Hagamos un trato

Capítulo 32

Cuando despierto, Tomás ya no está a mi lado. Toco el espacio que dejó en mi cama y suspiro. Ayer casi todo se me salió de las manos, me dejé llevar por la intensidad del momento, de los sentimientos, de los recuerdos, pero la verdad es que estoy confundida. Suspiro y me cubro la cabeza con una almohada en un intento por no pensar más. Me siento agotada.

Un sonido sordo me saca de mis cavilaciones y luego la voz de papá llamándome. Voy corriendo.

—¿Qué sucede? —pregunto y veo que papá ha dejado caer un vaso al suelo.

—No me siento bien —susurra—. ¿Podrías llevarme a la clínica?

—¿Qué pasa, papá? —inquiero.

Él niega y me vuelve a pedir que lo lleve. Tomo las llaves de su auto y nos vamos, una vez allí, una enfermera lo guía hasta un cubículo de urgencias y yo le mando un mensaje a Tomy para contarle que estoy aquí.

—Señorita —dice la enfermera luego de un rato—, su papá está bien —añade—, le ha subido la presión, pero ya se siente mejor. Le haremos unos estudios —informa.

Acepto y doy vueltas en la sala de espera mientras miles de ideas cruzan mi cabeza. ¿Por qué le ha subido la presión? ¿Estará enfermo? ¿Por qué no me dijo nada?

Tomy llega casi diez minutos después y me abraza.

—¿Qué le sucede? —inquiere y veo que su madre entra también.

—No lo sé, se sintió mal de pronto —digo y abrazo a Ana—. La enfermera dijo que le subió la presión, que ya estaba bien, pero que le harían unos estudios.

—Estará bien, no te preocupes —dice Tomás y me guía hasta una silla.

—¿Has desayunado? —pregunta Ana.

—No, tía… apenas me cambié para traerlo, acababa de despertar —comento y ella asiente.

—Iré por un café —dice y nos deja solos.

Tomás me mira y me toma de la mano.

—Si le sucede algo yo… yo…

—Shhh, no le va a pasar nada —dice él y deja que recueste mi cabeza en su hombro.

Nos quedamos en silencio un rato y luego murmuro.

—¿Dónde fuiste?

—Necesitaba dar una vuelta, tomar un poco de aire… Necesitaba pensar…

—Lo comprendo… —susurro.

Ana viene con los cafés y nos los pasa, se queda con nosotros y esperamos. Yo estoy recostada por Tomás y él me toma de la mano.

La enfermera regresa casi cuarenta minutos después y nos informa que todo está en orden, que a papá pudo haberle subido la presión por alguna emoción fuerte. Me dice también que en un rato más podremos ir a casa, pero que papá necesita descansar.

Entonces lo recuerdo, me tomo la cabeza y niego.

—¿Qué sucede? —inquiere Tomás.

—Hoy… hoy es el aniversario de bodas de papá y mamá —digo y ambos comprenden—. Lo olvidé, debí haber despertado antes y estar allí para contenerlo…

Ana se acerca a mí y toma mi mano.

—No te culpes, él ya está bien y no es tu culpa. Asegúrate de pasar un buen día con él, quizá necesita conversar un poco.

Asiento y cuando papá regresa, vamos a casa, él y yo en su auto y Tomás con su mamá en su camioneta. Llegamos casi juntos y Tomás y Ana nos preguntan si no necesitamos nada, digo que no, papá agradece y Tomy promete pasar más tarde.

Entramos a la casa y lo llevo a su habitación. Lo ayudo a recostarse y me acuesto a su lado. La cama parece más grande que de costumbre y siento el vacío presionándome en el pecho.

—Papá, lo siento, sé que hoy era un día especial —digo y él no responde—. Debí haberme despertado antes…

—No, hija… No es tu culpa —susurra—. Esta mañana me levanté y… extrañé las rutinas —dice con tristeza—. El abrazo, el feliz aniversario, los besos… Supongo que en los días especiales la ausencia se siente más…

—Papá, debes buscar ayuda —insisto—. Mamá no querría verte así…

—Estoy bien, Sol, es solo cuestión de tiempo… no es fácil aceptar la soledad cuando siempre he estado a su lado. Nosotros… éramos uno…

—Lo sé, pá —digo y le tomo de la mano.

—La primera vez que la vi, supe que era especial —susurra—, sus ojos tenían un brillo mágico. Tu madre amaba la vida, se comía el mundo en cada paso… Me enamoré desde el principio, fue… fulminante —admite.

—¿Pero acaso no tardaron más de un año en salir? —inquiero.

—Sí, porque ella no estaba lista para tener una pareja cuando nos conocimos —comenta—, acababa de salir de una relación en la que las cosas no habían ido nada bien, tenía miedo a volver a confiar, a entregarse —admite—. Mi estrategia fue ser su amigo para ganarme su confianza, para estar allí para ella, para demostrarle que no todos éramos iguales… Y esperar a que estuviera lista…

—Oh… eso es dulce —susurro.

—Es difícil sobrevivir a tu madre —dice—, siempre pensé que sería el primero en irme. Ella… ella tenía tanto que vivir aún, y no sé cómo hacerlo, hay momentos que siento que me falta el aire, ¿sabes?

—Papi… No estás solo, yo estoy aquí…

Papá me mira, toma mi mano y sonríe.

—Tú eres mi hija, eres parte de ella y mía, te amo con todo mi corazón, pero no tienes que sobre exigirte, Sol —dice y vuelve a sonreír—. Tú tienes que vivir, hija, tienes que experimentar el mundo, ir a la universidad, viajar, conocer gente… Nosotros lo hicimos, tu mamá y yo volamos, no quiero cortarte las alas…

—No lo haces, papá, somos familia… eres todo lo que tengo —digo y una lágrima cae por mi mejilla. Papá me la seca.

—Sol… yo estaré para ti siempre, pero tienes que prometerme que vivirás, tienes que hacer honor a tu madre y experimentar el mundo… —dice.

Suspiro.

—Sí, papá, ya habrá tiempo para todo, pero debo saber que tú estás bien…

—Estoy y estaré bien, cariño —admite—. Estaré bien…

—Estaremos bien…

Quedamos en silencio por un rato y luego sonríe.

—¿Sabes, papá? Siento que no conozco a mamá, en estos días, leyendo sus cartas… me he dado cuenta de que no la conocía…

—No, no es eso. Te diré lo que sucede —dice y yo lo escucho—. Ser padre te cambia la vida para siempre, hay un antes y un después de ser padre o madre. Cuando naciste tú, tu mamá dejó de ser Milagros para ser la mamá de Sol… Los hijos se convierten en el centro del universo, damos vueltas alrededor de ellos y buscamos darle lo mejor de nosotros… esa tarea es tan demandante que a veces dejamos de lado partes de nuestra personalidad de antes de ser padres, ¿comprendes?




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