Hagamos un trato

Capítulo 47

Cuando la gente comenzó a despedirse y marcharse, Laurita ya dormía plácidamente en mi cama porque cuando le dio sueño, Ana la llevó y se quedó con ella hasta que se durmió. Lo de la pijamada tendrá que ser otro día, ya que hoy se nos hizo tarde y ella no aguantó.

Ana también se despide y Tomás le ayuda a llevar algunas cosas que trajo de su casa mientras papá y yo ordenamos un poco la sala.

—Tienes que hablar con él —me dice mientras lleva unas bandejas a la cocina.

—Lo sé…

—Lo importante es ser sinceros —añade—, deja que hable el corazón…

Sonrío y él me guiña un ojo. Entonces, Tomás regresa y me pregunta si podemos conversar un rato. Es tarde, pero no puedo dejar esto para mañana, ya he esperado demasiado. Papá dice que no nos preocupemos, que él se irá a dormir y mañana terminaremos de limpiar, luego se despide de nosotros.

Tomás y yo vamos al sofá, nos apetece salir al patio, pero nos quedamos por si Laurita se despierta y se asusta, no está acostumbrada a dormir sola, ya que en el orfanato duermen entre muchos. La luz es tenue, y nos sentamos uno al lado del otro.

—Te debo una explicación… —dice.

—La verdad es que a estas alturas ya no la necesito, pero si te hace falta decirme algo, yo estoy aquí para escucharte.

—¿Estás enfadada conmigo por la última vez?

—Ya no, Tomy… ha pasado un año… Me he pasado mucho tiempo enfadada y la vida es demasiado valiosa para desperdiciarla con esa clase de sentimientos. No estoy enfadada, pero admito que no entendí lo que hiciste. En ese momento pensaba que tú y yo… que estábamos bien y encontraríamos una salida…

—Me asusté… —admite—. Fui un cobarde, una vez más… Sé que tú creías que yo había aprendido mucho, que había crecido. Dijiste que me admirabas, que te gustaba en lo que me había convertido. Pero yo no veía eso, Sol, yo me sentía un perdedor, un fracasado. Pensé que tu perdón era todo lo que necesitaba, vivía mi vida purgando mis culpas y anhelando el día en que me perdonaras, y cuando sucedió, seguí sintiéndome mal, seguí sin poder deshacerme de la culpa, seguí creyendo que había destruido todo. Es una tontería, lo sé, pero no podía ver un futuro para ti y para mí porque pensaba que yo arruinaría tu vida…

—Dios, Tomy, eso no tiene sentido…

—Lo tenía para mí en ese momento —añade—, al principio, todo lo que Milagros preparó para nosotros me hizo sentir muy bien, pero luego de tu perdón, todo comenzó a sentirse diferente. Tu perdón en vez de liberarme, me hizo sentir más atado al pasado… Lo sé, es difícil de entender, pero es así como me sentí en ese momento…

—Ajá… lo intento… pero cuesta —admito.

—Según Sam, era yo quien no era capaz de perdonarme… Me lo dijo exactamente un año atrás, cuando el día de tu cumpleaños, me sentía muy mal por no estar a tu lado… por haberte fallado de nuevo.

—Sí… eso sí tiene sentido —admito—. Pero ¿por qué? ¿Por qué no podías perdonarte?

—No lo sé, quizá porque perdonarme a mí mismo significaba dejar de victimizarme y tomar las riendas. Sé que crees que crecí y maduré porque tenía una vida formada en Luces, pero eso solo fue una manera de sobrevivir, creé ese mundo para mantenerme a salvo y aferrarme a algo. En realidad, mi mundo interior estaba destrozado y, además, perdonarme significaría aceptar que te amaba y enfrentarme a ti con el corazón en la mano para pedirte que volvieras a darme una oportunidad más. Eso me daba mucho miedo, y cuando leímos la carta de tu mamá que decía que debíamos preguntarnos cuál era nuestro mayor temor, me enfrenté a esa realidad. Quería con locura volver a amarte, pero temía volver a lastimarte. Tanto, que prefería alejarme para así evitar la posibilidad de hacerte daño. Y Sam me dijo que ya era tarde, que lo había vuelto a hacer...

—En cierta forma, sí… —admito.

—Ella me obligó a venir, me trajo aquí el año pasado, el día de tu cumpleaños… Te vi esa mañana salir de la cafetería con tu padre, casi me bajé del auto para hablarte, para rogarte que me perdonaras y suplicarte que me amaras, pero eso no sería justo para ti, y no era lo que yo quería para nosotros tampoco. Tenía mi autoestima tan rota por tantos años de cargar con la pesada mochila de la culpa que yo mismo me había impuesto, que no me sentía capaz de ser lo que merecías que fuera, de amarte como merecías ser amada… de no volver a fallarte. Te puse tan arriba y me puse tan abajo, que la diferencia de espacio entre nosotros era abismal, aunque tú no lo vieras así en aquel momento…

—¿Sabías que yo sí te amaba? ¿Qué yo quería regresar contigo?

—Claro, lo sentía. Cuando estábamos juntos explotaba la química de nuestras almas y nuestros cuerpos, y ya no aguantaba más mantenerme alejado. Pero por desgracia, tu madre tenía razón. El amor y el miedo son dos fuerzas potentes que tiran para lados contrarios, yo me dejé llevar por el miedo. Sentía que volvería a herirte, sabía que lo haría, temía no ser suficiente y que te cansaras y salieras corriendo. Mi miedo era que estuvieras confundida, que mezclaras el pasado con el presente y que te dejaras llevar y un día te dieras cuenta. Sentía que no iba a poder levantarme de algo así… No me veía capaz de alcanzarte…

—Tomás… Ay, Tomás… ¿Por qué demonios no me dijiste todo eso en vez de irte y dejarme creyendo que no sentías nada o que no me querías en tu nueva vida?

—¿En serio creíste eso? —pregunta y yo pongo los ojos en blanco.

—Por supuesto… Te fuiste en el mejor de los momentos, cuando yo estaba más que segura de lo que sentía por ti.

—¿Y qué sentías?

—Amor, Tomy, ¿qué más? Siempre fue amor… —susurro—. No estaba confundiendo el pasado con el presente, lo había pensado mucho, y sobre todo lo sentía cada vez que estábamos juntos, era amor, y quería vivirlo contigo.

—No puedo creer que perdí por miedo lo que más anhelaba, la oportunidad de que me amaras de nuevo —dice en un suspiro.




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