Hagamos un trato

Capítulo 28

La fecha esperada se cumple en domingo. Tomás y yo nos encontramos en mi habitación con el sobre número tres listos para abrirlo. Lo hacemos con entusiasmo, ansiosos por la siguiente sorpresa.

«Hola Chicos:

Espero hayan tenido una experiencia mágica en El mundo del revés, me hubiese gustado experimentarlo también, aunque a veces no hace falta hacerlo para que el mundo se ponga de cabezas, ¿no?

Esta vez la tarea es mucho más sencilla, así que si esperaban algo fuera de lo común, se desilusionarán.

Solo tienen que ir al patio, desenterrar la cápsula del tiempo que alguna vez enterraron y conversar al respecto. El único requisito es hacerlo en un día que tengan mucho tiempo para hablar, dejen que cada cosa que encuentren allí les lleve a un recuerdo. Busquen en el fondo de sus corazones, eso que quedó olvidado hace mucho, revívanlo.

Sí, dije que era importante vivir en el presente, pero también que el pasado es un buen maestro. Busquen en él, escudriñen a ver qué es lo que tiene para mostrarles.

Ustedes sabrán en qué momento abrir el sobre rosa con el número tres.

Ábranse el uno al otro,

Los quiero,

Mamá».

—No voy a aguantar esperar… —admite Tomás y yo sonrío.

—Tampoco yo…

Como si los dos estuviéramos en sincronía, nos levantamos y vamos a la cocina en busca de dos cucharas para escavar. Ya no tenemos palas ni juguetes de arena, así que nos conformamos con lo que hay. Vamos hasta el patio trasero de mi casa y buscamos el árbol bajo el cual solíamos acampar, o bueno, poner la sábana que en nuestra imaginación era una carpa de camping.

Desenterrar el tesoro nos lleva un buen rato, no encontramos el lugar exacto, pero luego de unos minutos, la cuchara de Tomy golpea algo duro. Sacamos entonces la caja metálica en la que habíamos guardado nuestra historia en aquel momento y la abrimos. Tiene una fecha, teníamos como doce años cuando lo hicimos.

—¿Recuerdas? Hicimos esto tras ver una película vieja en la que unos niños lo hacían también —comento al ver la caja.

—Nuestras vidas se basaban en copiar a los niños de las películas —dice Tomás y ambos escavamos con más fuerza para acabar de sacar la caja.

—Ya no éramos tan pequeños cuando lo hicimos —recuerdo.

—Estábamos a nada de comenzar con los problemas de la adolescencia…

—Vaya problemas —susurro.

Sacamos la caja, nos sentamos debajo del árbol y la ponemos en medio de nosotros.

—Los tesoros de nuestra amistad —dice Tomás y sacude el exterior con cuidado.

Abre entonces la caja y vemos allí un montón de cosas que en aquel entonces eran importantes para nosotros.

—¡Mi muñeca! —exclamo. Una vieja Barbie bailarina yace inmóvil en el centro de la caja. La tomo en mis manos—. Me la regaló la abuela, era mi juguete favorito, la enterré porque quería despedirme de mi infancia y ser grande.

—Sí, me acuerdo de esa faceta tuya —dice él y recuesta su cabeza por el árbol—. Cuando cumpliste los doce, se te antojó que ya no eras una niña y que debías deshacerte de tus juguetes y de tus ropas de niña. Querías maquillarte y pintarte las uñas, pero tu padre no te lo permitía.

—Y usar tacos —agrego.

—Sí… Y enterrar esta muñeca fue lo que más te costó, porque era lo único que guardabas de tu infancia —susurro.

—¡Qué tonta! ¿Por qué es que tanto queremos crecer cuando somos niños?

—Porque pensamos que los adultos tienen las respuestas a todos los problemas y que cuando nos convirtamos en uno, sabremos todo lo que en ese momento no sabemos y tendremos libertad e independencia de hacer lo que deseamos.

—¡Vaya qué mentira más cruel! —exagero y abrazo a mi Barbie.

—Lo sé… —dice él y me sonríe—. Te ves hermosa con esa muñeca en las manos.

—No la volveré a perder, es… parte de mi época más feliz —admito—. Ojalá volviera a ser niña y pudiera resguardarme en los brazos de mamá de todo lo que duele y confunde…

—Ojalá, pero no se puede. Ahora tienes que aprender a estar para ti, a ser tu adulto responsable…

—¿Qué quieres decir? —inquiero.

—Que cuando uno es niño, siempre tiene un adulto responsable, ese que firma los avisos del colegio —añade con una sonrisa—. Tu madre o tu padre, mi madre… Ellos siempre estaban allí para curarnos si nos golpeábamos, para limpiar las lágrimas, para darnos abrazo y contención. Es de las cosas que más extraño —susurra—, que otro resuelva los problemas… Pero ser adulto es tomar ese mando, es convertirte en tu adulto responsable… para ti misma, porque ya no hay nadie que lo pueda hacer mejor… Es decir, la niña que está en tu interior siempre estará allí, y solo te tiene a ti ahora para darle ese abrazo, ese cariño, esa contención.

Lo miro, me encanta oírlo hablar, siempre ha sido así.

—¿Tú eres tu adulto responsable? —pregunto y él asiente.

—Me ha costado mucho entenderlo. Tuve que aceptar primero que estaba solo porque yo así lo había decidido, tuve que dejar de reprochar a mis padres todos sus errores, porque eso solo hacía más daño a mi niño y por último, tuve que tomar las riendas, hacer lo que esperaba o alguna vez esperé que ellos hicieran.

—¿Y eso qué es?

—No lo sé, respetarme, cuidarme, protegerme, velar por mi salud física y emocional, darme ánimos y alentarme incluso cuando me siento decepcionado de mí… Es lo que hace un padre… —murmura.

—Has madurado tanto —digo—. Yo me siento una niña tonta y caprichosa a tu lado —admito.

—No lo eres, no digas eso —dice y hacemos silencio—. ¡Mi colección de figuritas! —dice cuando encuentra una caja con todas las figuritas de sus jugadores de fútbol favorito de aquella época.

—¡La recuerdo! ¡Nos costó muchísimo conseguir todas! ¿Te acuerdas cómo sobornamos a Luis para que te diera la número diez? —pregunto entre risas.

—¡Sí! Me salió muy caro, tuve que darle mi camiseta del equipo… y era una original.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.