Hagamos un trato

Capítulo 13

Abro los ojos y lo miro, me sigue observando, sigue haciéndome masajes y me toca con tanta suavidad como si fuera de cristal. Sonrío y él me devuelve la sonrisa.

—Ahora necesitas dormir —dice y yo asiento—. Pero antes, comerás algo —añade.

Yo vuelvo a asentir. Él se levanta y me pasa una bata, sale del baño y yo me pongo de pie para ponérmela. Envuelvo mi cabello en una toalla y salgo así.

Él me hace un gesto para que me siente en la mesa y cuando lo hago me sirve un plato de fideos con salsa.

—Quería hacerte la mágica sopa de pollo de mamá, pero no sé cómo hacerla —admite.

Sonrío.

Él es quien empieza a darme de comer, como si yo fuera una niña pequeña y él me estuviera cuidando. Algunas lágrimas se derraman suavemente por mi rostro.

Cuando acabamos, me guía a la cama, me arropa y se sienta a mi lado.

—Tú duerme, yo te cuido —promete.

—¿Y si despierto y ya no estás? ¿Y si esto es solo un sueño? —pregunto y él niega.

—Soy real, tan real como todo lo que vivimos, Sol —dice y me besa en la frente.

Vuelvo a llorar. No puedo dormir, lo miro y lloro en silencio. Él no dice nada, me seca las lágrimas y me llena el rostro de pequeños besos.

—Eres un idiota, ¿lo sabes? —inquiero.

—Un idiota que te ama —admite.

—Te odio —susurro.

—Está bien, es lo justo —dice él y yo lloro más.

—Me has hecho tanto daño —murmuro.

—Lo sé, me merezco el infierno por ello —añade.

Su comportamiento hace que la tristeza me envuelva con más fuerza, pero no quiero seguir llorando.

—Escucha, Sol, debes descansar, estabas al borde de la hipotermia cuando te encontré en el cementerio. Necesitas dormir, todo estará bien, todo será como tú desees, pero esta es una tregua ¿sí? Prometí ser tu mejor amigo por siempre, y aunque llevo tiempo sin cumplirlo, quiero hacerlo ahora. Un mejor amigo no te dejaría en este estado. Luego podrás gritarme, pegarme, mandarme a volar, echarme de tu vida, decirme todo lo que tanto anhelas decirme, porque sé que tienes mucho dentro. Hablaremos, si lo deseas, y si no, no lo haremos. Pero hoy, hoy tómate un día. Ha sido demasiado para ti en los últimos meses y necesitas un poco de paz, necesitas dejar el mando a alguien más.

—No a ti —me quejo sin fuerzas.

—Oye —dice y me mira—, te conozco, sé del esfuerzo que estás haciendo para mantener el control, y también sé que solo eres capaz de perderlo conmigo. No voy a aprovecharme de eso, solo quiero aligerarte la carga por un rato, que descanses, que te recuperes… ya habrá tiempo para hablar, para odiarme, para que me digas todo lo que merezco oír, pero solo hoy, solo hoy, descansa, déjame cuidarte como no lo he hecho en tantos años.

—¿Por qué tenías que volver ahora? —pregunto—. Estaba fuerte antes de que esto sucediera, antes de que mamá muriera. Si hubieses vuelto allí, no estaría aquí, arrastrada ante ti, como si fuera que me estoy muriendo por volver contigo

Digo y él sonríe.

—Volví porque sabía que me necesitarías.

—Error, no te he necesitado en todos estos años, puedo vivir sin ti, ¿sabes? —murmuro y ni yo me lo creo.

—Lo sé, sé que puedes vivir sin mí, sé que no me necesitas, sé que de hecho estás mejor sin mí. Pero yo sí, yo sí te necesito, necesito que estés bien, que seas feliz, necesito que salgas adelante, y sé que la muerte de tu mamá iba a hacerte perder fuerzas, por eso vine.

—¿Por qué necesitas que sea feliz? ¿Para no sentirte culpable?

—No, porque te lo mereces, te mereces porque eres una buena persona a quien no debí lastimar, a quien no debí traicionar.

—Me gusta que uses esa palabra, traición, esa es la palabra que te define —trato de herirlo para mantenerme alejada.

—Lo sé, tienes razón. Por eso necesito hacer algo por ti, para aminorar mi culpa. Es egoísta, quizá…

—No necesito que hagas nada por mí —vuelvo a decir, pero mi cuerpo y mi estado no apoyan lo que digo.

—Lo sé, pero quiero hacerlo, déjame hacerlo —suplica—. No te haré daño, lo prometo.

—No puedes hacerme más daño del que ya me has hecho —agrego.

Él solo bufa, se siente perdido. Una lágrima de impotencia se derrama por sus ojos y mi corazón se hace trizas. Se la seco con dulzura.

—Por Dios, cuánto te he extrañado, Tomás, cuánta falta me has hecho —digo entonces y él sin pensarlo, me abraza.

Nos quedamos allí, abrazados y llorando, envueltos en un halo de dolor y magia que parece sanar alguna de nuestras heridas.

—Déjame cuidarte hoy, mañana podrás irte de nuevo, y si así lo deseas, no volveré a aparecer —susurra.

Aún estamos abrazados, quiero decirle que no quiero que se vaya más, pero no me animo a hacerlo, sé que no es la verdad. Todas mis personalidades se pelean en mi interior. Una me dice que soy una tonta y una fácil, que volveré a caer en su trampa, otra me dice que al fin volveré a ser feliz.

—Okey —susurro.

El cansancio ha menguado mis fuerzas y por primera vez desde que mamá empezó a agravarse, siento que puedo ceder, que puedo descansar, que puedo entregar el control a alguien más y respirar.

Me acuesto, él me besa en la frente, yo acaricio su rostro, paso mis dedos por sus labios como si quisiera comérselos. No lo hago, no sé cuál es su historia hoy, quizás está en pareja, por más que se sienta igual, han pasado casi cinco años, no somos los mismos.

—Duerme… —me susurra.

Yo ya casi estoy durmiendo, creo que le he dicho que lo amo, pero no estoy segura, quizá ha sido solo mi imaginación en medio del sopor previo al sueño profundo.

***

Si te gustan mis historias sígueme.

www.aracelisamudio.com

Instagram: @Lunnadf

Facebook: /lunnadf

Twitter y Tiktok @aranube




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.