Hagamos un trato

Capítulo 49

Lo hago, me siento y en ese momento se enciende la luz del centro, por lo que puedo seguir leyendo la carta.

«Te había comentado que quería adoptar a Laura y averigüé todo lo que necesitaba para hacerlo, pensaba que si no podía salvarme yo mismo, al menos podría salvarla a ella, porque yo sentía que tenía mucho amor para dar, tanto, que mi corazón explotaría si no lo compartía con alguien. Pero no pude, debo tener veinticinco años y una vida mucho más estable para poder convertirme en su padre. Ella nunca lo supo ni lo sabe ahora, no sabe que yo intenté adoptarla, pero un día fui a visitarla, como solía hacerlo, y me preguntó por ti, me dijo que te solía ver, que también ibas a visitarla, pero que ya no nos veía juntos y eso le ponía triste.

—¿Por qué? —Le pregunté yo.

—No sé… —Me respondió ella—. Estoy acostumbrada a verlos juntos.

—Está enojada conmigo, me he comportado mal con ella—. Le expliqué.

Laurita sonrió y me pasó la mano, me dijo que no fuera tonto, que todos nos equivocábamos y que había que saber pedir disculpas y también perdonar, que eso era algo que siempre le enseñaban allí, porque solía pelear con los otros niños.

Le dije que no siempre era sencillo, que tenía miedo a que no me quisieras escuchar.

Ella me dijo que miedo hay que tener de robar y de mentir, no de hablar con las personas que queremos y que ella sabe que yo te quiero y que tú me quieres.

Me dio risa, porque es esa frase que siempre dicen las abuelas, y es probable que ella la haya escuchado de una de las monjas o de una de las maestras, pero vino al caso muy bien y su sencillez despertó en mí a la inocencia que estaba dormida.

¿Por qué los niños viven en el presente y a nosotros nos cuesta tanto? Recordé la primera carta de tu madre y como nos daba esa lección. ¿Por qué yo iba a dejar que el miedo me robe mi presente? Me acordé del Tomás niño, ese que era intrépido y no se achicaba con nada, que te decía las cosas como las sentía y las pensaba, y no te ocultaba nada. Busqué mi valentía que estaba por allí dormida.

Cuando la encontré, empecé a idear este plan. Sabía que vendrías por tu cumpleaños y que tu papá y mi mamá estaban organizando una fiesta. Pensé que esta era mi oportunidad de hacer bien las cosas y de intentarlo de nuevo. De eso hablaba la segunda carta, ¿no? De salir de nuestra zona de confort y buscar una alternativa diferente, ver lo mismo con otros ojos.

Les hablé a mamá y a Sam, les conté mis planes y se emocionaron mucho, eso me dio más fuerzas, las suficientes como para venir a encarar a tu padre. Cuando llegué aquí, pero tú aún no estabas, todo de nuevo me trajo recuerdos, porque eso es lo que esta ciudad tiene para mí, nuestra historia, nuestros momentos. Eso me recordó nuestra tercera tarea, los recuerdos y el pasado. Me di cuenta de que el pasado puede ser visto de forma triste o de forma alegre, y que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir cómo lo recordará. Yo siempre lo veía de forma triste, arrastrando el dolor de la culpa y del fracaso de haberte perdido, pensaba que nunca podría volver a vivir tanta alegría. Pero esta vez fue distinto, quería recordar lo bello y enfocarme en eso, porque es gracias a eso hoy somos quienes somos.

Fue en ese momento en el que me puse a buscar fotos viejas de momentos claves en los que fuimos felices, todas esas fotos que acabas de ver en la escalera y el pasillo. Me enfoqué en los buenos recuerdos y me di cuenta de que son muchos más que los malos, a la vez que me reconciliaba con el Tomás de antaño.

Entonces, antes de hablar con tu papá, me llené de miedo. ¿Y si él estaba enfadado conmigo? ¿Y si no me perdonaba por haberte fallado por segunda vez? Y recordé la cuarta carta, la de afrontar los miedos, dejar que la fuerza del amor fuera más fuerte y pasar a través de ellos. El amor que siento por ti me llenó de coraje y vine a tu casa a contarle mi idea. Tu papá rio, yo no entendía por qué, hasta que me lo explicó y me mostró algo que tú verás más tarde. Me dio un abrazo y me dijo que estaba seguro de que tú me seguías amando y que lo seguirías haciendo por mucho tiempo más, pero que si no hacía algo al respecto, podría perderte.

Por último, cuando estaba viendo lo que tu papá me dio, lo pude al fin entender todo con claridad. Cuando tu mamá me habló por primera vez, yo le dije que no estaba seguro de que fuera una buena idea, pero ella aseguró que era un regalo para ti, pero también para mí. No lo entendí al principio, y quizá tampoco durante la aventura de las cartas porque estaba demasiado cegado por el miedo y la culpa.

No es que no me gustara lo que hacíamos y no es que no me viera envuelto también en miles de emociones, simplemente no estaba del todo convencido porque no me creía suficiente, todo era demasiado para mí y yo me sentía muy poca cosa. Si das un diamante a alguien que no sabe su valor, creerá que es solo una piedra cualquiera, quizás un poco más brillosa. Es lo que me sucedió a mí, me encandilaba el brillo del amor que recibía por todos lados porque yo no encontraba el sentido, pues no era capaz de amarme a mí mismo y de entender que sí valgo, a pesar de que me pude haber equivocado en el pasado. Entendí en ese momento, que nuestras fallas son como barro que cubre el diamante, pero no por eso la piedra deja de ser preciosa, no por eso deja de ser un diamante. Acepté y comprendí que somos mucho más que nuestros errores cuando tenemos el coraje de utilizarlos para aprender, cambiar y crecer… Y yo ya lo había hecho.

Entonces me perdoné al fin, y fue allí cuando comprendí que sí te merezco. Te merezco porque te amo como a nadie más en este mundo, te merezco porque aunque he cometido miles de errores, he aprendido de ellos y me he hecho mucho más fuerte y sabio. Te merezco porque soy valiente y aunque me ha costado, he vencido al miedo y a la comodidad para estar ahora mismo en algún lugar de esta sala escondido y temblando con las manos sudadas mientras tú lees mi carta. Te merezco porque he demostrado estar allí para ti a lo largo de nuestras vidas, porque han sido más las veces que no te he fallado, porque puedes confiar en mí como en nadie más, porque con solo mirarnos a los ojos sabemos lo que sentimos y pensamos. Te merezco porque merezco ser feliz a tu lado y hacerte la mujer más feliz del planeta, porque tenías razón, he sido capaz de salir adelante por mi cuenta y de forjarme un destino del cual dijiste estar orgullosa, te merezco porque he trabajado por curar mis heridas y por convertirme en un hombre noble, responsable y honrado. Te merezco porque aunque no soy perfecto, lucho cada día por ser mi mejor versión.




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