Hagamos un trato

Capítulo 14

Nuestra relación fue viento en popa, durante todo el primer año. Estábamos locamente enamorados, éramos el uno para el otro, nos conocíamos bien, éramos cómplices. Seguíamos siendo mejores amigos y ahora era capaz de entender lo que mamá me había dicho una vez acerca de haberse casado con su mejor amigo.

Soñábamos despiertos, imaginábamos el futuro, nos idealizábamos como marido y mujer. Jugábamos a imaginar el casamiento, nos preguntábamos a qué edad daríamos el paso.

—A los veinticinco —decía yo.

—No… es demasiado. ¿Diez años? —respondía él—. Yo no quiero esperar diez años para casarme contigo.

—Pero antes seríamos demasiado jóvenes —replicaba yo.

—¿Qué importa? Si ya nos hemos encontrado, ¿no? Eso es para quienes se tardan más en encontrar al amor de su vida —insistía—. Yo creo que a los veintidós es buena edad —afirmaba—. Tu mamá y tu papá se casaron a esa edad y mira que bien les ha ido —añadía.

Nos reíamos mucho, estudiábamos, nos seguíamos contando secretos, y teníamos una amistad tan real, que no había vergüenza entre nosotros. Los planes siempre los hacíamos de a dos, dónde estudiaríamos, a qué universidad iríamos, dónde viviríamos. Los dos queríamos salir de la ciudad, ir a estudiar al exterior, alquilar un departamento y vivir juntos.

—¿A qué edad haremos el amor? —me preguntó una vez.

Yo reí a carcajadas, acabábamos de venir de jugar fútbol con los chicos y él me salía con una pregunta tan fuera de lugar. No es que no hayamos hablado de sexo, siempre lo hacíamos, incluso antes de ser novios, pero aun así, su pregunta me causó gracia.

—No lo sé, no creo estar lista aún —dije encogiéndome de hombros—. No es que no lo piense, ¿eh? —admití—, solo… me da miedo.

—¿Qué te da miedo? He visto varios videos, he leído muchas notas. Creo que sabré hacerlo, seré cuidadoso —prometió.

—Sí, pero ¿y si me duele? —inquirí.

—Procuraré que no sea así, y si te duele, prometo curarte —añadió.

Me eché a reír de nuevo. Creo que para ese entonces, llevábamos como siete meses de noviazgo.

—Ya veremos, en algún momento sucederá —prometí y le di un beso en los labios.

—Oye, mamá quiere que el fin de semana la acompañe al campo. ¿No quieres venir? —preguntó cambiando de tema drásticamente.

Así éramos nosotros, pasábamos de un tema al otro como si nada.

—¿A la casa que era de tu abuela? —pregunté.

Nunca había ido, pero sabía que su abuela materna, que había fallecido hacía como tres meses, tenía una casa de campo junto a un lago, en algún lugar del país.

—Sí, tiene que ir a mostrársela a unas personas que la quieren comprar —explicó—, y me dijo que podríamos quedarnos el fin de semana, para despedirnos del lugar. Saldremos el viernes.

—Suena bien, le preguntaré a mis padres —prometí.

—Diles que nos portaremos bien —añadió él.

—Siempre nos portamos bien —sonreí cuando llegamos a mi casa.

—Demasiado para mi gusto —dijo él y yo negué con la cabeza.

Ingresamos, merendamos, y luego fuimos a la sala a jugar al último FIFA que había salido.

Ese fin de semana fue mágico. Lo recuerdo porque fue el último antes de que empezaran todos nuestros problemas. Pero las cosas se dieron de forma lenta y paulatina, no lo vi venir, no me pude preparar ni pude anticipar el futuro.

Mamá y papá me dejaron ir, mamá me dio una charla sobre cuidarme si hacía algo, le dije que no se preocupara, que no haría nada. Ella estaba segura de que esa clase de situaciones se prestaban a ciertas otras que quería que evitara aún.

—Estaremos con su madre —añadí.

—Ay, Sol, yo también he sido joven —musitó y negó con incredulidad—. No soy partidaria de que tan rápido comiences tu vida sexual —añadió—, pero también es cierto que a tu edad las hormonas se alborotan y él y tú tienen una conexión distinta.

Mamá siempre lo había dicho, decía que él y yo estábamos hechos el uno para el otro y que lo había sabido desde el día en que lo invité a mi cumpleaños número ocho. También me decía que me preparara, que no todo en el amor era color de rosa, y que tarde o temprano llegarían los tiempos difíciles, y que esos serían los tiempos en que nuestro amor y nuestra relación, sería puesta a prueba. Mamá adoraba a Tomy, decía que era el hijo que nunca tuvo.

Ella y papá siempre quisieron una familia numerosa, pero las cosas no se dieron, así que yo no tuve hermanos. Todavía recuerdo que una vez, cuando ya estaba enferma, pero no estaba aún tan mal, me llamó a su habitación.

—Un día Tomás regresará —dijo y yo negué—. Sí, lo hará, y deberás escucharle.

—No, mamá, no tengo nada que escucharle —dije y fingí irme si seguía hablando del tema.

—Tienes que perdonarle, ya te lo he dicho. Eso no significa que regresen, solo significa que el perdón te ayudará a soltar… Y recién allí podrás ser feliz de verdad, con él o sin él. Estás atascada en esa historia, lo comprendo, porque Tomás ha sido toda tu vida, pero no es sano.

No pensaba perdonarle, y no entendía sus palabras. Yo no creía poder llegar a ser completamente feliz con alguien nunca más, no como lo había sido con Tomy. Y ya había salido con tres chicos en ese tiempo.

—Mamá, deja de pensar en Tomás, ¿sí? —suspiré—. Necesitas recuperar tus fuerzas y salir adelante.

—Lo que necesito es asegurarme de que serás feliz, y para ello, necesito asegurarme que si Tomás vuelve, lo escucharás con el corazón abierto. Prométemelo —insistió.

—A ver, tú misma me has dicho que debía soltar a Tomás, que debía superar lo que pasó. ¿Ahora qué sucede?

—Sucede que quiero que seas feliz —insistió, pero no dijo nada más.

—Mamá…

—Prométemelo

—Lo prometo —cedí…

¿Quién puede negarse a algo que pide un enfermo terminal?

—¿Sabes? La cercanía a la muerte te hace perder la perspectiva que tenías de muchas cosas —dijo después—. Antes también creí que había situaciones imperdonables, que había cosas que no se superaban nunca… ahora ya no pienso así, creo que la vida es mucho más que eso, que estamos aquí de paso, para amar, no para odiar ni guardar rencor. La gente se equivoca, Sol, tú también te equivocarás…




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