Hagamos un trato

Capítulo 40

Tomás y yo llegamos al orfanato con una muñeca y un vestido de princesa del tamaño de Laurita. Las hermanas han puesto globos de colores, hay galletas dulces, jugos de fruta y un pastel con su nombre. Los niños tienen bonetes en la cabeza y han alquilado un saltarín inflable. Todos corren y disfrutan del día especial de la pequeña.

—¡Tomy! ¡Sol! —Ella nos ve y corre a nuestro encuentro.

Le damos el regalo y lo abre de inmediato, nos abraza y nos da las gracias, y me pide que le ayude a ponerse el vestido. Lo hago y ella da vueltas emocionadas.

—Qué suerte que vinieron —dice luego abrazándonos—. Quería hablar con ustedes…

—¿Sí? ¿De qué? —inquiere Tomy con seriedad.

—Bueno, hoy cumplo un año más y cada año más significa menos oportunidad de tener una mamá y un papá, ya les dije que nadie quiere a los niños grandes —dice con tristeza—. Yo sé que ustedes no son una mamá y un papá, pero quería preguntarles si tienen planes de serlo más adelante, de casarse y tener hijos.

Yo escupo el jugo que estaba tomando en ese momento y me echo a reír. Tomás me mira y sonríe con incomodidad.

—Bueno… por el momento no hay planes —responde él—. Somos amigos, nada más.

—¿Los amigos no pueden casarse? —pregunta ella y nos mira a ambos.

—Bueno… hay que ser novios para casarse —dice Tomás.

—¿Y por qué no son novios? ¿No te gusta Sol? —pregunta la niña y Tomás se echa a reír.

—Es hermosa, Sol, sí me gusta —admite y me mira por un segundo—, pero las cosas no son tan fáciles.

—No sé por qué se complican tanto —dice—, no es tan difícil. Josu y yo digimos que nos casaríamos cuando fuéramos grandes —añade.

—Bueno… pero ¿por qué la pregunta? —inquiero para traerla de nuevo a su idea original.

—Pues porque si ustedes se casaran y tuvieran un bebé, podrían llevarme a mí para que atienda a su hijo o hija. Sé cuidar bebés, le ayudo a Sor Belinda en la guardería con los más pequeños del hogar.

Dice refiriéndose a la hermana encargada de los bebés que llegan al orfanato.

—Mira —dice Tomás y le pasa la mano—, yo estoy convencido de que tú vas a encontrar una mamá y un papá perfectos para ti y no vas a ir a la casa de nadie a cuidar a nadie, vas a ir a ser una hija y hacer lo que una hija hace, amar y obedecer a sus papás y ser amada y protegida —promete.

—¿Y si eso no sucede jamás? —inquiere—. No quiero quedarme aquí hasta ser muy grande —susurra—. No es que no sea feliz con mis amigos y las hermanas, pero quiero tener una habitación para mí sola, juguetes, una mascota, hermanos y una familia… Quiero una familia —dice y sus ojitos se llenan de lágrimas.

—Cuando soples tus velitas más tarde, pide ese deseo —le digo yo limpiándole la carita—. Y no llores, hoy es tu día, debes estar feliz, no triste.

—Está bien… pero siempre pido ese deseo y no se cumple, ya no creo en los deseos de cumpleaños —susurra.

—Ya verás que se cumplirá, tarde o temprano esos deseos siempre se cumplen —digo y miro a Tomás que se muerde el labio, señal de que algo le pone nervioso.

En ese momento llega Josué de la mano de su madre y la tristeza se borra de inmediato de los ojos de Laurita. Vemos a los niños abrazarse por una eternidad y luego ir a jugar de la mano. Desde ese momento, ambos parecieron ingresar a una burbuja de la que no salieron hasta la hora de cantar el Cumpleaños feliz.

Unas horas después, la despedida fue igual de dolorosa. Llorando volvieron a prometerse no olvidarse y Mirtha, la mamá de Josu, prometió volver a visitarla pronto. Nosotros también nos despedimos con la misma promesa y salimos del hogar en el cual ya no había globos ni bullicio, sino silencios y rastros de lo que fue un bello festejo.

—Me parte el alma —dijo Tomás al subir al auto—, esa niña me parte el alma.

—Lo sé, me pasa lo mismo…

—Me siento un estúpido a su lado, mis problemas son tonterías al lado del problema de una niñita tan pequeña cuyo mayor deseo es tener una familia. ¿Qué clase de mundo es este? —inquiere.

—No lo sé, Tomy, solo espero que alguien la vea. No entiendo como nadie la adopta, se roba el corazón en segundos —añado y él asiente.

—¿Te ves como madre? —inquiere y yo niego.

—No… no lo he pensado… Como no hay muchas posibilidades de que suceda ni tengo una pareja estable, convertirme en madre me parece algo muy distante…

—Yo a veces me pregunto qué clase de padre hubiese sido —susurra—. Mi niño debería tener su edad, a veces veo a niños de esa edad en las calles con sus papás o en los parques aprendiendo a montar una bici y me pregunto si yo lo hubiera hecho bien o mal —dice y yo no respondo—. Sí, sé que no es un tema para tratarlo contigo…

—¿Por qué lo dices? Puedes hablar conmigo de lo que sea, Tomás —digo y él asiente.

—Hubiese querido que él viviera, ¿sabes?

—Lo sé… Pero sigues siendo padre, sigues teniendo un hijo, solo que no está a tu lado.

—¿Lo crees?

—Claro… mi mamá tampoco está a mi lado, pero sigo siendo su hija y ella sigue siendo mi madre —digo y una pequeña sonrisa se pinta en sus labios—. Sé que hubieses sido un papá genial —añado.

—¿Lo dices en serio o solo para hacerme sentir bien?

—Lo digo en serio, eres un hombre dulce, tienes esa sabiduría que de pronto tienen los padres… Te imagino jugando con Manuel o enseñándole a andar en la bicicleta o a atarse los cordones…

—¿No te duele? ¿Imaginarme con un hijo de otra mujer?

Hago silencio, no sé qué responder a esta pregunta.

—No lo sé… —respondo con sinceridad—. Yo… soñaba con tener un hijo tuyo —admito—, claro que éramos jóvenes, pero… me gustaba imaginarnos siendo adultos y formando una familia —suspiro y pierdo mi vista en la ventanilla.

—Lo siento…

No respondo.

Decidimos bajar a comer algo en un restaurante de camino a la montaña y lo sigo notando distante. Entonces, de pronto me mira como si quisiera decirme algo importante.




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