Hagamos un trato

Capítulo 42

La carta blanca con el número seis solo decía que fuéramos a nuestro lugar favorito y abriéramos la última de las cartas. Sin dudarlo, me dirijo al muelle, donde Tomás y yo solíamos pasar horas esperando ver el atardecer de cada día.

«Mi Sol y Tomás:

¡Qué difícil es soltar! Y quién diría que muchas veces es la mayor prueba de amor del mundo. Soltar a alguien que amas y que ya no quiere o no puede quedarse a tu lado. Estas cartas me han atado al mundo un poco más, me han devuelto la vida y me han dado unos meses de esperanza y de ilusión, pero ha llegado la hora de decir adiós.

Espero que ahora sea más fácil, Sol, espero que ahora duela menos. Espero haberte hecho sentir amada todo este tiempo, espero que hayas aprendido algunas lecciones, y sobre todo, espero que seas muy muy muy feliz. Lo mismo deseo para ti, Tomás, porque sé de tus tormentos y sé de tus temores, pero créeme, ya te lo he dicho en persona y te lo vuelvo a repetir aquí, esos miedos están solo en tu mente y tú necesitas vencerlos, y como dije antes, el amor es el gran guerrero capaz de vencer al miedo, espero que lo dejes actuar.

Espero tantas cosas, pero el aire ya casi no pasa por mis vías respiratoria y vivir duele demasiado. Espero que al otro lado exista un más allá donde un día podamos reencontrarnos… Pero por el momento, solo me queda decir adiós y soltar.

No puedo seguir en tu vida, mi Sol, no es que no quiera, tú lo sabes, es que ya no puedo. He perdido la batalla y siento que el final está cerca. Necesito que me sueltes y necesito soltarte. Necesito irme con la confianza de que lo harás bien, de que saldrás adelante en cualquier circunstancia que la vida te ponga en frente, y no para hacerme sentir orgullosa a mí, como sé que es tu manera de pensar, sino porque tú eres fuerte y valiente, porque tú eres brillante en todos los sentidos. Mi lado maternal teme por ti, por no estar a tu lado en tus momentos importantes, por no verte el día de tu boda o no estar a tu lado cuando te conviertas en madre y recibas en tus brazos a tus futuros hijos, por no estar allí cuando te gradués y te conviertas en profesional. He recreado esos momentos en mi mente una y otra vez, y he sufrido yo misma por mi ausencia, por dejarte sola y por perderme tu vida. Al mismo tiempo, doy gracias a Dios por cada momento que sí pude vivir, verte caminar por primera vez, escucharte decir tus primeras palabras, llevarte de la mano a tu primer día de clases, ir a comprar toallas cuando tuviste tu primera menstruación o simplemente verte dormir cada noche. Agradezco cada minuto de tu vida y cada minuto de la mía en la que pude disfrutarte, y hoy, esta carta es más para mí que para ti, porque en esta carta te suelto, cariño. Te suelto la mano para que sigas caminando sola, no puedo ni aunque quisiera seguir dictándote la vida en cartas, debes vivirla tú misma y por ti misma, experimentar, reír, sufrir, llorar, cantar, bailar, gritar.

Mi alma está en ti para siempre, lo sabes, pero estás por tu cuenta ahora. Y también necesito que me sueltes, que me dejes ir y que me guardes como un bello recuerdo. Que des gracias por haberme tenido a tu lado, porque es una bendición que no todos tienen, solo piensa en los niños del orfanato y cuánto desearían tener lo que has tenido tú, ¿no es así? Da gracias por ello, pero entiende que Dios me ha llamado ya y que yo te esperaré aquí arriba. Espero que no sea así, pero no quiero que la tristeza te abrume, y tampoco deseo que eso le suceda a tu padre, así que no lo dejes solo, aunque vueles alto, recuerda siempre dónde están tus raíces y aférrate a ellas.

Y tú, mi querido Tomás, sabes que te quiero como a un hijo y que estoy orgullosa de la persona que eres hoy, pero necesitas sanar tus propias heridas, necesitas perdonarte tú. Ya te lo he dicho, el perdón de los demás no sana la herida cuando uno no se perdona a uno mismo. Ya tu condena ha sido suficiente, empieza a vivir, hijo mío, empieza a disfrutar y anímate a amar de nuevo y sobre todo, a ser amado, que tú lo mereces solo por ser tú. Quiero que sepas que he cumplido con mi promesa, estoy aquí con Manuelito en brazos, ya le he contado lo mucho que lo amas y lo mucho que lo piensas, y él quiere que sepas que es muy feliz aquí y que juntos esperaremos por ti, pero mientras estés por allá, necesitamos que seas feliz, porque él necesita verte feliz también. Es un bello ángel, y estoy segura de que si lo vieras, estarías orgulloso de él. Sé que crees que cuando escribí esto todavía no podía saber lo que te estoy diciendo, el dolor y la culpa te han estrujado el corazón y soñar se te hace difícil, pero mi alma ya ha visitado el sitio al que pronto iré, así que sé de lo que te hablo. Manuel y yo estaremos bien, y yo le daré mucho amor aquí.

Mis queridos niños, solo me queda decirles que la última lección se trata de la libertad. Libertad no es hacer lo que uno quiere cuando uno quiere y como uno quiere, libertad es vivir con plenitud en todas las circunstancias que la vida nos pone, parece sencillo, pero no lo es. Como seres humanos siempre estamos deseando más de lo que tenemos o podemos, y parece que nunca alcanzamos aquello que anhelamos, eso nos hace esclavos, esclavos de lo que deseamos, de un futuro que no existe, de un pasado que no podemos cambiar, de miedos, de estereotipos. Libertad es encontrar la plenitud en la vida diaria, en el trabajo que tienes, en la casa que tienes, en tu presente, en tu realidad. Eso no quiere decir que no sueñes y no trabajes por tus metas, pero una vez que permites que eso te domine, has perdido tu libertad. Libertad es tener paz incluso cuando el momento no es bueno, es tomar decisiones de acuerdo a lo que sientes y piensas y afrontar las consecuencias de esas decisiones incluso si resultan en un error, entender que errar es parte del aprendizaje y no el fin del mundo, y sentir que puedes comenzar de nuevo. Yo aquí, postrada en mi cama, intentando con dificultad escribir esta carta, he encontrado libertad. No lo hubiera entendido antes, no hubiese creído jamás que uno podía tener libertad estando enferma y sin poder moverme de la cama, sin poder salir o sin siquiera tener autonomía sobre mi propio cuerpo, pero he aprendido ahora y aquí que la libertad es resultado de la paz que consigo en mí interior.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.