Hagamos un trato

Capítulo 39

Me despierto cuando escucho sonidos en la ventana, abro los ojos y veo que Tomás entra con la cartulina en mano. Me sonríe, le sonrío, se acerca y la deja sobre la cama.

—¿Dormías? —inquiere.

—Dormí todo el día…

—Bueno… creo que es hora —susurra y señala el sobre número cinco.

Lo abro y suspiro. No quiero que esto acabe, pero estamos a nada del final y lo sé.

«Sol y Tomy:

No saben lo que daría por ver en qué se están convirtiendo y por saber qué ha pasado entre ustedes en estos meses. Yo he hecho mis suposiciones, he ido desde el mejor escenario hasta el peor. Nunca sabré si pude ayudarles en algo o si esto fue una mala idea, pero quiero creer que nada fue en vano.

Esto es un plan, y como todo, tiene un sentido y una meta esperada, sin embargo, los planes no siempre salen como queremos, y creo que ustedes a estas alturas ya han aprendido esa lección. Aun así, si las cosas han marchado como lo esperaba, en este punto, han podido resolver la mayoría de los conflictos más importantes del pasado, han disfrutado el presente y se encuentran en una nebulosa confusa hacia el futuro. Aunque también puede ser que no haya confusiones y que sepan perfectamente lo que desean y a dónde quieren llegar, o bien, también puede ser que no hayan podido resolver nada porque sus cargas pasadas pesan más y no han podido deshacerse de ellas. Este es un escenario triste, pero posible también.

Voy a basarme en el primero que dije, porque si tuviera que basarme en el segundo, no tendría más nada que decirles, solo felicitarles, y si tuviera que basarme en el tercero, pues significaría que nada de esto ha valido la pena.

Para hablar un poco más de esto, los espero en la cima de la Montaña de las rosas, mi sitio favorito en la ciudad. Allí podrán abrir la carta cinco y veremos a dónde nos lleva esta aventura.

Los quiero,

Mamá».

Los dos nos recostamos en la cama y nos quedamos perdidos en el techo, como si allí pudiéramos hallar respuestas a nuestras interrogantes. No sé qué pensará Tomy, pero la verdad es que yo no dejo de preguntarme qué habrá planeado mamá. Sí, lo sé, podría estar pensando un millón de cosas más, pero yo solo quisiera saber cuál era su plan original y cómo se supondría que acabaría.

—Mañana es el cumpleaños de Laurita, ¿vamos a ir? —inquiere Tomás.

Hace unos días él fue al hogar y llevó el muñeco que Josu nos había dado para que le entregáramos. Yo no lo supe hasta que regresó. Al principio me molesté porque lo hizo sin avisarme y a mí también me habría gustado ir, pero lo dejé pasar ya que él había ido a comprar algunas cosas para su madre allí cerca y le quedaba de paso.

—¡Claro! —exclamo con emoción—. ¿Vamos a comprarle un regalo antes?

—Okey, te espero a las ocho, vamos por el regalo y luego al hogar. Después podemos ir a la montaña —dice y yo asiento.

—¿Ya te vas a ir? —inquiero y él se encoge de hombros.

—Estoy un poco cansado… —añade—. Quiero dormir temprano.

No le digo nada más, me besa en la frente y sale por la ventana dejándome la cartulina en la cama.

Lo veo marchar y me pregunto qué pensará o sentirá. Tomás es indescriptible, y me duele ya no poder leerlo, ya no entender lo que dicen sus ojos.

Observo las cartas y aprovecho a releer todas las que ya hemos abierto. Me imagino a mamá escribiéndolas, me pregunto cuándo lo hizo, qué hacía yo en esos momentos, qué imaginó al escribir cada una de ellas.

Sonrío, por un momento parece que la tengo cerca, no puedo creer que ya se ha ido hace cinco meses. La casa aún huele a ella y creo que ya nunca se sentirá completa. Voy hasta la habitación de papá, que está leyendo un libro.

—¿Ya cenaste? —pregunto.

—No… ¿Qué quieres comer?

—Pide algo por delivery —respondo—. ¿Quieres que veamos una película juntos?

—Claro…

Papá ordena comida china y luego me recuesto en su cama mientras elegimos la película. Estoy aquí en la cama mágica de mis padres, en donde los problemas parecían desvanecerse siempre, la que siempre se me hacía más cómoda que ninguna. Ocupo el lugar de mi madre, y está frío, como si me recordara el vacío que ha dejado en nosotros.

Papá elige una comedia, y creo que eso nos vendrá bien, no tengo ganas de pensar ni ponerme muy melancólica. La vemos, nos reímos, disfrutamos. La comida llega como a la mitad de la película y papá sale a recibirla, luego regresa con una bandeja y todo servido en la misma, seguimos la película mientras comemos en la cama, cosa que mamá hubiera aborrecido. Sin embargo este momento se siente perfecto.

La película acaba y le pregunto a papá si puedo dormir con él. Él sonríe y me dice que sí. Me meto bajo las sábanas, no creo que duerma porque he dormido casi todo el día, pero podré pensar y escuchar a mi corazón, como dice mamá, en este que es su lugar, sintiéndome abrazada por el recuerdo de su piel y su calor.

—Crecer duele, hija, pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto, solo estar para ti… —dice papá.

—Lo sé… gracias por eso —respondo.

—Buenas noches, Sol —dice él.

—Buenas noches, papá.

Unos minutos después ya escucho sus ronquidos, mamá siempre decía que papá sabía dormir y que lo hacía apenas se colocaba en posición horizontal. Yo no tengo esa facilidad, o al menos no cuando tengo tanto en la cabeza.

Analizo mis sentimientos, mis pensamientos, recorro los acontecimientos de los últimos meses y pienso en el vuelco que ha dado mi vida, pero aun así no logro descifrar qué es lo que deseo. No quiero perder a Tomás, eso lo tengo más que claro, pero también me da miedo una relación con él. ¿Cómo sería? Él a veces se muestra distante y yo no sé lidiar con eso, busco al Tomy que yo conocí y muchas veces lo encuentro, pero otras veces me choco contra una pared tras la cual no puedo ver nada.

«No puedes controlarlo todo».




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