Hagamos un trato

Capítulo 17

La tarde cae con más nieve, pero en la habitación se siente calor. Algo así como yo cuando estoy con Tomy. Hay un lugar dentro de mí, en el cual su llegada ha vuelto a encender el calor, la comodidad, la paz. Sin embargo, los recuerdos son crueles, las preguntas nunca hechas, las respuestas nunca dichas, el tiempo.

—Ya se me pasará —le dije a mamá una vez que me encontró llorando por la reciente ruptura con Tomás—. El tiempo cura las heridas.

Ella estaba preocupada por mí, decía que temía que entrara en una depresión, yo ya no salía de casa ni me veía con mis amigas, mucho menos con Tomás. Habíamos escuchado que sus padres lo obligarían a hacerse caso del niño, pero que no se casarían. Tomás iría a vivir con su padre próximamente, era todo lo que sabía.

—No, cariño, el tiempo no cura las heridas. Si mañana tuvieras un accidente grande y los doctores no suturaran tu herida, no la limpiaran, no la cuidaran, el tiempo probablemente la cicatrice, pero esa marca quedará horrible, eso si no te ganas una infección por no atender la herida en su momento. El tiempo cicatriza las heridas, pero tú debes curarlas antes para que la marca que deje no sea tan grande.

Recuerdo a mamá, tomo de nuevo su carta en mis manos y la vuelvo a leer por enésima vez. ¿Qué le habría dicho Tomás en aquella conversación? ¿Por qué ella querría dejarme aquí con él a sabiendas que yo no lo he perdonado?

Lo miro dormir, se da vueltas y vueltas en el suelo, se nota incómodo. Me levanto de la cama y camino por la habitación. Siento que estoy algo sofocada, me abrigo bien y salgo afuera. La nieve cubre todo el horizonte y la postal es hermosa, hace frío, pero me agrada. El invierno pronto se irá y me gusta disfrutar de sus últimos días. Ahora el frío no me lastima como esta mañana, pero sí me despierta, me hace sentir viva.

—¿Estás tratando de escapar? —Su voz desde la puerta me hace voltear. Sigue con el torso desnudo y el jean que traía puesto.

—Te vas a pescar un resfriado importante —digo y camino hacia la cabaña—. Entra —ordeno.

Él lo hace y yo entro detrás. Cierro la puerta y lo veo temblar un poco.

—No voy a ir a ningún lado, tampoco quiero que tú lo hagas —admito—. Seis meses…

—Seis meses —dice él con una sonrisa.

—Lo hago por mamá —susurro.

—Bien…

—¿Has dormido algo? Estabas incómodo allí abajo —digo y él se encoje de hombros.

—Voy a darme un baño, creo que me ha entrado el frío de afuera —afirma.

Asiento y lo veo tomar una toalla de una maleta que está al lado de la cama. No me había percatado de ella. Ingresa al baño y yo me quedo perpleja allí, por un rato.

Escucho como cae el agua y camino con sigilo hasta la maleta. Saco una sudadera, la abrazo, la huelo. Este es el aroma del Tomás de hoy, similar al de ayer pero con algo nuevo, algo que no identifico, pero me agrada. Observo su ropa, mal doblada, arrugada. No es mucha, un par de jeans y unas cuantas camisetas.

Voy a la pequeña despensa, busco el café para prepararlo y enciendo la cafetera. Sirvo como para dos y pongo pan en la tostadora. Pronto se hará de noche y otra vez me siento agotada.

El agua se apaga, Tomás sale del baño con una toalla envuelta alrededor de la cintura.

—Lo siento, olvidé llevar ropa —dice y se acerca a su maleta.

Saca un bóxer blanco y se lo pone por debajo de la toalla. Aún hay gotas en su espalda, se pone un pantalón de algodón y yo me acerco a él.

No lo pienso, lo hago por instinto, lo hago por inercia.

Tomo la toalla que dejó tirada en la cama y le seco la espalda. Él no lo esperaba, se sorprende, pero no se mueve, deja que lo haga.

Se da media vuelta, estamos cerca, muy juntos. Puedo sentir el calor de su piel recién lavada y su respiración chocando contra la mía. Creo que las piernas me tiemblan, algo dentro de mí grita que me aleje, pero no deseo hacerlo.

Tomás me abraza, al fin, sus brazos desnudos envuelven mi cuerpo y yo me recuesto en su pecho. No decimos nada, solo Dios sabe cuánto he anhelado esto. Sé que no está bien que juguemos con fuego de esta manera, pero hay algo más fuerte que yo que me impulsa a acercarme a él.

—No te he perdonado, nunca lo haré —murmuro solo para dejarlo en claro.

—Lo sé, no lo merezco —susurra él en mi oído.

—Tampoco he dejado de sentir todo lo bello que alguna vez he sentido por ti —admito.

—También yo lo siento —murmura—. Siempre fuimos uno solo…

—No siempre… —me quejo.

—Lo sé… lo he estropeado todo —vuelve a decir.

Las lágrimas se aglutinan en mi interior y escapan de pronto, como si se hubiera abierto la presa de un río. Comienzo a sacudirme, a llorar de una manera que no logro controlar. Tomy sigue abrazándome, yo comienzo entonces a querer soltarme.

—¡Te odio! —le grito.

Él no responde, se queda allí, suelta el abrazo y yo comienzo a empujarlo. Lo empujo, lo golpeo con el puño cerrado en su torso, incluso le meto mis uñas en la piel. Estoy siendo salvaje, pero me estoy desquitando con todo. Le doy una cachetada, su piel se queda roja, él no hace nada, no dice nada.

Sé que esto no está bien, la violencia no es la solución, nunca ha sido. ¿Por qué lo estoy haciendo? Lloro más fuerte, no me reconozco.

—Perdón —digo al fin cuando veo la marca que uno de mis anillos hace en sus mejillas—. No sé qué me pasa.

Tomás no responde, camina al baño, lo veo a la distancia, se lava la cara, y se la seca con cuidado. Yo estoy sentada en la cama, sintiéndome como basura. Nunca he pegado a nadie, ¿qué demonios he hecho?

Él se acerca a mí, el olor al café inunda la habitación y el pan comienza a quemarse. Me alejo y voy a apagar la máquina, para luego caer al suelo y llorar.

Tomás se acerca de nuevo y se sienta a mi lado, yo recuesto mi cabeza en su hombro.

—Estamos hechos un desastre —digo y él asiente—. No creo que lo logremos, seis meses es mucho, Tomy, no puedo… Esto es… tóxico.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.