Hagamos un trato

Capítulo 48

Cuando despierto, no escucho ruidos en la casa. Miro el celular y es cerca del mediodía, me desperezo y me pregunto en dónde estará Laurita y cómo es que no la sentí despertar. Supongo que dormí muy fuerte, estaba cansada y la noche fue muy especial.

Me miro al espejo y me arreglo un poco el pelo, tengo puesto un pijama de osos pandas que me regaló Violeta antes de que viniera, se suponía que era un regalo adelantado, yo no tenía idea que ella también vendría a mi fiesta. Voy al baño a lavarme la cara y los dientes, no puedo creer todo lo que viví anoche, desde la fiesta sorpresa hasta la llegada de Tomás y nuestros besos, la vida no se cansa de sorprenderme y yo disfruto de esas sorpresas como una niña pequeña que se deleita ante un helado.

Salgo de mi habitación y me llama la atención que la casa esté en penumbras, las cortinas están todas cerradas, lo que bloquea la entrada del sol. Me encojo de hombros y me dirijo a la escalera, allí encuentro un hilo de color blanco como esos para tender la ropa, por él hay muchas fotos colocadas con pequeños broches color madera e iluminada por foquitos pequeños, me acerco más a verlas. La primera es una foto de mi cumpleaños número ocho, con mis amigos de esa época y mi nuevo vecino, Tomás. La de al lado es una foto que nos sacamos unos meses después cuando fuimos a la feria, y así sucesivamente todas las fotos son de nuestra infancia, una al lado de la otra, cubren toda la escalera hasta abajo. No sé qué es todo esto, pero disfruto viéndolas y recordando cada uno de esos momentos de nuestra historia. Al final de la hilera de fotos, hay un papel en blanco con la caligrafía de Tomy que dice: «Una vez hicimos un trato, ser los mejores amigos para siempre, y a pesar de todo, lo hemos cumplido».

Desde donde acaba la escalera con esta esquela, sale otro hilo de color amarillo, también tiene fotos y luces colgando, pero en ella hay también algunos objetos. Algunos de ellos son cosas que encontramos en nuestra cápsula del tiempo la vez que la abrimos, como la figurita de Tomás y la foto nuestra que él había enterrado, además están plasmados en imágenes momentos de nuestra adolescencia, fiestas de cumpleaños a las que fuimos, cartas o papelitos que nos escribíamos y nos lo pasábamos en clases, fotos de mi cumpleaños de quince y de la primera fiesta a la que asistimos como novios. Al final de esa hilera, hay otro papel que dice: «Luego, cuando nos pusimos de novios, te hice la promesa de amarte por toda mi vida pasara lo que pasara, y que podrías contar conmigo siempre. Sé que desaparecí de tu vida un tiempo, que me equivoqué, que las circunstancias hicieron que esas palabras perdieran su valor o su veracidad, pero lo cierto y real es que nunca fallé a esa promesa, te he amado y te amaré por toda la vida, pase lo que pase».

A esas alturas, una lágrima se está derramando por mi mejilla, me la seco y tomo un poco de tiempo antes de seguir, comienzo a recordar cada uno de esos momentos allí plasmados y mi amor por él crece aún más.

El siguiente hilo que comienza allí, es de color azul y va desde el pasillo hasta la puerta de la sala, que está cerrada. Sigo y observo fotos de mi vida, momentos en los que Tomy no estaba conmigo, mi primer día de universidad, fotos con mamá en su cumpleaños, en mi cumpleaños, o en el día de las madres. La hilera acaba en un papel que dice: «Incluso cuando no estuve allí, no dejé de soñarte ni de pensarte, pero mi pena por haberte perdido era tan grande, que pensé que no merecía tu perdón y me auto flagelé sufriendo tu ausencia… hasta que llegó el milagro… o bien, llegó Milagros. PD: Abre la puerta».

Con el corazón acelerado de emoción, abro la puerta de la sala y mis ojos tardan en acostumbrarse a la oscuridad. Han puesto sábanas o telas oscuras por las ventanas y casi no se filtra nada de luz a pesar de ser de día. Hay solo una hilera de hilos atada desde el costado de la puerta, hasta el sofá. Las fotos están iluminadas por focos y las voy mirando una a una. Son solo 5, una de cada momento vivido de acuerdo a cada carta de mamá. Inicia en el orfanato, una foto que Sor Marcela nos tomó con todos los niños el día que fuimos, la segunda es una que nos sacaron en la tirolesa del Mundo del Revés, la tercera nos la sacamos junto a todos nuestros tesoros el día que los desenterramos en el patio, la cuarta fue en la feria justo al salir de la casa del terror, y la quinta fue antes de abrir la carta, cuando llegamos a la cima de la montaña, con una hermosa vista atrás.

Al final, de nuevo hay un sobre y al abrirlo me encuentro con una carta más larga que dice así:

«Debería haber seis fotos aquí, pero no me quedé para descubrir la última carta. Desde el momento en que la cuarta carta nos habló del miedo y la quinta de tomarnos un tiempo para pensar, decidí que debía hacerlo, tomar un poco de distancia y asegurarme de que mi presencia en tu vida sería para tu bien, no para hacerte más daño. Me daba cuenta de que tú te estabas emocionando con lo que estábamos viviendo, y no es que yo no sintiera igual, me moría por abrazarte, besarte, decirte que nunca había dudado de lo mucho que te amo, pero mis inseguridades crecieron y crecieron hasta hacer que todo eso pareciera una tontería.

Lo que Milagros había hecho por nosotros era tan grande y yo me sentía tan chiquito, tú eras tan perfecta y yo tan humano, tú estabas tan en la cima de la montaña y yo tan bajo la tierra, que mis miedos tomaron el timón de mi vida y hui de la felicidad. Toda mi vida la felicidad había escapado de mis manos y temía que esta vez la historia se volviera a repetir, así que corrí yo primero.

Estaba confundido, aturdido… tenía la intención de volver en unos días, el día de tu cumpleaños y pedirte que fueras mi novia, que cumpliéramos el último trato que habíamos hecho, pero otra parte de mí me decía que era un estúpido por creer que eso podría suceder…

¿Tiene sentido? No mucho, pero he aprendido que cuando estamos en el círculo de la tristeza o la depresión las cosas no tienen para el resto el sentido que tienen para nosotros y no podemos verlo porque estamos dentro de un pozo tan profundo que el sol de afuera no nos llega. Lo peor es que por más que todos te digan lo que está mal o bien, lo que haces bien o lo que te estás equivocando, no puedes verlo, y crees que nadie te entiende y que solo tú tienes la razón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.