Hagamos un trato

Capítulo 29

Permanecemos allí, en la intemperie y en el silencio por varios minutos, quizás una hora. Tomás llora como niño pequeño, pero mi dolor es una barrera que no me permite abrazarlo y contenerlo.

—Yo no quería que Mariana abortara, no quería que ese niño sintiera lo mismo que yo sentí cuando me enteré que mi padre no quería que yo naciera. A la vez, sentía que mi vida no tenía sentido, porque mi padre era todo lo que yo odiaba y ahora me había convertido en él. Había traicionado al amor de mi vida y había acabado con lo único bueno que tenía en mi historia, tú y tu amor —admite y vuelve a sollozar.

—¿Qué pasó después? —quiero saber.

—Papá y mamá me hablaron, me preguntaron si era cierto, lo admití, me dijeron que me tenía que hacer responsable de mis errores. No querían que nos casáramos porque ellos ya sabían cómo acababa aquello, pero sí que me hiciera cargo. Además, papá creía que ya había tocado fondo, así que era hora de llevarme con él e internarme en la academia militar a la cual su padre lo había mandado a él muchos años antes. Mamá al principio no quiso, pero papá la culpó del desastre en que me había convertido y le dijo que él se encargaría.

—Y te fuiste…

—Sí… Vine a verte la noche antes porque… porque no podía irme sabiendo que te había perdido, que te había roto, que quizá nunca más podrías confiar o ser feliz. Te pedí esa tregua estúpida porque pensaba atajarme a ella como una ilusión para no rendirme. Sabía que se venían tiempos difíciles.

—¿Y Mariana?

—Ella se fue con su mamá y allí siguió los estudios prenatales y todo eso, pero también estaba mal, se drogaba de vez en cuando y seguía con la depresión. Su mamá la internó, pero ya estaba avanzado el embarazo. Nosotros no hablábamos, solo nuestros padres lo hacían. Papá me obligó a hacerme las pruebas y donar para Natanael, yo no quería, pero no tuve opción. Y luego fui a la academia —admite.

—Y el bebé… falleció —comento.

—Sí… me enteré que Mariana había entrado en trabajo de parto antes de tiempo. Mamá y papá siempre estaban al tanto y yo debería volver cuando ella tuviera al niño. Me buscaron de la escuela militar y me sacaron, me llevaron a la ciudad de Mariana y allí vi a mi hijo nacer —admite con dolor—, y también lo vi morir…

—Lo siento, Tomy…

—Hoy… debería tener la edad de la pequeña Laura, más o menos —susurra.

Es recién allí cuando me doy cuenta de eso. Recuerdo nuestro día en el orfanato y el cariño con el que le hablaba a la niña.

—Yo, a pesar de todo, lo quería ¿sabes? —dice—. No iba a ser con él como mi padre había sido conmigo —afirma.

—Lo sé… —digo y le paso la mano.

—Después de enterrarlo, Mariana y yo nos despedimos y nunca más supimos el uno del otro. Yo no la culpo ni le guardo rencor, ella no lo hizo a propósito ni era una mala persona, los dos estábamos destrozados, fue un error que nos costó caro, se llevó nuestra juventud, nuestra inocencia…

—¿Volviste a la escuela militar?

—Sí, hasta ese momento yo odiaba estar allí, pero cuando Manuel murió decidí que mi vida tomaría otro rumbo. Si todo había cambiado tanto, debía hacer que valiera la pena, por él…

Dice eso y saca una fotografía de su billetera, me la muestra.

—Era Manuel —dice y me la pasa.

Veo a un pequeño bebé, un prematuro lleno de cables y con la piel arrugada.

—Es lo único que pude guardar —añade—. Quería que su vida tuviera sentido y que valiera la pena, quería demostrarle que su padre era una buena persona, quería ser diferente a mi padre. Así que me puse a trabajar con entusiasmo, a hacer mucho ejercicio, a intentar salir adelante. En esa época me di cuenta que era bueno con las computadoras, siempre arreglaba las de la academia y me agradaba todo ese mundo, así que tuve claro lo que estudiaría al salir. Y también tuve claro que ya era momento de volar solo.

—Entonces cuando saliste fuiste a ver a tu padre para despedirte —digo porque esa parte ya la sé.

—Así es, necesitaba conocerme a mí mismo, aprender a protegerme y cuidar de mí, alejarme de lo que me hacía daño, y eso incluía a mi familia… y de alguna manera también a ti —admite—. Porque yo sabía que te había destrozado y no sería capaz de verte así sin romperme… Es egoísta, quizás, pero yo en aquel entonces era un muñeco remendado, ¿sabes? Me había reconstruído parte por parte y me había unido esas partes con pegamento… No era alguien fuerte, no estaba seguro de que esas partes no volvieran a destrozarse cuando te viera y contigo cayeran en mi mente todos mis recuerdos. No sé si tiene sentido…

—Lo tiene —admito.

—Yo necesitaba mantenerme unido a mí mismo, demostrarme que sí valía, que sí era bueno en algo, que sí merecía estar vivo. Necesitaba hacer las paces conmigo mismo…

—Comprendo…

—Por eso no regresaba, quería ver a mamá, pero me sería imposible estar aquí sin verte o hablarte —admite—, y no estaba seguro de cómo se tambalearía el mundo que tanto me había costado reconstruir.

Nos quedamos en silencio de nuevo, un viento fresco me hace tiritar. Tomás se levanta, me pasa la mano y se la doy.

—Vamos adentro, está muy fresco aquí —dice y yo asiento.

Él ingresa a mi casa y yo lo sigo, vamos a mi habitación, me siento en mi cama y él en la silla del escritorio. Nos quedamos mirándonos por largo rato, sin hablar, con los ojos llenos de lágrimas.

—Así que Sol, perdón no es la palabra indicada, no le hace justicia a todo lo que siento y lo que te hice, pero es la única que existe, la única que encuentro, la única que necesito… —susurra.

***

Si te gustan mis historias sígueme.

www.aracelisamudio.com

Instagram: @Lunnadf

Facebook: /lunnadf

Twitter y Tiktok @aranube




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.