Hagamos un trato

Capítulo 11

Una semana después de la muerte de mamá, todavía la tristeza ronda la casa y el ambiente es lúgubre. Yo no encuentro motivación para hacer nada, y papá está igual o peor. Me insiste en que debo regresar a la universidad, pero la verdad es que no tengo ni fuerzas ni ganas.

He estado leyendo algunos libros, viendo series y películas, intentando no pensar, no recordar, no sentir. Creo que lo estoy logrando, creo que me estoy alejando tanto de mí misma que casi ya nada duele, nada me lastima.

Ana me escribe todos los días, me pregunta cómo estoy y me invita a ir a comer a su casa. A veces viene y trae algunos alimentos, incluso comida cocinada para papá y para mí. No le he preguntado más sobre Tomás, no sé si él le ha respondido o no, y tampoco sé si estoy enfadada porque lo sabe y no le importa.

Hoy quiero ir al cementerio, me gustaría estar allí, un rato, sola, un rato con mi madre. Me levanto y me visto, me abrigo y salgo. Sigue lloviendo, todos estos días ha llovido, lo que hace que todo sea mucho más triste, dicen que va a nevar, pero no me importa. Papá me pregunta a donde voy, no le respondo, le digo que a dar una vuelta.

—El tiempo no está lindo —agrega.

—No me importa, necesito despejarme —respondo y salgo.

Ni siquiera he traído un paraguas, dejo que la lluvia me moje y camino hasta el cementerio. No es cerca, por lo que los pies comienzan a enfriarse y a doler. Por un segundo pienso en regresar, pero algo más fuerte que yo me llama a continuar. ¿Qué importa el dolor? Sé vivir con él, sé aguantar.

Sigo caminando y siento como si se me congelaran los dedos de las manos. El alma ya la tengo congelada hace mucho, pienso.

Llego al sitio y busco la tumba de mamá, me siento encima de ese charco de barro que se ha formado. No me interesa, es más, me agrada, porque puedo llorar y las lágrimas se confunden con la lluvia.

Salvo el día del entierro, no he llorado ni una sola lágrima. No es que no me duela, es que no logro hacerlo. Creo que estoy enfadada.

La ira es uno de los sentimientos que ha manejado mi vida, en vez de sentir tristeza me enfado, en vez de sentir melancolía me enojo. Siempre que no puedo manejar algo me enfado, y así me vuelvo fuerte, me permite afrontar las situaciones escondiendo mis debilidades. Creo que soy una chica muy sensible, demasiado, y si no fuera por el enfado, andaría por allí llorando todo el día, suplicando a las personas que no me dejen, que me quieran. Y eso también me enfada, me enoja mi inseguridad, mis miedos, mi baja autoestima.

Hoy sin embargo, puedo llorar, puedo dejar caer mis barreras por un segundo, ser débil aquí sobre la tumba de mamá, después de todo solo con ella lograba mostrarme así.

—¿Por qué me dejaste? —pregunto—. ¿Qué haré ahora? Yo no soy fuerte como tú, yo no sé enfrentar la vida con una sonrisa, no sé perdonar, no sé encontrar motivación cuando las cosas no salen como yo espero. Estoy atascada, estoy perdida entre el dolor y la pérdida, entre la soledad y la desazón. No sé cómo salir de aquí, mamá. ¿Qué hago ahora?

La lluvia se vuelve más intensa y yo comienzo a tiritar, tengo frío, pero no quiero irme. Me gustaría morir aquí mismo, congelada, quizás. Que el tiempo dejara de pasar y que la tristeza tan profunda que cargo conmigo también se congelara.

No sé cuánto tiempo pasa, pero entonces siento que alguien me pone una chaqueta encima del cuerpo, es un impermeable, y la lluvia ya no cae en mi cabeza. Miro hacia arriba, veo un paraguas, pero aún no veo a quién lo está sosteniendo. Temo darme vuelta, temo enfrentarme a su presencia.

No digo nada. Lo puedo sentir, siempre he podido hacerlo. Quiero creer que es mi padre o quizás Ana, pero sé que no son ellos… Sé que es él, y el temor me toma presa. Entre el frío, la tristeza y el miedo, tiemblo aún más.

Entonces su voz irrumpe en el silencio, rompe el halo de paz del cementerio como un rayo en medio de una noche serena.

—Sabía que te hallaría aquí —murmura—. Quise venir apenas me enteré, pero había cosas que debía dejar solucionadas antes, perdón.

¿Perdón? ¿Perdón por qué? Por haber embarazado a mi amiga, por haberme engañado con ella, por haber fallado a nuestro trato o por no haber llegado aquí cuando mi mamá murió. No sé a qué se refiere, solo sé que esa palabra me duele. No respondo.

Sin embargo mi cuerpo me traiciona, comienzo a llorar más fuerte, comienzo a sacudirme, no puedo controlarlo. Sus palabras derrumban el muro que había construido para mantenerme a salvo.

—Mi Sol —dice y ahora se sienta a mi lado.

Siento su calor tan cerca que me contengo para no girarme y abrazarlo. Por un momento pienso que lo estoy soñando, que es un delirio a causa del frío y la tristeza, quizá sí esté muriendo y estoy alucinando.

—Dios, estás temblando, vamos, déjame llevarte a un sitio caliente —dice y me pasa una mano.

Yo la tomo, por inercia o por idiota, porque se me congelaron las neuronas o porque él hizo que mi corazón latiera más fuerte con su llegada.

—Tomy… —murmuro entonces, cuando su tacto se hace real y comprendo que no es una treta de mi imaginación.

No dice nada, me abraza por la cintura con su brazo izquierdo y con el derecho coloca el paraguas sobre ambos. Lo sigo, no sé a dónde me lleva y no me importa. Subo a su camioneta, una que ni siquiera sabía que tenía. Él enciende la calefacción y me pasa una manta. Yo siento que muero de cansancio, he llorado demasiado, y a la vez me envuelve una paz que no sentía hace mucho.

¿Es posible olvidar el pasado un segundo y solo relajarme?

—Descansa —murmura y arranca.

Quiero pedirle que me dé un beso en la frente, que me tome de la mano, que me abrace y no me suelte nunca. Creo que estoy enloqueciendo.

No sé dónde me lleva, pero no tengo miedo, estoy con Tomás, ¿qué cosa mala puede pasarme con él? Entonces recuerdo que es él quien más daño me ha hecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.