Hagamos un trato

Capítulo 9

Cuando despierto y veo por la ventana, está oscuro. Observo el celular que dejé en la mesa y veo que es cerca de las doce de la medianoche. Miro mi casa, las luces están apagadas, salgo de la cama y corro hacia la salida. La tía Ana sale de su habitación envuelta en una bata y me llama.

—No te preocupes, tu papá está con su hermano y su mujer —explica—. Fui a verlos y le avisé que estabas acá. Tu papá me dijo que te dejara dormir. Más tarde me llamó tu tío para decirme que ellos se quedarían en tu habitación a hacerle compañía esta noche, le dieron un té y un calmante, así que está descansando. Tú deberías hacer lo mismo —añade.

Me quedo allí, procesando esa información y asiento.

—Tía, tengo hambre —admito tras oír rugir a mi estómago.

—Ven aquí, te preparé algo —dice y me guía hasta la cocina.

Me siento en la mesa y ella me sirve un plato con sopa que calienta en el microondas. Aquel aroma me trae bonitos recuerdos, Tomy decía que su madre creía que la sopa de pollo era el remedio para todo. Sonrío.

La tía deja el plato frente a mí y me pasa cubiertos y un vaso, luego me trae una jarra con jugo y se sienta frente a mí.

—¿Te sientes un poco más descansada? —pregunta y yo asiento.

—Esto está delicioso —digo.

—Hay más —responde ella y sonríe—. Extrañaba tanto tenerte por aquí —agrega.

Nos quedamos un rato en silencio, mientras ella se prepara un té y me pregunta si deseo un poco para luego de la cena. Asiento y sirve también para mí.

—Le he escrito a Tomás —dice—, le he dicho que tu madre ha fallecido. Creo que debe saberlo.

Me quedo helada, la observo, no digo nada.

—¿Te ha respondido? —pregunto luego.

—No… nada…

Acabo de comer y aunque la tía se queja, lavo lo que utilicé. Luego nos volvemos a sentar en la mesa para disfrutar del té. Estoy segura que ambas nos sentimos a gusto juntas, siento mucha paz.

—Tía, ¿puedo preguntarte algo? —inquiero y ella asiente—. ¿Qué pasó con Mariana?

—No lo sé… —responde—. Llevo años sin saber de ella…

—Supe que el bebé falleció —susurro.

—Sí, Marcos y yo hicimos todo lo que debíamos, y obligamos a Tomás a hacerse cargo también. La acompañamos durante el embarazo y pagamos todos los gastos de los estudios y demás, pero Mariana estaba en depresión, había intentado quitarse la vida, su madre decidió internarla. El bebé se adelantó, dos meses casi, era muy pequeño y tenía anemia… no resistió.

—¿Era un niño? —quiero saber.

—Sí… Lo llamamos Manuel —dice la tía e hicimos silencio las dos—. Después de eso, Mariana volvió a la clínica y Marcos llevó a Tomás a una escuela militar. Él creía que necesitaba disciplina —añade y los ojos se le llenan de lágrimas.

—¿Por eso no volvió? —pregunto.

—Se supone que debía estar allí un año, y luego iría a la universidad, pero cuando salió de allí, fue hasta lo de su padre, le dijo que ya había cumplido con él, tomó sus cosas y se fue.

—¿A dónde? —inquiero sintiendo una presión en el pecho.

—No lo sé… Marcos me dijo que durante el tiempo en la escuela militar nunca se quejaron de él. Intentó detenerlo, pero Tomás le dijo que era mayor de edad y haría su vida.

—¿No te llamó?

—Después de una semana. Yo estaba preocupada, pero él no contestaba su teléfono.

—¿Y qué te dijo? —pregunto.

—Que no me preocupara por él, que estaría bien y que regresaría cuando ya no me avergonzara de él. Le dije que yo no estaba avergonzada, que debíamos hablar, que lo único que quería era verlo feliz. Le rogué que regresara, aunque sea por un par de días.

—¿Qué dijo?

Ana tardó en responder, sus ojos brillaban con las lágrimas que intentaba controlar.

—Dijo que no podría volver, no quería verte… y no podría estar aquí sin hacerlo —susurra.

Bajo la mirada y me pierdo en mi té, revuelvo el líquido con la pequeña cucharita e intento no derramar ninguna lágrima.

—Lo siento —murmuro ante la idea de que ella no lo viera por mi culpa.

—No lo entiendas mal, Sol, él te amaba…

Me levanto ofuscada ante aquellas palabras.

—¿Me amaba? ¿A qué clase de amor te refieres? —casi grito—. ¡Se acostó con una de mis  amigas, tía! —exclamo—. ¡La dejó embarazada justo cuando… justo cuando teníamos un futuro!

Las lágrimas que tanto lucha por mantener caen con desenfreno por su rostro y yo me siento culpable. Después de todo ella no tiene la culpa. También lloro y mis manos me tiemblan.

—Lo siento… —me disculpo, vuelvo a sentarme.

Ana me toma de las manos y me mira.

—Tomás te amó desde el primer día que te vio, lo hipnotizaste con solo ocho años, cariño. Él me hablaba cada día de ti, me preguntaba si cuando fueran grandes podrían casarse. Tomás era un buen chico, ¿sabes? Él solía contarme todo… Sé que eran muy jóvenes, sé que al principio tú no lo veías como él a ti, y sé que no hay excusas para lo que hizo en el último año que estuvo aquí, lo sé… Pero lo he pensado tanto, Sol. Quizá tú no lo entiendas, y yo lo comprendo, sé que viviste otra cosa y probablemente yo en tu lugar tampoco lo perdonaría. Pero Tomás es mi hijo, yo lo parí, lo conocía desde antes de que naciera. Y cuando cambió, no pude hacer nada, se cerró a mí, se cerró a todos, me culpó de haberle mentido por años y me odió. ¿Sabes lo horrible que se siente que la persona que más amas en tu vida de pronto te excluya de la suya y tú no puedas hacer nada por él?

Hago silencio y la dejo hablar, su dolor parece fluir como lava ardiendo desde el centro de su ser.

—Cambió tanto… y me sentí tan impotente, tan mala madre… Pero han pasado muchos años, y no puedo vivir guardándole rencor, es mi hijo, y lo único que puedo hacer es esperarlo con el corazón abierto para cuando decida regresar. Era muy joven, y el dolor que sintió fue grande, no lo supo manejar. Sé que regresará un día, confío en que en el fondo él es ese niño que tú y yo amamos. A veces necesitamos volar solos antes de darnos cuenta de que en realidad necesitamos de los demás, a veces las heridas son tan grandes que nadie más que nosotros mismos puede curarnos.




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