Hagamos un trato

Capítulo 43

Hoy cumplo veintidós años, parecen mucho, o quizá muy poco. Todo depende del cristal con que lo mires, pero a mí se me hacen un montón. Desde la enfermedad de mamá he envejecido bastante, y aunque no se vea en mi piel, se siente en mi alma.

Alguien golpea la puerta con timidez, es papá. Lo sé.

Abro la puerta y lo encuentro allí, tiene una torta quemada en las manos y sus ojos rojos de tanto llorar. Mi corazón termina de romperse y alejo el plato de sus manos antes de abrazarlo.

—Lo siento, hija, lo he intentado —susurra.

—Te amo, papá, eres todo lo que tengo, necesito que superemos esto juntos… —suplico.

—Lo siento… —susurra rendido.

—Papá —digo y lo miro con una sonrisa—. Hagamos un trato —añado.

Él no tiene idea de lo feliz que me hace poder recordar esta tradición, aunque fuera con otra persona. Supongo que ve la chispa en mis ojos y me regala una dulce sonrisa.

—¿Qué dices? —inquiere.

—Hagamos un trato, tú y yo —digo y él se sienta en mi cama desordenada.

Está dispuesto a escuchar lo que tengo que decirle, así que continúo.

—Yo te necesito a ti y tú me necesitas a mí, mamá no está aquí con nosotros, pero ella no se ha ido, está en nuestros corazones, papá. A ella no le gustaría verte así. ¿No la escuchas? Yo puedo imaginarla regañándote por no bañarte ni afeitarte, hasta la puedo imaginar persiguiéndote hasta el baño con el palo de escoba.

Papá ríe ante la imagen y yo también lo hago.

—Tenemos que salir de esta, papá, tenemos que hacerlo juntos —pido y él suspira.

Por un leve instante recuerdo el último pedido de mamá y entiendo que es hora.

—¿Pero cómo? —inquiere mi papá con desesperación.

No puedo compararme con él, yo he perdido a mi mejor amigo, al amor de mi vida, pero no se ha muerto, solo ha salido de mi vida. Y aun así duele como nada. ¿Qué puedo esperar de alguien a quien se le ha muerto su otra mitad y que sabe que ya no la volverá a ver? Ella es el amor de su vida desde hace más de treinta años.

Me siento en la cama, tomo su mano.

—Como regalo de cumpleaños quiero que hagamos un trato —susurro—, la señora Gómez te ha invitado al grupo de ayuda para personas a quienes se les ha muerto un ser querido, creo que es hora que vayas, papá.

—No lo sé, hija, no quiero hablar…

—Es que hablar sana, papá. Todo eso que tienes dentro lo tienes que sacar, yo sé que allí hay gente que vivió lo mismo que tú, podrán entenderte.

—Hija…

—Hazlo por mí… Si tú haces eso, yo volveré a la universidad —prometo.

—Un trato es un trato —dice y me pasa la mano.

Se la paso también y así sellamos nuestro acuerdo.

Papá mira la torta quemada que reposa sobre mi mesa de noche y sonríe con tristeza.

—Debemos buscar nuevos rituales —dice y yo asiento.

—¿Qué tal si vamos a desayunar al muelle? —pregunto.

—Me parece una buena idea —asiente—. Cámbiate y abrígate, afuera está frío —añade antes de salir de la habitación.

Yo sonrío. Este no es el cumpleaños que esperaba, pero por primera vez siento que puedo dar vuelta las cosas, hacer algo, elegir el camino. Quizá mamá sí tenía razón después de todo, quizás aunque las cosas no sean como yo quiero, puedo elegir entre las oportunidades que la vida me da.

Me acerco de nuevo a la ventana y pego la nariz por el frío vidrio. Así solía hacerlo él cuando se acercaba a mi habitación. Por un segundo recuerdo nuestro último trato.

¿Dónde estará él? ¿Por qué no ha regresado?

Papá y yo pasamos una bella mañana riendo y conversando, le cuento mis planes sobre viajar y continuar mis estudios en la sucursal de la universidad, se pone contento y me alienta en todo momento. Con temor a que se enfade le comento que he estado averiguando todo y que prácticamente ya sé dónde viviré, cuánto gastaré y cómo pagaré todo, le recuerdo que mi trabajo está yendo bien y que estaré bien.

—Pero yo te ayudaré con los gastos —me dice.

—No, no es necesario, de verdad —insisto—, quiero hacerlo por mi cuenta, quiero tomar las riendas de mi vida.

—Está bien —responde—, pero sabes que cuentas conmigo siempre, ¿no?

—Claro que lo sé y te agradezco por ello, tú solo tienes que prometerme que irás al grupo y que no te encerrarás en casa. Yo vendré los fines de semana, pero está Ana y las señoras de la iglesia que se han ofrecido a ayudarte. Y debes ir al grupo.

—Lo haré, claro que lo haré —dice y me regala una sonrisa.

Salimos de allí y vamos al centro, él insiste en comprarme un regalo, algo que me sirva en mi nueva vida. Así que elijo una mochila bordada con mariposas como símbolo del cambio, de la metamorfosis y de mis nuevos comienzos.

—Estoy orgulloso de ti —dice papá cuando regresamos a casa—. Has crecido mucho en estos meses, y aunque sé que tú crees que solo fue ahora y por las cartas de tu madre, no ha sido así. Lo has hecho desde mucho antes, has sido fuerte y has sido capaz de darle a tu madre ese tiempo y ese amor que tanto necesitó en sus últimos días, y con eso, has hecho que ella pudiera irse feliz, sabiendo que fue amada y cuidada hasta el final. Has dejado de lado tus propios pesares para sacrificarte por tu familia, hija, y eso no lo hace cualquiera, y menos a tu edad. Así que eres una gran mujer, me recuerdas a tu madre cuando tenía tu edad, y sé que ahora brillarás aún más, y serás feliz, porque te mereces serlo.

—Gracias, papá —digo con mucha emoción—, gracias por tus palabras.

—Sé que estos últimos tiempos no han sido sencillos, y sé que lo de Tomás ha sido un golpe duro e inesperado, pero también sé que esto te ha transformado, y aunque en un principio temía que el final no fuera el que esperaba tu madre, ella me aseguró que importaba más el proceso que el final, y eso sí que lo he visto, durante estos meses te he visto florecer y encontrar un camino que quizá sin ese loco plan hubiera tardado más —asegura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.