Hagamos un trato

Capítulo 22

Tomás y yo nos quedamos mirándonos. Doblo con cuidado la carta y se la paso, él la coloca en el sobre rosado y guarda la cartulina en su mochila. Saca de ella dos botellas de jugo y me pasa una, su mamá nos preparó también sándwiches y los saca para compartirlos.

Nos quedamos allí, comiendo en silencio, abrazados por la oscuridad y las estrellas que parecen cantar melodías silenciosas sobre nuestras cabezas.

—Luego de salir de la escuela militar me mudé al norte, conseguí un trabajo como ayudante administrativo en una universidad en la cual me dieron una beca completa para estudiar la carrera que deseara. Trabajaba de ocho a seis y luego ingresaba a clases hasta las diez. Estoy cursando el cuarto año de ingeniería en informática, actualmente sigo trabajando en la universidad, pero me encargo de la programación y mantenimiento de la plataforma de clases online para las carreras de estudio a distancia —me cuenta.

Su tono de voz es calmado, y a medida que habla, se da espacios para comer. Yo lo escucho sin apuro.

—No tengo pareja desde hace más de dos años. Quería mantener al amor lo más alejado posible, pero conocí a una chica que… que me recordaba mucho a ti —admite y yo casi dejo de respirar—, se llamaba Lucía, pero no funcionó. Estuvimos juntos unos siete meses, pero decidí que termináramos. No quería ilusionarla y yo no estaba enamorado, no podía darle más de lo que ya le daba, y no era justo para ella.

Nos quedamos en silencio un rato, no hablo, no sé qué decir, espero que él continúe.

—No soy feliz, no sé cómo serlo. Lo he intentado, he entrado a charlas motivacionales en la universidad, he leído libros de autoayuda, he buscado respuestas en la religión, he hecho las cosas que todos te dicen que hagas… nada ha funcionado. He sido más feliz hoy que en todos estos años —admite—. Me siento… frustrado… cansado de buscar la felicidad y que esta se me escape de las manos, he llegado a pensar que no me la merezco, que quizá mis errores han sido tan grandes, que no merezco ser feliz…

Miro al cielo y observo las estrellas mientras espero que continúe.

—No he dejado de pensarte, no miento si digo que te pienso cada día de mi vida, no hay una noche que me vaya a dormir sin pensar al menos una vez en ti. Qué estarías haciendo, con quién estarías, cómo te verías hoy, si me recordarías, si aún te dolería todo lo que… he hecho. Luego de ese pensamiento, indefectiblemente comienzo a culparme y a imaginar qué hubiese sucedido si no hubiera sido tan idiota. Entonces, primero empiezo a imaginar un montón de posibilidades que no vivimos, y de allí caigo en el abismo de la culpa que cada vez es más oscuro y más profundo. Por eso acepté esto, porque pensé que verte de nuevo haría que pudiera ponerle fin a este martirio.

Hace silencio, deja de comer y se recuesta en la manta, colocando su cabeza sobre la almohada y mirando al cielo.

—Desde que hablé con tu mamá, pasé noches imaginando el momento en que te volvería a ver, qué te diría, qué sucedería, cómo reaccionarías. Imaginé cosas hermosas y pesadillas horribles, y entonces llegó el momento. Manejar hasta aquí se me hizo interminable, y verte allí, en el cementerio, me rompió el alma, si ya antes no estaba rota. La sola idea de verte sufrir me hizo pensar en que yo también lo había hecho, te había hecho sufrir, y una parte de mí me gritaba que era un hipócrita al querer salvarte del dolor del duelo cuando yo mismo te había llevado antes al abismo de la traición. Otra vez la culpa… como verás.

Suspira.

—Hoy es mi compañera inseparable, la culpa, me sigue a dónde vaya. Siempre estoy viendo todo lo que no fue y lo que pudo ser, por eso vivir el presente me parece de lo más imposible y alejado de mi realidad. Yo estoy atascado en el hubiera, ni siquiera vivo atascado en el pasado o en el futuro. El pasado me ha metido en el hubiera y el futuro ni siquiera lo considero. Yo estoy envuelto en una nube de cosas que habrían sucedido si no hubiese sido tan idiota. Ni siquiera logro ver el futuro, no existe para mí. Yo solo intento sobrevivir cada día.

Ahora soy yo la que suspira.

—Tu madre me devolvió la posibilidad de soñar, de imaginar un futuro a corto plazo en el cual yo llegaba y hablábamos. Esperaba que me dijeras todo lo que guardabas dentro y entonces, con todo tu odio en mis narices, podría al fin cerrar esta historia, seguro de que me odias y de que ni toda mi culpa sería suficiente para que me perdonaras. Es extraño lo que digo, no sé si tiene sentido, pero para mí lo tiene. Yo quería venir para poder cerrar esto, para poder enterrar el hubiera junto con la culpa, siendo merecedor de tu odio eterno.

Hace un rato de silencio y se concentra en las estrellas, yo no hablo, sé que aún no ha terminado, no sé cómo, pero lo sé.

—Entonces, ahora tu mami me dice que tengo que vivir el presente y no sé cómo hacerlo. Mi presente eres tú, estás aquí, ahora, conmigo. Me has dado el privilegio de postergar tu enfado para compartir este hermoso día. Ha sido mágico, he visto a esos niños y me he reconocido en ellos, de alguna u otra forma también me he sentido abandonado en mi infancia, así que siento que los puedo entender. Me he imaginado a Josué observando las estrellas y pensando en Laurita, soñando con volver a verla. Me he sentido como si tuviera doce años cuando jugamos al fútbol. ¿Qué te puedo decir? Mi presente en este momento se me hace tan mágico que tengo miedo de que no exista, de que haya sido un sueño. Llevo tantos años sin vivir el momento que no recuerdo cómo se hace…

Ahora sí sé que ha acabado, así que tomo aire para empezar yo.

—Al año siguiente de que te fuiste me metí a la universidad, no salí de la ciudad porque… ese era nuestro sueño. Quería estar en casa por mis padres y por si… regresaras —admito—. Me inscribí en la carrera de diseño gráfico, pero la dejé cuando a mamá le dijeron que ya no había salida para la enfermedad. No quería hacer nada más que estar con ella en ese momento, ir a clases me parecía una pérdida de tiempo —susurro—. Ahora deseo volver, pero no siento las fuerzas necesarias para hacerlo, mamá me pidió que lo hiciera, que retomara mi vida, pero aún no tengo ganas. Además, todos mis compañeros ya adelantaron y de alguna manera eso me hace sentir perdida. Odio sentirme perdida —admito—. No soy feliz tampoco, estoy atrapada en el pasado, lo admito. Es cierto, guardo mucho rencor en mi alma y eso no me deja ver más allá. He salido con un par de chicos, nada importante. Tengo mala puntería, elijo chicos que al poco tiempo ya no me agradan, creo que lo hago adrede, aunque de una manera inconsciente… no sé si me explico… es como si lo hiciera a propósito, para que pronto dejen de gustarme y pueda dejarlos sin sufrir la pérdida. Mi último novio, Matías, era tan mala persona que decidió que pasaba mucho tiempo con mi madre en su lecho de muerte y me dejó una semana antes de perderla. ¿Te imaginas? —inquiero y él niega—. Ahora me manda mensajes y me pide perdón —digo con ironía—. Como si todo se solucionara con un perdón —agrego y luego hago silencio, eso no debí decirlo.




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