Hagamos un trato

Capítulo 27

Al día siguiente, nos volvieron a buscar, nos llevaron a una casa extraña llamada La Casa de las sensaciones, todo allí era raro. Había varias habitaciones con distintas actividades, por ejemplo los espejos, o escaleras mágicas que no sabías si subían o bajaban, laberintos y cosas así. Ese día, luego de leer lo que mamá escribió, decidí disfrutarlo de otra manera, sin pensarlo, simplemente recibiendo todo lo que las sensaciones me brindaban, y fue exquisito.

Luego de esa experiencia, mi relación con Tomás tomó otra perspectiva, una incluso más profunda. Sin embargo, fue mi relación conmigo misma la que cambió de manera más drástica. Comencé a relajarme más en mis juicios mentales, dejé de estresarme tanto por las cosas que no podía cambiar o manejar y decidí que quizá, ver las cosas desde otro modo, podía darme algunas respuestas.

Así que una tarde, cuando Tomy viajó por un par de días a su ciudad para ver algunas cosas del trabajo, busqué a su madre y la invité a merendar. Ella accedió feliz y la llevé a un sitio que me agradaba mucho, justo en el muelle, en la zona de los pescadores.

Era una cafetería pequeña y nada lujosa, pero para mi gusto tenía el café y las masitas más ricas del pueblo, así que allí estábamos, la tía Ana y yo, en lo que ambas sabíamos sería una conversación importante.

—¿Cómo te sientes? —pregunto.

—Bien, me siento viva. Un día, cuando seas madre, entenderás lo que siento —dice—, poder tenerlo en casa de nuevo, hacerle una comida que le gusta, arroparlo antes de dormir, darle un beso en la frente. Sé que ya es todo un hombre, pero para mí siempre será un niño…

—Me alegra que estés feliz —digo—, te mereces esa alegría, has sido muy buena madre toda tu vida, no era justo que sufrieras así. Me alegra que Tomás haya recapacitado.

—¿Ustedes qué tal? —pregunta y yo me encojo de hombros.

—Es… extraño… Desde que llegó todo ha sido muy bonito e intenso. No me detengo a pensar demasiado, ¿sabes?, pero en ocasiones no puedo evitar pensar cómo hubiese sido todo si él no hubiera regresado. Y además, está todo lo que mamá preparó para nosotros… y… todo es tan grande, a veces me supera…

—Lo sé, a tu madre le hacía mucha ilusión su plan. Lo hablamos varias veces, ella me pedía que estuviera al pendiente de que todo marcha bien, de que te sintieras bien, de que estuvieras comprendiendo lo que ella quería decirte. A veces se pasaba horas contándome cómo imaginaba que sucederían las cosas…

—No me di cuenta de nada de eso —digo—. No sé en qué momento lo armó todo…

—Los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, ella quería eso para ti e hizo lo mejor que pudo. Y quería que fuera una sorpresa, para ayudarte a pasar el duelo. Imagina, se preocupaba tanto por ti que ideó la manera de estar a tu lado incluso cuando físicamente ya no pudiera estar.

—Sí… es grandioso…

Hacemos silencio en lo que el mozo nos trae nuestras órdenes.

—Tía… Necesito hacerte una pregunta porque quiero aclarar algo que tengo en mis pensamientos hace días. Solo… respóndeme con sinceridad.

—Dime… —dice ella luego de probar su café.

—Cuando perdonas a alguien, ¿cómo lo sabes?

—Pues… supongo que la ofensa deja de doler. Es como, cuando te haces un corte en el dedo, al principio todo golpea con ese corte, justo allí donde te hiciste el daño, pero un día ya no duele, un día la herida se cura, y aunque se pueda quedar allí una marca, ya no la sientes. Perdonar no es olvidar, es solo pasar página, superar la afrenta, dejarla atrás.

—Soltar... —añado y ella asiente.

—Así es…

—¿Es cierto que a veces no perdonamos porque no queremos liberar a la persona? Es decir, ¿podría ser que el rencor sirviera como una manera de atarnos a alguien a quien no estamos listos para soltar? —inquiero y ella asiente.

—Sí, el rencor y la rabia nos mantienen atados a la persona, pero no solo a la persona, también a la historia que tuvimos con esa persona. Puede ser a las dos cosas o a una sola, es interesante definir bien qué es lo que no podemos o no queremos soltar.

—No lo entiendo…

—A veces, es como dices, uno no quiere alejarse de alguien y por eso de alguna manera se aferra a él o ella, y a lo que esa persona representó en la vida. Pero también a veces lo que no queremos es soltar la historia, lo que soñamos, lo que imaginamos y no se cumplió, lo que creímos que pasaría y no sucedió. Es difícil enfrentarse a los sueños rotos, corazón.

—¿Te sucedió?

—Claro, yo me casé enamorada, soñaba con uno amor para toda la vida, una familia numerosa, un día de domingo con hijos y nietos y yo envejeciendo junto a Marcos. Cuando eso no sucedió, por un lado estaba atada al rencor que le tenía por su traición, pero a la vez me enfadaba que él hubiese hecho añicos mis sueños. Y más me dolía pensar que él sí estaba llevando a cabo todo eso que planeé, pero con otra mujer…

—Qué doloroso…

—Claro, pero si yo hubiese entendido antes la importancia de cerrar ciclos y pasar página, quizás hoy estaría con Sebastián, disfrutando de un sueño distinto, pero de un sueño al fin. Él quería casarse conmigo, tenía dos hijas y soñaba con que criáramos a nuestros hijos como hermanos, en una familia. Yo no quise, en ese momento ese sueño no se adecuaba a lo que yo quería, pensé que Tomás no lo aceptaría, pero en realidad era yo la que no me animaba. Perdí a Sebastián por mi indecisión, porque no estuve lista para volver a ser amada ya que estaba llorando por un amor que no pudo ser.

—Eso también es triste…

—Exacto… Es por eso que tu madre, yo y Tomás, queremos para ti otra historia. Queremos que sueltes los sueños que no se te cumplieron, que pases página de un dolor que ya pasó hace demasiado tiempo, y que dejes una nueva hoja en blanco para que puedas escribir una nueva historia y ser feliz. Tú necesitas liberar a Tomás, por ti, por él….




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