Hoy amaneció con el cielo gris, como si incluso el clima reflejara la tristeza que inunda nuestras vidas. El aire se siente pesado, como si las nubes estuvieran cargadas de todo el sufrimiento que hemos acumulado con los años. Me levanto de la cama sin ganas, con el mismo peso en el pecho que no me deja respirar. Cada día parece un desafío imposible, una montaña de desesperanza que no puedo escalar.
Salgo de casa con la mirada perdida, tratando de ignorar el vacío en mi estómago que se ha vuelto parte de mi cotidianidad. Mientras camino por la villa, noto que los rostros de mis vecinos reflejan el mismo dolor. Los ojos vacíos, las sonrisas forzadas, las miradas que evitan encontrarse. La tristeza se ha vuelto una compañera tan fiel que ya ni siquiera la cuestionamos. Está ahí, en cada rincón, en cada esquina, en cada palabra no dicha.
Me detengo frente a la pequeña plaza, donde algunos niños juegan con una pelota vieja y desinflada. Sus risas, que deberían ser un rayo de luz en este paisaje oscuro, se sienten lejanas, como si estuvieran luchando por abrirse paso entre la pesadez de la miseria. No puedo evitar pensar en ellos, en cómo están creciendo en un mundo donde la esperanza parece haberse extinguido. Me duele pensar que tal vez ellos nunca conocerán lo que es una vida sin hambre, sin miedo, sin desesperación.
Mi mente vuela de nuevo hacia los "señores de traje", esos que viven en sus cómodos despachos, que hablan de estadísticas y números sin tener idea de lo que es vivir así. No puedo evitar sentir un odio profundo hacia ellos. Los veo en las noticias, hablando con una tranquilidad irritante, como si todo estuviera bajo control. Pero no ven lo que pasa aquí. No ven cómo la gente se rompe un poco más cada día, cómo las familias se desmoronan porque ya no tienen nada que dar. Los veo y me lleno de rabia, porque sé que para ellos no somos más que una molestia, una cifra en una hoja de cálculo.
Los medios, por su parte, tampoco ayudan. Algunos periodistas se han convertido en cómplices de esta farsa, en mercenarios de la verdad que prefieren tapar el dolor de la gente con noticias vacías, con distracciones que sólo alimentan la ignorancia de quienes aún creen que este sistema nos cuida. Me enferma ver cómo intentan convencernos de que las cosas están mejorando, mientras nosotros, los que vivimos en la villa, nos hundimos cada vez más en la desesperación.
Por la tarde, paso por un quiosco y veo los titulares de los diarios. Todos hablan de una supuesta "mejoría económica". "La recuperación está en marcha", dicen, como si eso fuera cierto para alguien. "El país avanza", repiten una y otra vez. Pero nosotros no avanzamos. Nosotros seguimos aquí, estancados en un pozo que parece no tener fondo. Esas palabras son como una burla, un recordatorio cruel de que no formamos parte de su mundo.
A veces me pregunto si ellos, los que viven en el centro de la ciudad, en sus departamentos lujosos y con sus autos caros, entienden lo que es caminar por nuestras calles. ¿Saben lo que es ver a tu madre llorar de impotencia porque no hay nada para comer? ¿Saben lo que es irse a dormir con el estómago vacío, esperando que mañana las cosas sean diferentes, aunque en el fondo sepas que no lo serán? Me pregunto si alguna vez han sentido lo que sentimos nosotros, si alguna vez se han levantado sin saber cómo van a sobrevivir al día.
Cada vez que veo a un político en televisión, con su traje impecable y su sonrisa falsa, me hierve la sangre. Hablan de sacrificios, de esfuerzos compartidos, pero ellos no sacrifican nada. No saben lo que es perder todo lo que tienes, no saben lo que es estar al borde de la desesperación. Ellos no se han quedado sin electricidad porque no pueden pagar la boleta, no han visto cómo su familia se desmorona bajo el peso de la pobreza.
Mientras camino de regreso a casa, me siento más solo que nunca. El sol empieza a ponerse, pero el frío en el aire parece intensificarse. La villa está en silencio, un silencio que lo envuelve todo, como si hasta el aire se hubiera rendido. Miro a mi alrededor y veo cómo las sombras comienzan a invadir las calles. Es un reflejo de lo que siento por dentro: una oscuridad que avanza lenta, pero inexorable.
Al entrar en casa, el aire se siente denso, casi palpable. La luz del sol ha caído, dejando el lugar sumido en sombras. Mi madre está sentada a la mesa, su figura encorvada, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros. La mesa, que solía ser un espacio de risas y charlas, ahora está vacía, un símbolo del hambre que nos consume.
Su mirada está perdida en la nada, como si estuviera atrapada en un laberinto del que no puede salir. No puedo evitar sentir que el tiempo se ha detenido en ese instante, cada segundo se convierte en una eternidad llena de dolor. Cuando finalmente habla, su voz es un eco de su sufrimiento. "No hay nada para comer", me dice, apenas en un susurro, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental.
La impotencia se apodera de mí. Quiero gritar, quiero romper algo, pero la realidad me golpea.
"Voy a encontrar algo, mamá. Te lo prometo" le digo, intentando infundirle un atisbo de esperanza. Pero mis palabras suenan vacías, incluso para mí. La verdad es que no sé qué más hacer.
Ella me mira, y en sus ojos veo la mezcla de esperanza y desesperanza, una batalla que se libra en su interior. A pesar de su sufrimiento, intenta sonreír, pero no puede ocultar el temblor de sus labios. Ese gesto me parte el corazón; no debería ser así. Ella debería estar disfrutando de su vida, no soportando la carga de la falta de comida.
"No te preocupes por mí, hijo. Ya he vivido lo suficiente para saber que esto también pasará" responde, aunque su tono está teñido de tristeza. Es como si estuviera intentando consolarme, cuando en realidad yo debería ser el que la apoyara.
Salgo de casa, el frío de la noche me abraza, un recordatorio de la dureza del mundo exterior. Las calles están desiertas, y cada paso que doy se siente como un eco en la soledad. A medida que camino, la rabia y la frustración burbujean en mi interior. La injusticia de nuestra situación es abrumadora. Mientras la ciudad brilla con luces y colores, nosotros estamos sumidos en la oscuridad.
Editado: 05.06.2025