vista y la mía hagan contacto, y así enfocar esas pupilas de cielo.
- Claro querida Brucela, no te reocupes ahí estaré, gracias por recordarmelo - digo esto con una gran sonrisa y agregando un guiño para ver si logro hacerla sonrojar más, aunque tarda en asimilarlo, funciona. Me empuja, toma el canasto de mimbre en donde ha puesto la ropa sucia, y antes de salir me regala una mirada nerviosa, y cierra la puerta tras ella.
No puedo evitar reír a carcajadas, nunca ha existido nadie que pueda asombrarme, aunque debo aceptar que ella es muy hermosa, y se sonroja de una manera muy tierna, pero supongo que aunque me pongan muchas mujeres bellas frente a mi, ninguna me deslumbra. El sonido de la puerta abriendose me saca de mis pensamientos.
- Has vuelto a molestar a Brucela hermano tonto - dice mi pequeña prima de 8 años, ahora ella se ve mucho mejor y más bonita, después de aquel incidente en su castillo, no me gusta hablar de ese tema, espero que alguna vez pueda superar ese sinsabor.
- Eres tan dulce con esa vocesilla chillona cuando dices hermano, eres muy tierna - la miro juguetón, ella entiende la señal, y se lanza a mis brazos para rodar por el piso mientras soltamos carcajadas. Suele decirme hermano, porque aunque es mi prima en segundo grado, tenemos un parecido exagerado, el cual no comparto con ninguno de mis hermanos mayores.
- Hermano tonto, no molestes a las mucamas, ya te lo había dicho, tienes que encontrar una buena mujer y tener ojos solo para ella - sus ojos verdes enfocan a mis turquesa, toma mi rostro con sus pequeñas manos, y de una forma tan seria y madura ha pronunciado cada palabra.
- Vas a hacerme llorar con tus palabras tan duras mi querida Samadi, vas a lastimar el corazón puro de tu hermano - digo esto agregando un puchero, haciendome el ofendido. Escucho como Samadi suelta una carcajada y su rostro se sonroja. No puedo evitar reírme también, pero alguién interrumpe nuestro momento divertido.
- Joven amo, la mucama me ha indicado que le informó sobre nuestra sesión de arco - ¡Demonios! Lo he olvidado, dejo a mi pequeña prima a un lado. No crei que Dobson iba a venir a buscarme.
- Una disculpa Dobson, me he entretenido con mi pequeña hermana, ahora lo alcanzo - mi profesor asienta ante mi respuesta, hace una pequeña revencia para mi prima y para mi, se retira cerrando la puerta.
-Hermano debiste haberme dicho que tenías entrenamiento hoy, no hubiera venido a regañarte por lo de Brucela - pronuncia con un pequeño puchero para luego sonreir divertida.
- No es algo tan importante mi pequeña luz de luna, es algo que ya lo tengo controlado - digo con una sonrisa socarrona, logrando que Samadi sonria de la misma manera.
Toma mis mejillas y las estira, haciendo que cada poro se cierre por el dolor, la tomo entre mis brazos y la abrazo fuerte, hasta que me pide que la suelte.
- Vete ya hermano tonto o papá se enfadará si se entera que no has asistido a tus clases programadas - resoplo ante sus palabras, y tengo que aceptar que tiene razón. Me levanto del piso, la pongo de pie y me despido.
Bajo las miles de escaleras hasta el patio trasero del castillo, y visualizo que hay muchas mucamas alrededor de Dobson, claro y como no estarlo, el sobrevivio a la guerra de hace un año, y lideró varios grupos de arquistas, es bien parecido y de descendencia Irlandes, así que es de esperarse que todas las mucamas se derritan por él.
Trato de acercarme a ellos sigililosamente, pero no funciona, ya que a penas doy un paso adelante, todas las mucamas se ponen en fila y hacen una reverencia, este es uno de los momentos incómodos por ser de la familia real.
- Joven amo, hoy debemos entrenar en las montañas, sin cazar animales, simplemente atrapar frutos de los árboles más altos para trabajar en su agilidad como arquista - pongo los ojos en blanco, le dije a padre que no quería ser arquista para comandar en la guerra sino un estratega que sepa hacer de todo un poco, pero no escuchó como siempre.
- No te preocupes Dobson, iré por los caballos -giro sobre mis talones para ir a buscar a el caballo de mi entrenador y a mi hermosa Percéfone, una yegua albina rara en su especie, le di el nombre de una diosa griega por los rumores que he escuchado. Al acercarme a los establos, noto a mi yegua pastando más lejos de lo permitido, su pelaje brilla con el sol como si fuera un rayo de luz.
- Percefone, ven aqui - pronuncio esto en un susurro, aunque existe una distancia considerable, ella levanta la mirada y me enfoca con sus ojos ambar, y echa a correr. Es un poco extraño este hábito de llamarla en un susurro y que ella pueda entenderlo, esto sucedio desde que me la asignaron de niño, siempre me ha entendido aunque estemos lejos, solo levanta la mirada para verme y venir hacia mi.