Hagamos un trato

Capítulo 7

Es cerca de las ocho de la mañana y me siento agotada. La gente comienza a venir de nuevo, el entierro será en un par de horas más. Han llegado algunos tíos y amigos de papá, y cuando la veo ingresar me quedo algo sorprendida.

Es lógico que venga, pero una parte de mí no la esperaba. Por un lado quiero largarme a sus brazos a llorar, por el otro, quiero conservar la distancia que hemos mantenido en el último año. Ella se acerca a mí, y con una sonrisa triste me saluda. No lo soporto y me echo a sus brazos como una niña pequeña.

—Corazón, no te pregunto cómo estás porque ya lo veo, sé que no sirve de mucho, pero sabes que me tienes a mí —dice y también llora.

—Tía, me siento muy sola… tengo miedo, no sé lo que será de nuestras vidas —digo y miro a papá.

—Todo estará bien, ya lo verás. Sé que es difícil, pero eres fuerte y te repondrás. No estás sola, nos hemos alejado un poco, bastante quizá, pero es un buen momento para acercarnos de nuevo, estaré para ti, para todo lo que necesites —promete.

Yo me dejo abrazar, me dejo acariciar, me dejo besar la frente con la dulzura que solo una madre puede dar. La quiero, la quiero mucho, es como una segunda madre para mí, pero dejamos que las circunstancias y los problemas nos separaran. Era obvio que sucedería.

—Sol… —murmura y yo sé lo que me va a decir.

—No… no me hables de él —le ruego en un susurro.

Pero miento, quiero que me hable de él, quiero saber cómo y dónde está, quiero preguntarle si le ha contado que mi madre ha fallecido.

—Quería saber si deseas que él lo sepa —pregunta—. Casi no me llama, casi no sé de él, no responde mis mensajes, pero puedo intentar comunicarme…

—Yo… —suspiro y levanto la mirada para verla—. No estoy lista, tía. Si él quisiera hablarme en este momento, no sé si podría… sé que no hemos hablado nunca de esto, pero tengo sentimientos encontrados, todavía me duele, estoy enfadada, aún no lo comprendo… y por otro lado lo necesito, conmigo… ahora. Si él me buscara, no sé cómo reaccionaría y no sé si sería lo suficientemente fuerte. Y no quiero ceder…

—Cariño, esta clase de momentos nos hacen ver las cosas y las personas que realmente importan en esta vida, ¿no lo crees? No sirve de nada ser fuerte u orgullosa, hay que dar paso al perdón y al amor.

—¿Lo has perdonado, tía? —pregunto mirándola.

—Es mi hijo, Sol, ¿cómo podría no hacerlo? —inquiere con dulzura—. Ha sido difícil para él y yo no he sido la mejor de las madres… Supongo que todos tenemos que perdonarnos algo.

Suspiro, tiene razón.

—¿Cómo está? —pregunto vencida por sus palabras.

—No sé mucho de él, sigue alejado y… creo que sigue roto —susurra—. Me preocupa, pensé que solo sería una etapa, una especie de rebeldía adolescente, pero lo cierto es que temo mucho por él.

—Ojalá todo fuera como antes, tía. Ojalá no hubiésemos crecido, ojalá mi mamá viviera y tú y ella nos llevaran a los juegos mientras tomaban algo y conversaban.

La mamá de Tomy baja la mirada, suspira y puedo ver la melancolía en sus facciones. Está avejentada y se la nota cansada, triste.

—Sería lindo, sería sencillo, sí… pero lo hermoso de la vida es justamente ir afrontando cada dificultad que se nos pone en frente, ir sorteando los obstáculos, e ir haciéndonos más fuertes y sabios por el camino, Sol, como en esos juegos que tú y Tomy solían jugar. 0 Lo único que nos queda es estar allí, apoyando y dando una mano cuando el otro lo necesita. Eso es amor, cariño, eso es familia.

—Tienes razón… Entiendo que tú lo perdones, es tu hijo…

—Y también te quiero a ti como si fueras una hija, así que aunque no sea tu madre, cuentas conmigo, Sol, no estás sola —añade.

Nos abrazamos de nuevo, en su mirada puedo ver que reconoce la chaqueta que traigo puesta, sonríe y me besa en la mejilla. Siempre ha sido muy dulce, muy maternal, y a pesar de que nos hayamos alejado, la quiero y me alegro de poder recuperarla.

Papá me llama, es hora de cerrar el cajón, es hora de despedirnos para siempre.

Lo que siento en este momento es un gran vacío, un dolor tan profundo que creo que el alma se me congela y se me parte en dos. No puedo llorar, no me salen las lágrimas, me quedo como si estuviera dura, tiesa. Papá llora, se destartala en brazos de su hermano, mientras la tía Ana me sostiene a mí, me toma de la cintura como si me fuera a caer, es que siento que se me aflojan las piernas y que en cualquier momento me desmayaré.

Me susurra al oído que todo estará bien, yo quiero creerle, pero no puedo hacerlo.

Todo sucede muy rápido, varios hombres llevan el cajón hasta el auto de la funeraria, mi tío Lucas, hermano de mi papá lo sube a él en un auto y yo voy con la tía Ana, no quiero ir con nadie más, solo con ella. Sus ojos me recuerdan a Tomy, su presencia me hace sentir cercana a él, sus caricias parecen las de mi madre, a su lado me siento protegida.

Ya en el cementerio, un sacerdote amigo de mamá guía una emotiva ceremonia. Sigo como si estuviera en otra galaxia, como si esto no me afectara, como si lo viera desde afuera, como si todos aquí fueran alguien más, ajeno a mí. Al terminar, todos arrojamos un poco de tierra sobre el cajón, y algunas flores. Yo también lo hago, no sé por qué. De fondo escucho los sollozos de mi padre, algunas palabras de personas que no conozco, y las caricias de mi tía.

El tiempo parece detenerse, yo veo todo como si fuera una película, como si lo viviera en cámara lenta. La gente comienza a irse, mi padre sigue arrodillado en el sitio donde desapareció el cajón. Mi tía se ofrece a llevarme y yo asiento. Papá volverá a casa con el tío Lucas y su señora, me dijeron que se encargarían.

Una parte de mí no quiere dejarlo, pero otra parte de mí necesita aire, necesita paz, necesita silencio.

Al llegar a casa no quiero entrar, todo allí todavía huele a mamá. Le pregunto a la tía Ana si puedo ir a su casa y ella me dice que sí. Ingreso al hogar en el que pasé gran parte de mi infancia y me arrepiento. Allí todo huele a Tomás. Sus fotos están colgadas por las paredes, incluso hay fotos mías con él, no entro aquí desde hace tanto…




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