Hagamos un trato

Capítulo 33

Papá y yo invitamos a Tomás y a Ana a cenar, ellos llegan temprano y papá nos invita a ver el video de su boda. No es la primera vez que lo veo, pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hice. Aún recuerdo que me encantaba el vestido de mi madre y soñaba con ponérmelo algún día. De eso tuvo que haber pasado unos diez o doce años, y me sigue gustando el vestido.

—¿Dónde está ese vestido? —inquiero y papá sonríe.

—En el ático, está bien guardado —comenta.

—Me encanta —susurro.

—Te verías preciosa en él —murmura Tomás casi en mi oído y yo siento las estrellas encenderse de nuevo en mi interior.

Por un instante me pregunto si alguna vez llegaré a ese momento y me pierdo en mis pensamientos sin dejar de mirar las imágenes. Mamá se veía realmente feliz y ni qué decir de papá. Recuerdo nuestra conversación y su concepto de amor y suspiro.

—¡Qué hermosa se veía Milagros! ¡Eres muy parecida a tu madre! —dice Ana mirándome, yo sonrío.

—Solo por fuera, ojalá tuviera la sabiduría que ella tenía —añado.

—Cuando tenía tu edad no era así —dice papá—, uno va aprendiendo, cariño.

—Lo sé…

Cuando acaba el video vamos al comedor para comer, he hecho algo sencillo, no soy muy buena en la cocina, pero me ha quedado bien. Comemos y papá nos cuenta anécdotas de aquel día, la emoción que sentía, el temor, la tensión.

—¿Cómo le pidió matrimonio a Milagros? —pregunta de pronto Tomás.

Los ojos de papá se iluminan y por un instante se pierde en sus recuerdos.

—Quería que fuera algo especial, así que tramé algo —inicia—, en aquella época Milagros estaba en un grupo juvenil de la iglesia, daba catequesis a niños los domingos en la parroquia —comenta—. Le dije a un amigo que teníamos en común y que también trabajaba allí que me ayudara y él lo hizo. No fue nada de otro mundo, solo hice carteles que decían ¿Te quieres casar conmigo? Uno por palabra, y además hice unas pequeñas notas que decían todos los motivos por los que estaba enamorado de ella, eran veinte, porque eran veinte niños los que estaban a su cargo. Mi amigo se encargó de darle uno a cada niño y decirle que cuando escucharan una música se lo dieran a milagro. Le habíamos puesto números a las notas, para que los niños avanzaran en orden. Había una niña, que era quién tenía el primer papel, que solo decía: Motivos por los que te amo, y luego llegarían los demás.

—¡Oh! ¡Qué belleza! —exclama Ana con los ojos iluminados.

Tomás y yo nos miramos y asentimos ansiosos.

—Llevé conmigo a mi primo, que tocaba la guitarra y cantaba, así que él inició con los acordes y los niños fueron haciendo lo que debían hacer. Y los cuatro primeros, apenas le dieron el papel, salieron afuera para tomar los carteles y pararse frente a nosotros, con los carteles al revés. Cuando Milagros salió a ver qué sucedía, con los veinte papelitos en la mano, los niños voltearon el cartel y pues, allí estaba yo con el anillo.

—¡Es genial, papá! —digo y él sonríe.

—Lo fue… Dijo que sí en el momento y nos abrazamos ante el grupo de niños que gritaban entusiasmados alrededor. Fue especial… —añade.

—Qué romántico —suspira Ana—. Tuvo que haberla hecho muy feliz, a Milagros le encantaban los detalles y las sorpresas —añade.

—Así es, por eso preparé aquello.

—Han vivido una historia fantástica —dice Tomás—, que hermoso…

Luego de aquello tomamos un té, reímos un rato por cualquier cosa y, finalmente, papá se va a la cama, la tía Ana se despide y Tomás y yo nos quedamos solos.

—Creo que todo esto le ha hecho bien —digo y él asiente.

—Entiendo a tu papá —suspira—, el dolor que siente ha de ser muy pesado.

—Sí… Hoy tuvimos una charla bonita —comento—, nunca había hablado con él así. ¿Sabes? Mi mamá y mi papá son personas muy sabias… Ojalá un día pueda ser como ellos.

—Yo anhelo vivir ese amor que han tenido…

Nos quedamos en silencio un buen rato y luego suena mi celular. No lo pienso, y sin mirar atiendo la llamada.

—¿Hola?

Al fin me atiendes, Sol, estaba preocupado por ti.

—¿Matías?

Digo con sorpresa y Tomás se muerde el labio con nervios.

¿Puedo ir a verte un rato?

—No, no deseo hablar. No hay nada que hablar

En realidad… estoy afuera… ¿Puedes abrirme?

Mis ojos se abren como dos platos ante aquello y me levanto hasta la puerta. Tomás me sigue. Al verlo allí de pie con un ramo de rosas en la mano, cuelgo la llamada.

—¿Qué demonios quieres aquí a esta hora? —inquiero.

—Hablar… llevo días buscándote… No tengo perdón, lo sé, pero necesitamos hablar —insiste.

—No hay nada que hablar, Matías, terminamos y no pienso volver contigo —respondo.

—¿Quién es él? —inquiere al ver a Tomás que llega a mi lado—. ¿Tan rápido y ya tienes nuevo novio? ¡Vaya! Ni siquiera respetas el duelo —exclama.

—¿Quién demonios te crees para meterte en mi vida así? —pregunto y bajo un poco hasta acercarme a él—. Tú no eres nada mío y yo no tengo por qué darte explicaciones de qué hago con mi vida. Además, ¿qué te importa el duelo? No te importó cuando me dejaste en el peor momento, ¿no?

—Sol… por favor… —insiste.

—No hay nada de qué hablar —zanjo y retrocedo hasta mi casa—. Y por favor, no vuelvas a buscarme —añado antes de cerrar la puerta.

Tomás no dice nada, me mira y luego se sienta en el sofá.

—¿Quieres ver una película? —inquiere.

—Es tarde… estoy cansada, ha sido un día difícil —susurro.

—Bien, te dejaré dormir —añade—. Mañana toca abrir la cuarta carta, vendré temprano.

—Está bien… Gracias por haberme acompañado hoy —digo y él sonríe.

Se acerca a mí y me toma la mano.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Si lo dices por ese estúpido, no te preocupes, estoy más que bien.

—Era guapo —dice.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.