Hagamos un trato

Capítulo 44

Un día antes de mudarme a mi nueva casa, visito el orfanato para despedirme de Laurita, sé que su adopción aún no es definitiva y que habrá un proceso de prueba. No entiendo mucho de estas cosas, pero según me dijo la hermana  Marcela, es poco convencional la situación de la familia y por eso deben asegurarse de que todo marchará en regla. También me dicen que Laurita no lo sabe aún, así que me pide cautela al hablar con ella.

—Hola, pequeña —la saludo y ella me abraza—. Hoy vengo a despedirme de ti por un tiempo.

—¿A dónde vas a ir? No… por favor no te vayas —pide con desespero.

—Iré a estudiar a otra ciudad…

—¿Irás a Luces? ¿Con Tomás? —inquiere y me pregunto cómo sabe que él está allí.

—No… iré a Aluina —respondo—, dicen que es bonita también. ¿Cómo sabes que Tomy vive en Luces?

—Pues porque ha venido a verme y me ha traído regalos —dice y yo sonrío—. Tomás me contó que él tuvo un hijo que hoy tendría que tener mi edad, pero que se fue al cielo con Jesús unos días después de que nació. ¿Era tu hijo también? —pregunta.

—No, no era mi hijo —respondo con sorpresa.

—Mi mamá murió cuando yo nací —me cuenta—, y me quedé con mi abuela, pero también murió y me trajeron aquí…

—Yo sé que pronto tendrás una familia nueva —susurro—, mi mamá que está con Jesús me ha contado en un sueño, y ella sabe todo lo que va a pasar porque Jesús le dice —murmuro como si fuera un gran secreto.

—¿En serio? —pregunta.

—Sí, tú solo sigue pidiéndole a Jesús —insisto y ella asiente.

—¿Por qué no vas a Luces con Tomás? Me gustaría mucho conocer esa ciudad, él me dijo que un día le pedirá permiso a Sor Marcela para llevarme a pasear… Me dijo que ya no se ven…

—Sí, bueno… Así es, son cosas de adultos…

—Los adultos son complicados —dice y frunce el labio.

—Así mismo, en eso tienes razón —digo y le hago cosquillas—. Mira, yo te prometo que vendré a verte los fines de semana, y si te vas a una nueva casa, pediré permiso para visitarte.

—Espero que mi mamá sea como tú —dice de nuevo.

—¿No crees que soy muy joven para ser una mamá? —pregunto y ella ríe.

—¿Joven? Pero si ya eres grande —responde con toda certeza—. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta?

—¡No! —río con entusiasmo—. ¡Acabo de cumplir veintidós! ¿Te parece mucho?

—Sí… ¡me parece muchísimo! —exclama—. Yo creo que tienes que ser una mamá antes de ponerte vieja —añade.

Nos reímos juntas y le pido que juguemos un rato, ella va por sus muñecas y nos ponemos a inventar historias de princesas y príncipes. Se me pasa la hora rápido y cuando oscurece, me tengo que marchar.

—No me olvides —pide Laurita emocionada en un abrazo interminable.

—Nunca podría olvidarte —digo y la beso en la frente.

Esta niña ha despertado todo el instinto maternal que no sabía que tenía. Sé que soy muy joven para pensar en hijos, y mucho menos a una niña de su edad, me da muchísimo miedo no saber qué hacer ni qué decir, me siento años luz de distancia de mi madre y definitivamente no me veo como una, pero Laurita me hace creer que un día podría animarme a convertirme en madre, y si no se puede, quizá podría venir por uno de estos pequeños y darles el amor que tanto anhelan.

Al día siguiente, con valijas en mano y lista para mi nueva vida, me despido de papá entre abrazos y lágrimas. Ana también está en casa y me da recomendaciones, comida para que no muera de hambre en el camino y promete vigilar a papá, aunque este se queja al oírla. Y cuando espero que llegue el taxi que me llevará hasta la estación para tomar un colectivo, llega un auto rojo con un enorme moño encima. Me río al principio, pensando que pasará de largo, pero cuando se detiene en frente, tardo en entender de lo que se trata y en unir mis ideas.

El chofer que lo trajo agradece a papá, le entrega la llave y se retira. Papá me da la llave y ambos gritan.

—¡Sorpresa!

—¿Qué? —inquiero.

—No puedes empezar tu nueva vida sin un auto nuevo —informa mi padre—, hemos elegido con Ana este porque nos parece seguro y cómodo, esperamos que te guste.

—¿Es en serio? —inquiero y ambos asienten—. Pero, papá, esto es costoso.

—Tú lo mereces —dice él—, y no te preocupes, tu madre y yo veníamos ahorrando hace tiempo para esto —añade—. Ahora sí, puedes ir y venir a gusto, son seis horas de viaje así que será mejor que te vayas ya, tiene el tanque lleno —informa.

Entre lágrimas de emoción abrazo a papá y a Ana. Cargo mis maletas y manejo a mi nueva vida.

Llego a la ciudad casi al anochecer, cansada busco la dirección de mi nuevo departamento. Se supone que tendré una compañera de cuarto, así que espero que seamos buenas amigas. Ingreso al mismo y ella me está esperando, se llama Violeta y de entrada me cae bien, es extrovertida y divertida, me recuerda un poco a Sam.

Esta noche me cuesta dormir, creo que estoy en un sueño, mi último año en la universidad y el inicio de mi nueva vida. ¿Quién habría pensado que las cosas tomarían un rumbo tan distinto?

—Gracias, mamá, todo te lo debo —susurro antes de cerrar los ojos.

***

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