—¡Ron! —exclamó Harry, encaramándose a la ventana y abriéndola parapoder hablar con él a través de la reja—. Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?
Harry se quedó boquiabierto al darse cuenta de lo que veía. Ron sacaba lacabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa queestaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo a Harry desde losasientos delanteros, estaban Fred y George, los hermanos gemelos de Ron,que eran mayores que él.
—¿Todo bien, Harry?
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron—. ¿Por qué no has contestado a miscartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unosdías, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían enviado unapercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.
—No fui yo. Pero ¿cómo se enteró?
—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron—. Sabes que no podemos hacerningún conjuro fuera del colegio.
—¡Tiene gracia que tú me lo digas! —repuso Harry, echando un vistazo alcoche flotante.
—¡Esto no cuenta! —explicó Ron—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es demi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esosmuggles con los que vives...
—No he sido yo, ya te lo he dicho..., pero es demasiado largo paraexplicarlo ahora. Mira, puedes decir en Hogwarts que los Dursley me tienenencerrado y que no podré volver al colegio, y está claro que no puedo utilizar lamagia para escapar de aquí, porque el ministro pensaría que es la segunda vezque utilizo conjuros en tres días, de forma que...
—Deja de decir tonterías —dijo Ron—. Hemos venido para llevarte a casacon nosotros.
—Pero tampoco vosotros podéis utilizar la magia para sacarme...
—No la necesitamos —repuso Ron, señalando con la cabeza hacia losasientos delanteros y sonriendo—. Recuerda a quién he traído conmigo.
—Ata esto a la reja —dijo Fred, arrojándole un cabo de cuerda.
—Si los Dursley se despiertan, me matan —comentó Harry, atando la sogaa uno de los barrotes. Fred aceleró el coche.
—No te preocupes —dijo Fred— y apártate.
Harry se retiró al fondo de la habitación, donde estaba Hedwig, que parecíahaber comprendido que la situación era delicada y se mantenía inmóvil y ensilencio. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la rejase desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando haciael cielo. Harry corrió a la ventana y vio que la reja había quedado colgando asólo un metro del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la cuerda hasta que tuvola reja dentro del coche. Harry escuchó preocupado, pero no oyó ningún sonidoque proviniera del dormitorio de los Dursley.
Después de que Ron dejara la reja en el asiento trasero, a su lado, Freddio marcha atrás para acercarse tanto como pudo a la ventana de Harry.
—Entra —dijo Ron.
—Pero todas mis cosas de Hogwarts... Mi varita mágica, mi escoba...
—¿Dónde están?
—Guardadas bajo llave en la alacena de debajo de las escaleras. Y yo nopuedo salir de la habitación.
—No te preocupes —dijo George desde el asiento del acompañante—.Quítate de ahí, Harry.
Fred y George entraron en la habitación de Harry trepando con cuidado porla ventana.
«Hay que reconocer que lo hacen muy bien», pensó Harry cuando Georgese sacó del bolsillo una horquilla del pelo para forzar la cerradura.
—Muchos magos creen que es una pérdida de tiempo aprender estostrucos muggles —observó Fred—, pero nosotros opinamos que vale la penaadquirir estas habilidades, aunque sean un poco lentas.
Se oyó un ligero «clic» y la puerta se abrió.
—Bueno, nosotros bajaremos a buscar tus cosas. Recoge todo lo quenecesites de tu habitación y ve dándoselo a Ron por la ventana —susurróGeorge.
—Tened cuidado con el último escalón, porque cruje —les susurró Harrymientras los gemelos se internaban en la oscuridad.
Harry fue cogiendo sus cosas de la habitación y se las pasaba a Ron através de la ventana. Luego ayudó a Fred y a George a subir el baúl por lasescaleras. Oyó toser al tío Vernon.
Una vez en el rellano, llevaron el baúl a través de la habitación de Harryhasta la ventana abierta. Fred pasó al coche para ayudar a Ron a subir el baúl,mientras Harry y George lo empujaban desde la habitación. Centímetro acentímetro, el baúl fue deslizándose por la ventana.
Tío Vernon volvió a toser.
—Un poco más —dijo jadeando Fred, que desde el coche tiraba del baúl—,empujad con fuerza...
Harry y George empujaron con los hombros, y el baúl terminó de pasar dela ventana al asiento trasero del coche.
—Estupendo, vámonos —dijo George en voz baja.
Pero al subir al alféizar de la ventana, Harry oyó un potente chillido detrásde él, seguido por la atronadora voz de tío Vernon.
—¡ESA MALDITA LECHUZA!
—¡Me olvidaba de Hedwig!
Harry cruzó a toda velocidad la habitación al tiempo que se encendía la luzdel rellano. Cogió la jaula de Hedwig, volvió velozmente a la ventana, y se lapasó a Ron. Harry estaba subiendo al alféizar cuando tío Vernon aporreó lapuerta, y ésta se abrió de par en par.
Durante una fracción de segundo, tío Vernon se quedó inmóvil en lapuerta; luego soltó un mugido como el de un toro furioso y, abalanzándosesobre Harry, lo agarró por un tobillo.
Ron, Fred y George lo asieron a su vez por los brazos, y tiraban de él todolo que podían.
—¡Petunia! —bramó tío Vernon—. ¡Se escapa! ¡SE ESCAPA!
Pero los Weasley tiraron con más fuerza, y el tío Vernon tuvo que soltar lapierna de Harry. Tan pronto como éste se encontró dentro del coche y hubocerrado la puerta con un portazo, gritó Ron:
—¡Fred, aprieta el acelerador!
Y el coche salió disparado en dirección a la luna. Harry no podía creérselo:estaba libre. Bajó la ventanilla y, con el aire azotándole los cabellos, volvió lavista para ver alejarse los tejados de Privet Drive. Tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban asomados a la ventana de Harry, alucinados.
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Editado: 21.09.2020