Hagamos un trato

Capítul 18

Me despierto y no quiero moverme, no sé qué hora será, tengo hambre y veo que el reflejo del sol ingresa por la ventana, ha dejado de nevar, eso es bueno. Miro a Tomás que aún duerme a mi lado, me gustaría que este momento fuera eterno. Me había imaginado despertar con él muchas veces, millones de veces, pero nunca en este contexto.

Quiero acariciar su rostro, sentir su piel, observo sus labios y recuerdo sus besos. Miro sus ojitos cerrados y me pregunto qué estará sucediendo en su mente. Quisiera tener el poder de leer las mentes y los corazones en este momento.

No quiero despertarlo, no quiero moverme de aquí. Supongo que es cerca del mediodía, ya me he despertado varias veces antes, me he pasado largo rato viéndolo, luego me he vuelto a quedar dormida. Y también he fingido dormir cuando él se ha despertado y se ha quedado viéndome. Quizás él también haya estado fingiendo, no lo sé.

Mi mente vaga entre el pasado y el presente, voy a escenas de nuestra infancia y de nuestra adolescencia que hacía mucho había enterrado en mis memorias. Regreso por ejemplo al día que Tomy cumplió diez años.

Estábamos en el patio de casa, en un lugar donde mi padre había colgado un columpio y nosotros habíamos construido un supuesto fuerte, con unos palos y unas sábanas viejas. Estábamos adentro del mismo, escondidos, porque su padre vendría a buscarlo y él no quería irse.

—Pero es tu cumpleaños —susurré yo—. Quizás él quiere pasarlo contigo.

—Cuando voy a su casa, siento que no soy importante. Él me deja con mi abuela o con su novia y se va a trabajar —admitió—. ¿Sabes? Voy a contarte un secreto, pero no te enojes —me dijo.

—¿Qué?

—A veces te envidio —susurró—. Me gustaría tener una familia como la tuya, tus padres se aman, siempre están de la mano, se cuidan y te cuidan, se preocupan por ti.

—Tu mamá también te quiere y te cuida —dije para consolarlo—, y aunque no lo creas, tu papá también.

Los ojos de Tomás se llenaron de lágrimas.

—Si no te tuviera a ti, no sé qué habría hecho —dijo aquella vez—. Le doy gracias a Dios por haberte conocido, ¿sabes? Porque yo no quería mudarme, yo no quería que mis padres se separaran, y no quería venir a vivir aquí. Creía que nadie me entendía, por más que le decía a mamá que quería regresar a casa ella me decía que la casa nueva era nuestra casa… Yo no me refería a eso, me refería al hogar que alguna vez tuvimos… Pensé que era mi culpa, papá siempre decía que yo me portaba mal, que era ruidoso y caprichoso, mamá me regañaba por ello. Llegué a pensar que papá nos echó de la casa porque no me quería. De hecho, todavía creo que él no me quiere —susurró.

Los primeros años de nuestra amistad, se basaron siempre en sus problemas familiares. Tomás sufría mucho la separación de sus padres, no lo comprendía, y se sentía muy solo, sentía que ellos no le querían lo suficiente y por eso no estaban juntos.

—Claro que te quiere, Tomy. Estoy segura de que ambos te quieren mucho. ¿Quién podría no quererte a ti? —dije y lo tomé de la mano—. Yo te quiero mucho.

—Yo también a ti, me has salvado. Contigo siento que las cosas no duelen tanto, que puedo esconderme del mundo, que hay alguien que me quiere y se preocupa por mí. Lo digo siempre, si no te hubiese conocido, quizá ya me habría ido de la casa.

—¿Dónde ibas a ir? Somos chicos, no puedes trabajar —dije y él se encogió de hombros.

—¿Nunca has pensado irte de tu casa? —me preguntó.

—No, ¿por qué? Me aterra la idea de no tener a mi mamá y a mi papá a mi lado —respondí.

—Es lógico. Yo… yo sí lo he pensado. Muchas veces —admitió.

En aquel momento aquello me dio miedo. Imaginar a mi mejor amigo, tan chiquito y frágil, caminando solo por las calles me asustaba.

—Hay gente muy mala en las calles, Tomy. No deberías pensar en eso… Yo no podría… vivir sin ti —dije con susto—. No aguantaría que nada malo te sucediera.

—Lo sé, por eso no me voy, porque yo tampoco quiero estar lejos de ti.

Nos quedamos en silencio por un buen rato. Escuchamos entonces que su madre le preguntaba a mi madre si estábamos en su casa, ella le dijo que no habíamos entrado, pero que revisaría en la habitación. Escuchamos sus pasos y luego salió a decirle que no estábamos allí.

—No tardarán en descubrirnos —le susurré.

—¿A dónde podemos ir? —inquirió.

—¡Tengo una idea! —dije luego de unos minutos.

Esperamos que su madre ingresara a su casa y que la mía lo hiciera también, y nos escabullimos por el jardín intentando no hacer ruido ni ser vistos. Tomás tenía que correr y esperarme en la esquina, yo juntaría algunas provisiones para nuestra tarde.

Ingresé a la cocina con una mochila y guardé algunas cosas, unas galletas de chocolate, un paquete de magdalenas, una vela de color rosado que había sobrado de mi último cumpleaños, un fósforo y dos refrescos.

—¿A dónde vas? —preguntó mamá.

—Ehmmm a ningún lado…

—¿Qué llevas allí? —quiso saber.

—Yo… iba a ir a jugar con Mechita al picnic en la plaza —contesté.

Solíamos hacer eso con mis amigas de vez en cuando, así que a mamá no pareció llamarle la atención.

—No tardes, regresa antes de que se haga de noche —dijo.

—Está bien —añadí y me apresuré a salir.

—¡Ey! ¡Sol! —gritó justo antes de que me fuera.

—¿Sí?

—¿Sabes dónde está Tomy? —quiso saber.

—No lo sé, dijo que iba a pasar su cumpleaños con su papá —contesté como si nada y salí.

Entonces, me uní a Tomás en la esquina y corrimos como si el mundo se fuera a acabar en unos minutos. Llegamos al lugar que se me había ocurrido, movimos el viejo portón herrumbrado e ingresamos esperando que no nos descubrieran.

El sitio era una antigua estación de tren que ya estaba abandonada. Corrimos hasta uno de los vagones viejos que ya no poseía puertas e ingresamos. Adentro estaba vacío, saqué la servilleta que había traído y coloqué en un espacio que no parecía tan sucio, coloqué las galletas encima y puse la vela sobre una de las magdalenas, la prendí y le di a Tomy un refresco.




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