Halftime Show

CAPITULO 4

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Intensos zafiros
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Elijah.

Los ojos esperanzados de Tamara estaban fijos en mí, observándome con la suplica presente en ellos. ¿De verdad? —Por favor, Elijah.

Sonreí de lado, dejando los documentos en mi mano sobre el escritorio. Era mi empleada, pero para ella al igual que para todos yo era Elijah, no el jefe bastardo que solo quería sacarles la mierda a punta de gritos. Bueno, todo el personal a excepción de la señorita gruñona afuera, para Vanessa Campbell yo era el idiota, el estúpido arrogante, y por alguna razón, me gustaba serlo. Era digno de ver la mirada retadora en sus ojos que siempre me recibía, esperando a que soltara una de mis habituales frases de "comienza esto" o "¿por qué demonios sigues aquí" cuando se quedaba hasta tarde.

Eso ultimo me estaba jugando malas pasadas.

No me gustaba verla quedarse hasta mas de las siete, y era la ultima en irse al igual que yo. En las tres semanas que llevaba trabajando aquí, poco a poco había hecho de este lugar su lugar seguro, no tenía que decirlo, sabía que era así. Y había una razón, este sería el ultimo sitio en donde alguno de su familia pensaría en buscarla.

— ¿Qué quieres, Tamara? —su sonrisa apareció, mostrando sus dientes. Luego de que papá nos dejara todo, se la había arrebatado a Edward, sobre todo porque él tenía a Marie y yo no quería a esa mujer cerca de mí. Demasiado estricta e impasible para mi gusto.

En su lugar, tenía a Tam, la cual tuvo la paciencia de un santo al soportar durante años a Miles Brown, por lo que aguantarme a mí, era un jodido paraíso para ella.

— Dales el día libre a las chicas, o por lo menos la tarde. —enarqué una ceja, borrando mi sonrisa a la espera de que continuara su discurso, porque sabía a ciencia cierta que habría uno. —Trabajaremos el lunes que es feriado, lo prometo. Pero es que el cumpleaños de Jared es hoy y quiero que Vanessa lo conozca, por favor. —puso sus manos a cada lado acercándose a mí. —Además, tú también debes ir.

— ¿Yo? —me reí.

Si que tenia ganas de ver al pequeño terremoto de seis años que a menudo venia a escandalizar la oficina con sus gritos y el sonido de sus juguetes.

— Te adora, Elijah. —hizo un mohín. —Y, además, tu mismo le entregarás ese regalo que sé que tienes escondido en el armario de la esquina. —no me inmuté ante su afirmación, aunque sabía que tenía razón.

No había olvidado el cumpleaños de Jared como le había hecho creer hace dos días y pensaba enviarle el auto recargable del tamaño del pequeño que había comprado hace casi un mes en mi viaje a Alemania.

Había visto el auto y sin importarme que podía conseguirlo en Estados Unidos, lo compré y lo traje a Atlanta.

— Pueden salir antes. —cerré la boca cuando su chillido emocionado llegó a mis oídos y su cuerpo se abalanzó sobre mí por encima del escritorio, esparciendo los papeles que antes habían estado en mis manos. —Pero, las quiero el martes una hora antes de la entrada normal.

Asintió efusivamente. —Vendré cuando me lo pidas.

— Deja el espectáculo que tu y yo sabemos que no las iba a hacer venir a trabajar ningún día feriado. —sonrió ampliamente, alejándose para recoger los papeles y apilarlos en una esquina, sin importarle el orden.

— ¿Eso significa que irás?

Rodé los ojos. —No me quiero quedar en quiebra, este negocio depende de mí. —bromeé, a sabiendas de que una vez que todas se fueran, iría a casa a quitarme el traje y colocarme un par de vaqueros.
Edward podría vivir su día vistiendo tres piezas, pero prefería mis vaqueros de vez en cuando.

— Eres un idiota.

— Que no te escuche la ermitaña allí afuera. —apunté a la puerta. —Ese es su insulto favorito y creo que está pensando en pedirle a la RAE que la declare su dueña.

Su carcajada llenó mi oficina. —Es un sol.

— Un sol que te consume y te quema lentamente. —bufé. Ella conocía el lado bueno de Vanessa, yo conocía la arrogante perra que intentaba no ser y que por algún motivo salía a la luz cuando hablaba conmigo.

Era una fiera escondida detrás de esos mil harapos. Era pasión en su estado mas puro sin ser explotado.

Claro, que no iba a negar que yo me buscaba esos insultos.

— ¿Por qué eres tan malo con ella?

Suspiré. —¿Malo? ¿Darle trabajo es ser malo con ella? —me puse de pie, tomando los papeles y reorganizándolos bajo su atenta mirada.

— Eres mas estricto con ella que con el resto, lo sabes.

— La estoy instruyendo. —aclaré.

— Eso haces con todos y no necesariamente los haces temblar del enojo para que entren en razón. —sonrió. —Disfrutas haciéndola encogerse y aún mas disfrutas que te insulte.

— Deja las suposiciones y vete a trabajar. —no la miré, y oculté la sonrisa que se asomaba en mis labios a medida que acomodaba por orden de paginas los papeles que ella había regado.

— Elijah. —la miré. —Gracias, mi pequeño te lo agradece.

— Deberías ser tu la que lo agradezca, a fin de cuentas, te estás ganando medio día de salario haciendo una fiesta. —bromeé. —¿Harry estará?

— Se tomó el día. —sonrió. —Por primera vez en un año ese hombre dijo no a la delegación y se dedicó a su hijo.

— Sabes que lo ama. —se encogió de hombros. —Lo sabes.

— Claro que lo ama, pero su vida sigue siendo el trabajo. —se mofó. —Ya se ha perdido cuatro partidos de Jared aun cuando había prometido ir.

— Es el jefe, Tam.

— Mi culo. —se llevó la mano a la boca, sorprendida por su arrebato, haciéndome soltar una risotada. —Lo siento. —se disculpó y luego me apuntó. —Pero si se lo mencionas a alguien, te cortaré cada papel que me encuentre en pequeños trocitos y se te hará imposible unirlos.

Levanté mis manos, aun riendo. —Claro, señora manos de tijera. —me burlé.




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