Hagamos un trato

Capítulo 16

 

Mientras lo observo dormir, me relajo, el sonido de su respiración me da paz. Un montón de recuerdos vuelven a caer a mi mente. Nuestra primera vez, las mil promesas de amor que nos hicimos aquella noche y la manera en que se quebró su alma cuando descubrió la verdad.

Todavía estábamos desnudos en su cama, el sol aún no salía. Me había escabullido en su habitación muy segura de que había llegado el momento, incluso con un preservativo que me había dado una amiga. Eran cerca de las cuatro de la mañana, yo ya tenía casi diecisiete años y me sentía adulta, dueña del mundo. Habíamos esperado ese momento por demasiado tiempo.

Un ruido nos alertó, pensamos que su madre se había despertado. La oímos llorar, estaba en el pasillo que separaba la habitación de Tomás de la suya. Agudizamos el oído, ambos desnudos recostados por la puerta.

Su madre hablaba con su abuela, y le decía que creía que había llegado el momento de decirle a Tomás toda la verdad. Recuerdo el rostro de Tomás al oír aquello, lo tomé de la mano y seguimos escuchando la conversación.

La tía Ana le decía a su madre que Marcos, el papá de Tomy, quería que él conociera a sus hermanos. Tomás ya sabía que su padre había tenido un hijo más, que tenía como tres años en ese momento, pero no sabíamos por qué hablaba en plural, y Ana siguió explicando que el chico tenía una enfermedad y que creían que Tomás podría llegar a ser compatible con él y que podría ayudarlo a sanar.

¿Qué chico?

—Es muy joven, mamá. Solo tiene la edad de Tomy, ¿cómo puedo negarme a algo así? Me sentiría muy mal si muriera y mi hijo hubiera podido sanarlo.

No entendimos nada, pero luego que la mamá de Tomy cortara la llamada y siguiera llorando en el pasillo, nos vestimos.

—No salgas, espera… espera a que sea ella quién te lo explique —le susurré.

Tomás no me hizo caso, él era impulsivo y ambos teníamos una vaga idea de lo que estaba pasando.

Salimos juntos de la habitación, aunque su madre se diera cuenta de lo que habíamos hecho. En ese momento no nos importaba, él quería enfrentarla y yo quería apoyarlo. Sabía que lo que se venía era duro, lo podía sentir.

Su mamá, sorprendida, lo abrazó. Él la rechazó y le pidió que le explicara lo que acabábamos de oír. Su mamá nos contó la verdad.

Su padre tenía otra familia. Ese era el verdadero motivo por el cual se habían separado ya hacía tantos años atrás. Ana le contó todo, le dijo que lo descubrió un día al atender una  llamada de una mujer que le exigía manutención para sus dos hijos, una de diez años y otro de ocho. Su madre no lo podía creer, pero sin decirle nada a su padre, se reunió con la mujer y entendió lo que sucedía.

Marcos tenía dos familias, por eso solía hacer esos viajes largos y extraños. La otra mujer con sus dos hijos, vivían en una ciudad cercana y él solía ir a verlos, incluso los había reconocido. Tomás tenía dos hermanos de los que nunca antes había sabido, y uno de ellos tenía su edad.

Ana nos contó lo horrible que fue descubrir aquello, y Tomás entre lágrimas le gritó por no haberle dicho antes. Le dijo que se burló de él, que hizo que fuera a convivir con su padre durante todos los fines de semana cuando que él no se lo merecía.

—Es tu padre —susurró Ana.

—¡Es un mentiroso! No te respetó ni a ti ni a mí, ni a los otros —exclamó.

Ana siguió contando que el chico de la edad de Tomy, efectivamente tenía una enfermedad y necesitaba un trasplante de médula. Marcos, desesperado, le pidió que le dijera a Tomy la verdad para hacerle el análisis para ver si eran compatibles.

—¡No! ¡No pienso hacerlo! —exclamó.

Ana no respondió, lloraba, estaba desconsolada. Tomás estaba roto. Yo lo vi, vi romperse su corazón esa noche, vi quebrarse en él algo que no sabía qué era, pero era algo que nunca volvería a su sitio, que lo haría cambiar para siempre, que lo haría convertirse en otra persona.

Intenté de muchas maneras estar a su lado, ayudarlo, consolarlo, entenderle, apoyarlo… pero nada de lo que hice fue suficiente. A veces le decía a mamá que no lograba hacerle reír, que no conseguía que sus ojos volvieran a brillar. Mamá me decía que tuviera paciencia, que la vida era dura y más para las personas como Tomás, que tenían un corazón tan puro y que no concebían la maldad del mundo.

Él se fue cerrando a mí, se fue alejando, me fue dejando fuera de su mundo interior, y yo, me enfadé por ello. Comenzó a salir con un grupo de chicos que lo único que hacían era tomar alcohol y drogarse hasta altas horas de la noche. Lo tuve que traer arrastrado y borracho muchas veces hasta su casa.

Entonces, un día, tuvimos la pelea más grande de nuestra historia. Él estaba borracho y así llegó a mi casa. Hizo un papelón en frente de mis padres, que ya comenzaban a verlo con malos ojos, sobre todo papá. ¿Quién quiere que su hija esté con un chico que todas las noches llega tomado a la casa? Lo saqué afuera y le grité, le dije que era un malagradecido y un egoísta, que no quería mejorar sino hundirse, y que yo por más que lo amaba no iba a hundirme con él.

Él me dijo que no lo entendía, que pensó que yo estaría de su lado, pero que en vez de eso lo estaba dejando solo. Que su única amiga lo dejaba solo y que por lo visto no lo amaba lo suficiente. Que yo era la egoísta y la incapaz de ayudarle y estar para él y que así no valía la pena seguir juntos.

—¿Estás rompiendo conmigo? —inquirí enfadada.

—¡Sí, ya no te soporto más! —gritó—. Entre tú, mi madre y mi padre, lo único que hacen es volverme cada vez más loco. ¡Los odio! —añadió.

Pasaron dos semanas de esa pelea y no volví a hablar con él. Casi no lo veía, porque tenía siempre la ventana cerrada y la cortina corrida. No había clases en esa época, estábamos de vacaciones.

Nunca habíamos estado separados por tantos días, pero yo estaba lo suficientemente enojada como para que mi orgullo fuera más fuerte que lo mucho que lo extrañaba.




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