Harry Potter y la Herencia Maldita

El inicio

Las casas antiguas respiran distinto.

No era un susurro. No era un gemido. Era una inhalación silenciosa, como si las paredes, el mármol frío del vestíbulo y las cortinas empolvadas compartieran un mismo y lento aliento. Y en la vieja mansión de los Nott, ese aliento olía a humedad, a fuego extinguido, y a algo más: a magia muerta.

Thaddeus Nott caminaba por el pasillo con paso decidido. Años atrás, su andar habría sido más ruidoso, cargado de arrogancia, pero ahora la guerra —la vieja y la nueva— le había vaciado algo dentro. Aun así, sus ojos seguían fijos, su varita oculta entre los pliegues de su túnica negra, y su voz, cuando habló, aún conservaba esa tonalidad tranquila que precedía a la amenaza.

—¿Estás aquí?

Su voz se perdió entre los cuadros enmohecidos y los espejos tapados con sábanas amarillentas. Nadie respondió.

Pero sabía que lo observaban.

El salón al final del pasillo se abrió ante él como una boca desdentada. Allí lo esperaba la chimenea, apagada desde el otoño anterior, y frente a ella, una figura encapuchada. No era un mortífago. Thaddeus conocía a los suyos, y ese ser —fuese quien fuese— tenía un aire diferente. Más antiguo. Más... ajeno.

—Trajiste lo que pedí —dijo la figura, sin molestarse en saludarlo.

Nott no respondió de inmediato. Se limitó a sentarse en la butaca más cercana.

—Sí. Lo tengo.

De entre su túnica extrajo un pequeño estuche negro, largo y estrecho. Lo colocó sobre la mesa baja que los separaba y lo empujó con dos dedos. El estuche avanzó hasta quedar frente al encapuchado.

Silencio.

La figura no lo tocó. No aún. Pero el aire alrededor pareció tensarse, como si el simple objeto hubiese alterado algo en la habitación.

—¿Sabes lo que contiene?

—Sé lo suficiente.

—No lo suficiente —respondió el otro con un tono áspero—. Esto no es un simple artefacto maldito. Es una raíz. Y una raíz crece, Nott. Se aferra.

Thaddeus entornó los ojos.

—No vine por advertencias. Vine por resultados.

La figura se inclinó levemente hacia adelante, pero el rostro siguió oculto bajo la capucha.

—Y los tendrás. Pero el precio es más alto de lo que crees. No puedes quitarte esto de encima una vez hecho. No es una Marca que puedas esconder bajo la manga.

—No pienso esconderla.

Por un instante, el encapuchado lo observó en silencio. Luego, con un susurro casi inaudible, abrió el estuche. Dentro, envuelta en una seda negra como la tinta, yacía una vara de ébano tallado, antigua, cubierta de runas invisibles al ojo común, excepto bajo la luz de las maldiciones.

La figura la sostuvo entre los dedos como si fuera un hueso recién desenterrado.

—¿Y el muchacho?

—No sabrá nada. Es... silencioso.

—No es suficiente que lo sea —advirtió el encapuchado—. Esta vara carga con una deuda. Y la deuda se transmite.

Thaddeus tragó saliva. Por un segundo, pareció más viejo, más cansado. Sus hombros descendieron apenas. Pero no respondió.

—¿Acaso no lo entiendes, Nott? Lo que acabas de entregar no es un arma, es una semilla. Y ha estado esperando a su heredero.

Silencio.

Luego, el encapuchado cubrió la vara otra vez, cerró el estuche con un leve chasquido, y se puso de pie.

—Lo que comenzaste hoy no podrá detenerse. Ni siquiera tú.

Y desapareció con un giro seco, sin humo, sin chispa, sin dejar rastro. Como si nunca hubiese estado allí.

***

Horas después, Theodore Nott descendió los viejos escalones con la mochila al hombro y la lechuza en su jaula. Era el último día antes del inicio del curso, y como siempre, partían hacia la estación de tren desde la residencia familiar, sin despedidas largas, sin abrazos.

Thaddeus esperaba junto a la puerta.

—Todo listo —dijo Theo, sin mirar a su padre.

—¿Llevas los libros?

—Sí.

—¿Y la varita?

—Siempre la llevo encima —respondió el chico, con una leve mueca. Su voz era tan seca como la de su padre, pero sus ojos eran diferentes. Más jóvenes, sí, pero también más… sospechosos.

Thaddeus asintió lentamente, luego se inclinó y le entregó un pequeño paquete envuelto en pergamino.

—Ábrelo cuando estés allí. Es algo de familia. —No explicó más.

Theo lo sostuvo entre los dedos unos segundos, sin abrirlo. Sin preguntar.

—¿Vendrás al andén? —se atrevió a decir, sin demasiada esperanza.

—No este año.

El chico asintió. Ya estaba acostumbrado.

Unos minutos después, la figura esbelta de Theo Nott desaparecía en la red de polvos Flu, rumbo a la estación de Hogsmeade. El eco de su partida quedó flotando en el aire por unos segundos.

Thaddeus se quedó solo. Otra vez.

Caminó hacia la biblioteca. Se detuvo frente a un viejo retrato cubierto por una tela. No se atrevió a quitarla. En su lugar, murmuró un nombre. No en voz alta. No con claridad. Solo un nombre olvidado.

Porque hay maldiciones que no se gritan, se murmuran.

Y hay herencias que no se eligen… solo se heredan.



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En el texto hay: hogwarts, slytherin, theodorenott

Editado: 20.07.2025

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